TIEMPO ORDINARIO
Jueves 4º
LECTURA:
“Marcos 6, 7-13”
En aquel tiempo, llamó Jesús a los Doce y los fue enviando de dos en dos, dándoles autoridad sobre los espíritus inmundos.
Les encargó que llevaran para el camino un bastón y nada más, pero ni pan ni alforja, ni dinero suelto en la faja; que llevasen sandalias, pero no una túnica de repuesto. Y añadió: quedaos en la casa donde entréis, hasta que os vayáis de aquel sitio. Y si un lugar no os recibe ni os escucha, al marcharos sacudíos el polvo de los pies, para probar su culpa.
Ellos salieron a predicar la conversión, echaban muchos demonios, ungían con aceite a muchos enfermos y los curaban.
MEDITACIÓN:
“La conversión”
No, no estamos en cuaresma, esa es la pena, que hemos enjaulado esta palabra y lo que ella significa, claro está, a un tiempo litúrgico y, encima, muchas veces, reduciendo su contenido a la realización de unos gestos temporales, cuando estamos ante la llamada central de Jesús desde el inicio de su vida pública, que se pone de manifiesto de nuevo ahora, cuando envía a sus discípulos a la misión, y que resonará de nuevo en llamada urgente, después de pentecostés, como primer anuncio, igual que Jesús, de la actitud a asumir a partir del encuentro con él.
Y es que la conversión, como ya sabemos aunque lo olvidemos, forma parte o debe formar parte de nuestro día a día, porque ella nos está encauzando la mirada continuamente a Dios, al Dios amor que se nos ha manifestado, y que nos está pidiendo dar un vuelco a nuestro corazón para que mire y valore las cosas a través de él.
Hoy, si nos miramos con sinceridad a nosotros mismos, si miramos a nuestro alrededor, no podemos menos que volver a experimentar la fuerza y la necesidad de acoger esta llamada que nos viene de parte de Dios y de los suyos. Nuestro distanciamiento de él, nuestra posible distorsión de su mensaje, nuestra superficialidad o indiferencia, la realidad de un hombre y un mundo que se nos desmorona, que estamos rompiendo de tantas maneras humillantes, nos están gritando, si queremos verlo, si no estamos ciegos, que necesitamos dar un giro hacia algo que está más allá de nosotros mismos y, al mismo tiempo, en nuestro propio interior, como potencial de vida nueva.
Pero lo nuclear es que no sólo podemos verlo como un esfuerzo de cambiar actitudes que vemos resignadamente que repetimos, no es ése el primer paso, ése es el segundo. El primer paso es tener el valor de mirarle a él, de mirar a Dios en Jesús, de descubrir en él las consecuencias de un amor acogido y asumido en todo su potencial, no reducido a un juego ni a un mero sentimiento que hoy está y mañana se desvanece. El amor es mucho más grande, y más serio y más profundo, y más tremendo, pero como nos asusta su realidad lo reducimos a algo manipulable sujeto a nuestro capricho.
Ése es el drama, tal vez, de nuestra incapacidad o de nuestros miedos a asumir la grandeza de las cosas que piden tomar en serio lo que somos, y que la vida, con sus alegrías o con sus dramas, nos muestran. En medio de todo ello, la conversión no es una palabra aciaga, sino una palabra sanadora y salvadora donde se pone en juego y se apoya nuestra esperanza. Vivirla y anunciarla forma parte de nuestra tarea cotidiana como buena noticia que nos viene de parte de Dios.
ORACIÓN:
“Mi respuesta ante la vida”
Señor, ayúdame a tomar en serio tu llamada, gozosamente en serio, porque no se trata de meter mi vida en una especie de tensión amarga, sino precisamente todo lo contrario, descubrir dónde se haya la fuerza de mi vida, dónde puedo encontrar el apoyo y la esperanza desde los que poder ir aprendiendo a poner en juego o a desarrollar en mí, toda esa fuerza de vida con que me has bendecido. A veces pensamos que la vida es un juego, o un mero acontecer de realidades que nos vienen dadas, y ante las que nada podemos hacer; y, es cierto que muchas son así. Pero las que dependen de mí, de mis actitudes, de mi acogida, de mis valores, de mi respuesta ante la vida, parte de mí querer, de mi conciencia, de mi voluntad, y quiero Señor, que partan de ti, porque en ellas me reconozco creciendo, haciéndome, construyéndome y construyendo. Ayúdame, Señor. Gracias.
CONTEMPLACIÓN:
“Construir mi historia”
Siempre hay algo que cambiar,
pero yo quiero cambiar el corazón,
darle una vuelta de calcetín
para que se envuelva en torno a ti,
como arropándote y queriéndome arropar,
y dejar que el calor de tu amor
mantenga viva mi llama de vida.
Construir mi historia esperanzada
convencido de que en mí hay más,
porque tú te has hecho presente;
porque empujas mis pasos,
porque caminas conmigo,
porque mi vida es tuya y mía,
porque tú la estimulas y cuidas,
porque yo la pongo en tus manos.
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