TIEMPO ORDINARIO
Lunes 6º
LECTURA:
“Marcos 8, 11-13”
En aquel tiempo, se presentaron los fariseos y se pusieron a discutir con Jesús; para ponerlo a prueba, le pidieron un signo del cielo.
Jesús dio un profundo suspiro y dijo: ¿Por qué esta generación reclama un signo? Os aseguro que no se le dará un signo a esta generación.
Los dejó, se embarcó de nuevo y se fue a la otra orilla.
MEDITACIÓN:
“No se le dará un signo”
Jesús no puede ser más claro, pero aquellas gentes y nosotros mismos seguimos pidiendo signos para poder creer. Pero si hay signos, si todo se ve claro, si todo tiene explicaciones científicas, ya no hay nada que creer, todo está explicito y la fe ya no es necesaria, sería como una especie de contradicción.
Cuando en nuestro caminar por la vida nos encontramos con los otros, con el misterio de su forma de ser, siempre sorpresivo, cuando emprendemos la aventura del caminar con alguien, cuando emprendemos un viaje, todo lo apoyamos en suposiciones, planes, no en certezas, y eso, lejos de frenarnos, al contrario, nos llama, por decirlo de alguna manera, a la aventura.
De la misma manera, al entrar en relación con los otros, asumimos el misterio del camino que se va descubriendo, intuyendo, pero que nunca termina de tener una respuesta definitiva, porque nuestra realidad va mucha más allá de lo que nosotros mismos pensamos incluso de nosotros mismos; y, sin embargo, seguimos creyendo y esperando en nosotros y en los otros.
De Dios, sin embargo parece que queremos tenerlo todo claro, queremos que nos desvele toda su esencia de golpe en lugar de aprender un camino de búsqueda, un camino de inmersión en él, en medio de los avatares desconcertantes, gozosos y dolorosos de nuestra vida, que nos siguen hablando de un misterio que no abarcamos pero, al mismo tiempo, de un Dios, que empuja nuestra historia hacia adelante, la apoya, la fortalece y le ofrece un presente, un modo de ser y de hacer, y un futuro en el que nos pide creer, confiados en él.
Y sin embargo, hay signo. Para nosotros, igual que para aquellos, el signo es Jesús mismo. Es su relación personal con Dios. Es su cercanía al ser humano herido para dignificarlo. Es su sensibilidad humana y su ponerse en juego para convertirse en portador de vida no en destructor de ella. Es su acogida para acoger el dolor desde el amor, y abrir puertas donde nosotros las vemos cerradas o las cerramos.
Jesús es el único signo, no hay otro ni lo va a haber, aunque Dios nos puede sorprender. El signo de un Dios que ríe y llora con nosotros, y que se duele de la impotencia de su amor ante nuestra libertad que se cierra a su llamada de vida. Un Dios que ante nuestras catástrofes no nos da palabras, acompaña el silencio de nuestro dolor, como él mismo lo experimentó, y que sólo puede abrirse al abrazo de un Dios que acoge en el silencio llamándonos a estar preparados porque no sabemos el día, la hora, ni el cómo, pero que no quiere que nadie se pierda, y para eso se nos ha hecho signo, presencia viva en Jesús.
Es el signo desconcertante del amor que no nos deja, aunque no lo sintamos, pero que está, que es, que existe, que se ha revelado, y que nos ofrece su mano para hacer el camino del misterio de nuestra propia persona y nuestra historia. Si esto nos hace suspirar ante una respuesta que nos deja insertos en el camino de la fe, también a Jesús le arrancaron otro suspiro al hacerle la pregunta cargada de desconfianza, invitándonos hoy a confiar y creer, porque Dios es Dios con o sin signos. En este caso lo hay, a pesar de la respuesta de Jesús, aunque quedaba implícita. Tenemos el signo más grande: el mismo Jesús.
ORACIÓN:
“Misterio de amor”
Qué contradictorios somos, Señor. Te has metido en nuestra historia, nos has manifestado la fuerza del amor como ese potencial capaz de cambiarlo todo, pero no nos basta. Seguimos pidiendo signos materiales, milagros, cosas extraordinarias. Rechazamos supuestamente a un Dios que quiera manejar nuestras personas y nuestra historia, pero en el fondo lo deseamos. No terminamos de asumir nuestra responsabilidad en el mal y en el bien, especialmente en el mal que generamos con una carga de inhumanidad a la que ya no sabemos poner palabras. Tampoco terminamos de asumir nuestra realidad caduca, limitada, expuesta a los avatares de nuestra contingencia que cuando experimenta sus efectos nos vuelve a hacer la pregunta tópica y típica de por qué lo permites. Hoy, Señor, me basta saber que eres, que estás, que te has manifestado en toda la fuerza de vida presente y futura en Jesús, y ahí apoyo la fuerza del misterio de mi debilidad y de mis dudas, que se abrazan con fuerza a tu misterio de amor. Gracias porque me permites sentirlo y hacerlo porque eso alienta mi vida.
CONTEMPLACIÓN:
“Me basta”
Me basta mirar al cielo
y escrutar una sonrisa.
Me basta ver una mirada
y descubrir una pregunta
o una respuesta esperada.
Me basta ver el dolor
que no tiene respuestas,
y el que la tiene sin
que nadie responda.
Me basta mirar la historia,
la mía y la de todos,
la que me envuelve,
para ver tu grito y tu silencio,
signo de un amor que llama.
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