PASCUA
Lunes 4º
LECTURA:
“Juan 10, 1‑10”
En aquel tiempo, dijo Jesús: «Os aseguro que el que no entra por la puerta en el aprisco de las ovejas, sino que salta por otra parte, ése es ladrón y bandido; pero el que entra por la puerta es pastor de las ovejas. A éste le abre el guarda, y las ovejas atienden a su voz, y él va llamando por el nombre a sus ovejas y las saca fuera. Cuando ha sacado todas las suyas, camina delante de ellas, y las ovejas lo siguen, porque conocen su voz; a un extraño no lo seguirán, sino que huirán de él, porque no conocen la voz de los extraños.»
Jesús les puso esta comparación, pero ellos no entendieron de qué les hablaba. Por eso añadió Jesús: «Os aseguro que yo soy la puerta de las ovejas. Todos los que han venido antes de mí son ladrones y bandidos; pero las ovejas no los escucharon.
Yo soy la puerta: quien entre por mí se salvará y podrá entrar y salir, y encontrará pastos. El ladrón no entra sino para robar y matar y hacer estrago; yo he venido para que tengan vida y la tengan abundante.»
MEDITACIÓN:
“Conocen su voz”
Estamos ante textos densos y ricos en los que cada uno puede sentirse tocado por cualquiera de sus afirmaciones y en las que poder pararse. Pero me he quedado con esta porque me ofrece en estos momentos un toque de atención especial, y como una especie de llamada atenta que me lleva a preguntarme si de verdad es así en mí, si de verdad, más allá de las palabras y de las afirmaciones bonitas, a las que somos tan dados, es verdad que conozco o que intento conocer la voz de Jesús en medio de tantas voces, de tantas palabras, de tantas ofertas o de tantos vacíos.
Al final, se trata de saber si en el ámbito de nuestro caminar la voz de Jesús resuena de un modo especial en nuestro interior y marca el ritmo de nuestras actitudes, más aún, de nuestra existencia, porque si no nos terminamos quedando siempre un poco por debajo, en el ámbito del hacer o de la moral, cuando nuestro seguimiento es mucho más hondo, rico, profundo y esperanzador, porque no toca un aspecto, una temporalidad, sino la totalidad, la eternidad de nuestra existencia y, por lo tanto su sentido pleno. Y, a veces, tengo la impresión de que no lo tenemos claro, al menos del todo.
La palabra “conocer”, sabemos que va más allá del sentido de un conocimiento externo, de algo que nos suena y que nos permite distinguir una voz o una persona de otra en su mera materialidad externa. Conocemos de muchas maneras a las personas y a las cosas, pero aquí hablamos de un conocimiento profundo, experiencial, que nos hace vibrar desde dentro cuando de alguna manera se refleja o incide en nosotros y que, por lo tanto, nos lleva a una reacción, a una respuesta de adhesión, no de indiferencia o de rechazo y, desde ahí, se convierte en actitud de disponibilidad, en tensión gozosa hacia…, y, por lo tanto, merece la pena acoger con todas sus consecuencias.
Ese conocer se convierte así en algo querido, buscado, algo en lo que se quiere ahondar, penetrar, entrar en él, hacerlo nuestro. Es tomar conciencia de lo que queremos ser y, por ello, pasar o ser capaz de hacer frente o querer hacerlo, con todo aquello que lo puede dificultar, todo menos quedarse parado, anulado, confundido o nadando entre dos aguas, cargadas de quejas, de lamentos, o tal vez de disculpas y comodidades. Y ya vemos que eso en Jesús, no termina cabiendo, porque en él y desde él nada se convierte en tibio o mediocre. O se pasa por su puerta o no terminamos de entrar, como en una especie de juego de quiero y no quiero.
Por eso es muy importante, me parece, que nos preguntemos si conocemos la voz de Jesús, si la queremos conocer y en qué la distinguimos de las otras, de tal manera que nos mueva de verdad, gozosa y esforzadamente. Porque cuando nos asomamos a los otros y a nosotros mismos descubrimos que necesitamos algo más de lo que percibimos, recibimos o damos. La sentimos como voz liberadora, cargada de vida, de esperanza, de fuerza, de sentido, como palabra que nos llena de vida, vida con mayúsculas, total, o nos deja también a medio camino porque percibimos un Dios demasiado cercano, poco milagroso, cuando sólo esperamos milagros que nos sacien la materialidad en lugar de la totalidad de nuestro ser con sentido.
Seguimos insertos en este tiempo pascual, y su fuerza y su luz nos ofrece toda la grandeza de lo que somos y estamos llamados a ser, descubriéndonos su oferta liberadora. Como siempre, en ello nos va mucho a cada uno y a todos. La puerta está abierta, el paso o no es nuestro.
ORACIÓN:
“Tu puerta está abierta”
Señor, siempre me ha gustado y, puedo decir que me ha salvado, el saber que siempre tu puerta está abierta. Porque lo nuestro parece que es cerrarlas. Acercarme a ti es siempre encontrarme con un horizonte que me abre una luz, nunca me la cierra. Me podrá parece posible o no, podré alcanzarlo o no, pero siempre en ti y contigo, la oscuridad se barre y uno puede percibir que más allá de lo que se es capaz, más allá de lo que me ata o limita, y que repito como una especie de estribillo inacabable de la música de mi vida, sea por lo que sea, contigo puede culminar en melodía, aún con sus silencios, que forma parte de toda sinfonía. Por todo ello, gracias, Señor. Gracias por salir a mi paso. Gracias por abrirme siempre tu puerta que es mi puerta, porque en mí sé que hay puertas y ventanas. Tal vez necesito, simplemente, el valor de abrirlas y limpiarlas para dejar, sin más, que entre tu luz. Ayúdame a percibirlo y a darle forma. Gracias, Señor.
CONTEMPLACIÓN:
“Nada hay cerrado”
Puerta, voz,
llamada, paso,
vida que se abre,
sí, se abre,
mejor, siempre abierta.
En ti nada hay cerrado,
todo es horizonte,
al que poder mirar,
donde dirigirme,
donde ya no hay peguntas,
que de nada sirven,
porque sólo queda el vibrar
de una experiencia
que brota del Amor.
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