Semana 1 Jueves B

TIEMPO ORDINARIO

 

Jueves 1º

 

 

LECTURA:               

Marcos 1, 40-45”

 

 

En aquel tiempo, se acercó a Jesús un leproso, suplicándole de rodillas: Si quieres, puedes limpiarme.

Sintiendo lástima, extendió la mano y lo tocó diciendo: quiero: queda limpio. La lepra se le quitó inmediatamente y quedó limpio.

Él lo despidió, encargándole severamente: No se lo digas a nadie; pero para que conste, ve a presentarte al sacerdote y ofrece por tu purificación lo que mandó Moisés.

Pero cuando se fue, empezó a divulgar el hecho con grandes ponderaciones, de modo que Jesús ya no podía entrar abiertamente en ningún pueblo; se quedaba fuera, en descampado; y aun así acudían a él de todas partes.

 

 

MEDITACIÓN:              

“Se acercó a Jesús”

 

            Pienso que tenemos que hacer un esfuerzo por cambiar un poco nuestro “chip” de relaciones. Es verdad que cada uno somos diferentes y nuestra forma de ser y de pensar y valorar influye a la hora de marcar el modo y el ritmo de nuestro acercamiento a los otros y, por supuesto, también a Dios. Hay veces que esperamos que sean los otros quienes den el primer paso, y, tal vez, no nos damos cuenta de que es el otro quien puede estar necesitando ese primer paso por nuestra parte.

 

            En el caso de Dios parece que tenía que sernos más fácil si cabe, porque si algo creemos, y acabamos de celebrar, es que es él quien ha tomado esa iniciativa. Es él quien ha salido a nuestro encuentro. Es él quien ha salido totalmente, con todas las consecuencias, de su terreno, para ponerse en el nuestro. Es él, en definitiva, quien ha tomado la decisión de acercarse y de querer quedarse con nosotros, en medio de nosotros, dentro de nosotros. Y no lo ha hecho ni lo hará forzando nuestra voluntad sino ofreciéndonos su amor para que lo acojamos si creemos que ello aporta sentido a nuestra existencia.

 

            Y esa va a ser la historia que vamos a ver continuamente a lo largo de su paso entre nosotros en ese doble movimiento: un Jesús que se acerca siempre al hombre y el hombre que lo descubre y se acerca a él. Ése es el testimonio de muchos encuentros como al que hoy nos asoma este evangelio.

 

            Aquel hombre sintió que podía acercarse a Jesús. Y se acercó con un respeto que a mí me parece precioso. No impone, casi ni siquiera pide, es como si supiese que no tiene derecho a exigir nada, pero confía. Intuye al menos que en este Jesús al que se acerca no va a haber un rechazo, o una indiferencia, sea cual sea el resultado para su salud. “Si quieres puedes”. Y Jesús, cuando nos aceramos a él así siempre quiere, siempre se pone a nuestro lado, siempre responde, siempre sana y salva nuestra humanidad.

 

            Muchos dirán, y yo también lo puedo decir, que si nos ceñimos al aspecto meramente material, puede ser que no veamos esa respuesta de sanación física; pero lo que no cabe duda y que, al fin y al cabo, es lo más importante que nos ha traído Jesús y por lo que ha venido, es la sanación de nuestro interior, de nuestro propio corazón la que nos ofrece y da. Pero estamos tan pendientes de nuestras realidades físicas que nuestra dimensión humana, profunda, se nos queda casi siempre a medio camino.

 

            Creo que nos tenemos que llegar a convencer de que nuestra sanación vital, esencial, existencial, es la que está llamada a marcar un cambio profundo en nuestro interior y, más allá de nuestras enfermedades o muertes, descubrir dónde está la fuerza y la verdadera salud de nuestra vida. Eso es lo que Jesús ha venido a salvar, pero no lo consigue porque no le dejamos acercarse o porque nosotros no buscamos el acercarnos a él. Por eso la actitud, el gesto, el acercamiento de este hombre, y de muchos que lo harán a lo largo de su camino, me parece la clave.

 

            Que Jesús se ha acercado es real, ahí está su figura histórica. Pero con eso no basta si no salimos a su encuentro, si solo pedimos de él milagros, cuando él nos ofrece la respuesta a nuestra realidad humana total, la que nos dignifica como humanos, como hijos de Dios si somos capaces de dejarle que de alguna manera nos posea, nos haga suyos, para ser plenamente nosotros mismos. Nos puede parece imposible, pero en él y desde él todo es posible.

        

 

ORACIÓN:             

“Hambre de ti”

 

            Pienso que ahí está el reto a la respuesta que buscamos, nuestra actitud de búsqueda, de salir a tu encuentro, de acogerte. Hemos marcado como una especie de distancia, esperando que todo surja de ti, cuando eso ya se ha dado, y lo que queda es que lo que surja sea nuestra respuesta para acercarnos a ti. Has llamado, llamas cada día a nuestra puerta, y esperas pacientemente hasta que te abramos. Has acampado en medio nuestro y esperas nuestro acercamiento, nuestra apertura, nuestra relación, nuestra intimidad. Señor, reconozco que soy yo el que pongo y levanto mis muros delante de ti. Soy yo quien te cierro el paso y quien dirige la mirada hacia otro lado. Me atraes y, al mismo tiempo, te pospongo detrás de un montón de realidades y, luego, me quejo de tu distancia cuando soy yo el que me he distanciado. Y te necesito, tengo hambre de ti, aunque muchas veces no sepa explicarlo, por eso sigue atrayéndome hacia ti. Gracias, Señor.

 

 

CONTEMPLACIÓN:              

“Confiando en ti”

 

Dirijo mis pasos,

lentos y temerosos

y, al mismo tiempo,

esperanzados,

hacia ti, Señor.

Te busco y retrocedo,

en una especie

de juego conmigo mismo

que no domino

queriendo cogerlo todo,

sin saber aferrarme a ti.

Y sales a mi encuentro,

esperando ver

mi mano tendida,

confiando en ti.

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