TIEMPO ORDINARIO
Viernes 25º
LECTURA:
“Lucas 9, 18-22”
Una vez que Jesús estaba orando solo, en presencia de sus discípulos, les preguntó: ¿Quién dice la gente que soy yo? Ellos contestaron: Unos que Juan el Bautista, otros que Elías, otros dicen que ha vuelto a la vida uno de los antiguos profetas.
Él les preguntó: Y vosotros, ¿quién decís que soy yo? Pedro tomó la palabra y dijo: El Mesías de Dios.
Él les prohibió terminantemente decírselo a nadie. Y añadió: El Hijo del Hombre tiene que padecer mucho, ser desechado por los ancianos, sumos sacerdotes y letrados, ser ejecutado y resucitar al tercer día.
MEDITACIÓN:
“Resucitar al tercer día”
No sé por qué pero, no sólo aquellos discípulos, sino también nosotros, cuando leemos estas afirmaciones de Jesús sobre el final que va a tener, se quedaban y nos quedamos con el anuncio de su muerte. Por eso aquellos hombres no querían ir más allá, evaden el tema y hasta en algunos momentos nos dicen que les daba miedo preguntarle, porque se quedaban en el aspecto de la muerte, aquello de la resurrección les sonaba a chino y a nosotros, en parte, también, porque nos perdemos en una realidad que, ciertamente, nos desborda, porque no entra en nuestro ámbito de posibilidades, sino de la gracia y del don de Dios.
Y, sin embargo, es la clave. Si no entendemos o acogemos ese anuncio, todo se queda en un absurdo, se queda en la muerte, se queda en fracaso. Jesús va a ser desechado, como lo está siendo por los centros de poder, terminará desechado, condenado y crucificado, pero no se quedará ahí, resucitará. Y los suyos se preguntarán qué significa eso de resucitar. Es decir, que era normal que no dieran pasos adelante, más allá del anuncio de la muerte.
De todas maneras, es cierto. Puede parecernos mentira que el hombre echase a Dios de esa manera, o a alguien que en su nombre, que va dejando regueros de bien, pero también de condena de posturas cerradas que desfiguran la realidad y el valor de la dignidad humana por encima de todo, y en eso Jesús es contundente y choca de lleno con la realidad inamovible y cómoda en la que tendemos a movernos.
Pero es precisamente esa postura, ese empeño de Dios en su opción por el hombre, esa misma realidad de Dios, del Dios de la vida, del Dios que nadie puede doblegar porque es Dios, aunque se le niegue, se le rechace, o se le pretenda eliminar porque nos molesta, el que nos comunica que él tiene la última palabra, por mucho que nosotros nos empeñemos en ahogarla o en hacerla desaparecer. Por ello la respuesta última y definitiva es la vida, es la resurrección, aunque haya que pasar por el trance de cualquier muerte y, de un modo especial, de la injusta, porque es la que pone de manifiesto que Dios está y estará siempre al lado de quien la sufre no de quien la realiza, y pondrá de manifiesto que las actitudes no son indiferentes en el último día, que lo hay.
Es importante que esto nosotros lo tengamos claro. Los apóstoles hasta que no lo tuvieron no fueron capaces de acoger en toda su realidad el mensaje de Jesús. Tuvo que llegar la acción del Espíritu del resucitado para entenderlo y acogerlo. Y en esa apertura al don de Dios que nos desborda, no al de nuestras meras posibilidades y capacidades de entender, saber que es él que lo hace posible.
ORACIÓN:
“Apoyarme en tu palabra”
Creo, Señor, que ahí seguimos teniendo un reto pendiente, porque es algo que nos puede o que se nos bloquea. Tu resurrección, y con ella la nuestra, sigue siendo como una especie de tira y afloja entre el creo y el no sé qué pasará, porque nadie ha venido a decirnos nada, repitiendo la coletilla ya con tono cansino y medio con desconfianza. Y cuando vivimos la centralidad de nuestra fe de esa manera nuestro empuje queda un tanto sin fuerza, sin convicción, sin certeza apoyada en ti, claro está, y nuestra fe se queda a medio camino. Señor, nos cuesta fiarnos de ti. Nos cuesta dar el salto en el vacío de la fe aunque nos habrá horizontes de esperanza, como si en el fondo prefiriésemos o nos resignásemos a nuestra capacidad en lugar de a tu regalo brotado de tu amor. Ayúdame a abrirme plenamente a ti, a apoyarme en tu palabra de esperanza, a dejar que mis mejores deseos se fragüen y consoliden en ti. Gracias, Señor.
CONTEMPLACIÓN:
“Horizontes de vida”
Me frenan muchas cosas,
pero tú sigues siendo
más fuerte que todas.
En ti resuena la vida,
y prefiero escuchar
el rumor de las olas
que el silencio de un vacío
que me deja al borde
de un oscuro abismo.
Mientras, la oferta de tu luz
ilumina mi camino,
un camino que vislumbra
horizontes de vida,
que culmina una historia
de amor que no se acaba.
Y busco entrar en ella,
empujando los pasos
de mi vida inacabable
que se apoya sólo en ti.
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