Martes de la Semana 1 de Cuaresma – 2

CUARESMA

 

Martes 1º

 

 

LECTURA:           

“Mateo 6, 7‑15”

 

 

En aquel tiempo, dijo Jesús a sus discípulos: «Cuando recéis, no uséis muchas palabras, como los gentiles, que se imaginan que por hablar mucho les harán caso. No seáis como ellos, pues vuestro Padre  sabe lo que os hace falta antes de que lo pidáis. Vosotros rezad así: «Padre nuestro del cielo, santificado sea tu nombre, venga tu reino, hágase tu voluntad en la tierra  como en el cielo, danos hoy el pan nuestro de cada día, perdónanos nuestras ofensas, pues nosotros hemos perdonado a los que nos han ofendido, no nos dejes caer en la tentación, sino  líbranos del Maligno.»

Porque si perdonáis a los demás sus culpas, también vuestro Padre del cielo os perdonará a vosotros. Pero si no perdonáis a los demás, tampoco vuestro Padre perdonará vuestras culpas.»

 

 

MEDITACIÓN:            

“Padre nuestro”

 

            Si el texto de ayer nos podía sorprender, a pesar de que podamos estar habituados a escucharlo, pienso que el evangelio de hoy nos da la clave de esa realidad que nos llama a no ser indiferentes, a estar plenamente inmersos en las alegrías o tristezas de los otros, porque no es un mandato el que nos vincula, sino una relación de familiaridad. Dios se nos manifiesta como Padre, y nosotros sus hijos, por lo tanto hermanos entre nosotros.

 

            La verdad es que dar un salto de ahí a nuestra experiencia, algo aparentemente fácil, no resulta sencillo, nunca lo ha sido, pero menos cuando vivimos en una sociedad en la que la relación familiar está totalmente trastocada. Pero no podemos eliminar las referencias y no podemos olvidar, por mucho que hayamos confundido las cosas, que hay unas relaciones bases elementales, que nos vinculan a las personas desde la misma base genética, que se da hasta en la escala animal, y que en sí misma está pidiendo unas relaciones básicas, primarias, donde se gestan los lazos más íntimos y profundos de las personas, y donde nos jugamos hasta el futuro de nuestra personalidad equilibrada. Y cuando eso se trastoca, se confunde o se rompe, todo se disloca, y estamos percibiendo claramente sus consecuencias.

 

            Por eso no podemos eludir ni dejar de expresar esos lazos  ideales, al margen de lo que seamos capaces de hacer con ellos, porque no podemos perder las referencias. Por eso, a Dios lo podemos seguir entendiendo y acogiendo como un padre, y si queremos matizarlo ante nuestras dudas o no percepciones reales, tendríamos que decir como ese “padre bueno” que pienso a todos nos gustaría tener.

 

            Y ése es el punto de partida en la experiencia de Dios que tiene Jesús y ante la que se vuelca. No es un título, es una realidad afectiva, íntima, profunda, que lo vincula de tal manera a él que todo el proyecto de su vida va a estar orientado a hacer realidad la voluntad, el deseo, el plan de ese Padre para con él y con cada uno de nosotros sus hijos.

Un plan de vida, de liberación, de dignidad, de felicidad, que nos implica a todos para hacerlo realidad. No lo da hecho, porque nada hay hecho, hay que construirlo, hay que hacerlo realidad. Dios Padre nos llama a construir, a hacer del mundo y del hombre una familia. Tal vez es un sueño imposible, pero es el sueño de todo buen padre de cara a los suyos, y es el sueño del proyecto de Dios que ha empezado a gestar en su pueblo, no con mucho éxito, que ha culminado en su Hijo amado, Jesús, y desde el cual nos ha mostrado las líneas de acción para hacerlo realidad.

 

            Esta oración que nos deja Jesús, es como el recuerdo continuo de la acogida de este Dios Padre. Es el punto de mira que nos recuerda nuestra llamada continua a la conversión que nos mantiene y adentra en esta llamada profunda y retadora. Es la línea desde la cual adentrarnos en la aventura de la construcción esperanzada de nuestra historia personal y colectiva, individual y fraterna. Estamos muy lejos, por eso es importante la llamada y la respuesta que podamos dar. Aprovechemos este tiempo de reflexión.

 

 

ORACIÓN:            

“Sigue enseñándome”

 

            Padre, a mí también me gusta llamarte padre, porque en ti esa palabra adquiere una fuerza y una profundidad y una amplitud especial, porque ello me vincula, me crea lazos, me hace asomarme al corazón del otro, porque me permite no hacerme indiferente, no desde una vinculación meramente social, sino mucha más rica, más total, más honda. Y me gusta porque al llamarte así, te experimento a mi lado, estimulando mi camino, ayudándome a crecer, a pasar por encima o romper todo aquello que diluye mi dignidad y me cierra perspectivas. Llamarte Padre, experimentarte padre, agranda mi visión del hombre, del mundo, de la historia, de mí mismo, y me inserta en un proyecto de amor, que sé que me desborda, aunque me suene bien, pero que me hace sentir que es la única manera de construir humanidad de verdad, aunque tantas veces la sienta frustrada y que se me escapa o que no sé cómo encauzarla. Por eso, sigue enseñándome y a no desertar de llamarte así. Gracias, Padre.

 

 

CONTEMPLACIÓN:            

“Siempre amando”

 

Que grandeza

y que pequeñez,

poderte llamar a ti, Dios,

Padre.

Padre del cielo

y de mi corazón,

de mis entrañas

y de mis ansias.

Padre que me abrazas

y que me lanzas

al camino de la vida,

sabiendo que estás,

siempre estás,

en mi risa y en mi llanto,

en tu palabra y tu silencio;

Padre mío y de todos,

creando lazos,

rompiendo nudos,

saltando muros,

tendiendo brazos,

amando,

siempre amando.

 

 

 

 

 

 

 

 

 

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