TIEMPO ORDINARIO
Martes 3º
LECTURA:
“Marcos 3, 31-35”
En aquel tiempo, llegaron la madre y los hermanos de Jesús, y desde fuera lo mandaron llamar.
La gente que tenía sentada alrededor le dijo: Mira, tu madre y tus hermanos están fuera y te buscan.
Les contestó: ¿Quiénes son mi madre y mis hermanos? Y paseando la mirada por el corro, dijo: Estos son mi madre y mis hermanos. El que cumple la voluntad de Dios, ése es mi hermano y mi hermana y mi madre.
MEDITACIÓN:
“El que cumple”
Lo sabemos de siempre. Las palabras no bastan, ni bastan las buenas intenciones. No es poco tener buenas palabras y tener buenos deseos, podemos decir que es el punto de partida. Pero eso es sólo como la chispa que se enciende y que luego tiene que dar paso a la creatividad, a la acción, a la realización.
Cierto, y Jesús lo sabe, que nada o muy pocas cosas en la vida funcionan por automatismo. Todo se realiza en procesos, más o menos rápidos o lentos. Todo ello depende de la realidad de las cosas y de nuestra propia realidad, cualidades, valores, posibilidades, medios, etc.
Todavía resuena cercano el eco del año comenzado en el que todos manifestábamos nuestros mejores deseos, y es bonito y tiene que ser así. Lo triste sería desearnos algo malo o ser indiferentes y, no, no lo somos, no podemos serlo. Aún en nuestro no hacer no hay indiferencia porque todo influye y afecta, para bien o para mal. Por eso, lo importante es saber que todo deseo necesita ir acompañado de nuestra disposición a poner lo que esté de nuestra parte para colaborar en su hacerlo posible. Ése es nuestro reto de cada día, en eso consiste la aventura de cada amanecer.
Por eso, esta llamada de Jesús es significativa y resuena muy importante cuando, además, el marco en el que la pone de manifiesto implica a los suyos, incluso a su madre, no para desvalorizar a nadie sino para poner de manifiesto esa realidad profunda de Dios que va más allá de todas las barreras o esquemas nuestros, para descubrirnos nuestra vinculación en él. Es el descubrimiento de dónde se apoya nuestra filiación común, de nuestra fraternidad y maternidad mutua. Jesús nos está desbordando con sus afirmaciones y enriqueciendo los lazos de nuestra existencia común que Dios realiza en nosotros, haciéndonos familia suya, haya lazos de sangre o no.
Y este sigue siendo nuestro reto. No nos suena nuevo y, sin embargo, nos sigue resonando a reto pendiente, a tarea que no se acaba, a proceso que abraza todo el camino de nuestra vida, en el que experimentamos tantas cosas que a veces hasta nos hacen perder la referencia y el camino, asediados como estamos por tantas circunstancias que nos condicionan de mil maneras. La experiencia de ese hacer, de ese intentar llevar adelante esta tarea, es la que nos va permitiendo descubrir que merece la pena, a pesar de nuestros avances y retrocesos. Puede parecer imposible cuando miramos a nuestro alrededor, cuando nos miramos a nosotros mismos, cuando seguimos abriéndonos a un año que nos empieza desde el principio con nuevas amenazas. Todo ello, debemos aprovecharlo para convencernos de la necesidad de abrirnos cada vez más a esta llamada de Jesús. Él sigue siendo camino de salvación.
ORACIÓN:
“Que me abra a ti”
Gracias, Señor, por tu empeño en vincularte a nosotros y en vincularnos a ti. Gracias, sobre todo, porque no lo impones, lo ofreces. Es un ofrecimiento de familiaridad, de descubrir las relaciones nuevas que se generan, o se pueden generar entre nosotros, cuando somos capaces de reconocer la realidad de tu existencia, y lo que puede suponer si nos abrimos a ella. Muchas veces me cuesta entender porqué nos oponemos a construir esos lazos contigo y derribar tantas barreras que nos hacen la vida imposible, y me abren a la duda de si realmente en nosotros tiene más fuerza el poder del mal que el del bien, y si en lugar de asumir un empeño de avanzar en humanidad nos hubiésemos propuesto degradarla, humillarla, hundirla. Señor, mi esperanza se apoya en ti, y creo firmemente que sólo en la medida que nos abramos, que me abra a ti, algo nuevo se irá realizando en nosotros y en mí. Ayúdame, Señor.
CONTEMPLACIÓN:
“Desde ti”
Cumplir, hacer, realizar,
encarnar mis sueños,
dar peso a mis anhelos
para dejar que tomen forma
y se conviertan en gesto,
en caricia de vida,
en medio de mis sombras.
Dejar que fluya desde ti
ese rayo de luz
que me permite intuir
que hay vida
y que merece la pena
ser vivida, recreada,
con todo mi empeño,
en cada despertar.
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