Lunes de la Semana 4 de Adviento – 1

TIEMPO ADVIENTO

 

Día 22

 

 

LECTURA:            

Lucas 1, 46‑56”

 

 

En aquel tiempo, María dijo: «Proclama mi alma la grandeza del Señor, se alegra mi espíritu en Dios, mi salvador; porque ha mirado la humillación de su esclava.

Desde ahora me felicitarán todas las generaciones, porque el Poderoso ha hecho obras grandes por mí: su nombre es santo, y su misericordia llega a sus fieles de generación en generación.

Él hace proezas con su brazo: dispersa a los soberbios de corazón, derriba del trono a los poderosos y enaltece a los humildes, a los hambrientos los colma de bienes y a los ricos los despide vacíos.

Auxilia a Israel, su siervo, acordándose de la misericordia, —como lo había prometido a nuestros padres— en favor de Abrahán y su descendencia por siempre.»

María se quedó con Isabel unos tres meses y después volvió a su casa.

 

 

MEDITACIÓN:          

“La grandeza del Señor”

 

            Parece que Dos camina siempre al revés y, por eso, nos resulta a veces complicado encontrarnos con él, nos pilla con el pie cambiado, se sale de nuestros esquemas, nos sorprende y no encaja con nuestras visiones de Dios siempre apoyadas en nuestro interés. Aunque ahí sí que coincidiríamos, porque él si algo mira es nuestro interés, pero también los intereses de uno y de otros van descolocados. Él mira hacia arriba y hacia dentro, y nosotros parece que nos miramos sólo al ombligo. Somos capaces de levantar la mirada un ratito pero en seguida nos entra vértigo y volvemos a mirar a nuestro centro, y así generamos el mundo que generamos, al menos el que más se ve.

 

            Tenemos aires de grandeza, buscamos el bienestar, pero el nuestro, el de los demás nos importa muy poquito, aunque, como digo y sabemos, hay muchos, muchos, hasta sorprendernos, que todavía mantienen un corazón humano y sensible, pero esos trabajan, como Dios, sin necesidad de publicidades.

 

            María, esa pobre muchacha, pobre en el sentido más amplio y material de la palabra, pero inmensa en su interior, canta la grandeza de un Dios que ha experimentado tan tremendamente grande que por eso es capaz de hacerse tremendamente pequeño. Porque hay que tener un corazón muy grane para ser capaz de hacerse pequeño. Los corazones raquíticos no pueden ni intuirlo. Un Dios sin aires de grandeza, ni de títulos de “todopoderoso” y cosas así que decimos con expresiones grandilocuentes, y que tiene predilección por elegir lo pequeño, lo que no se ve, lo que aparentemente no cuenta, para actuar en ellos, pero eso sí, sin imposiciones, sino contando con ellos.

 

            Un Dios que se va a hacer uno como nosotros, Pablo nos dirá “pasando como uno de tantos”, sin hacer ningún “alarde de su categoría de Dios”, hasta “someterse incluso a la muerte y una muerte de cruz”. No se puede ser un Dios más loco y desconcertante y, todo ello,  por la locura de su amor hacia nosotros, que hasta nos resulta difícil generar amor entre nosotros mismos. Una grandeza para abajarse, para liberarnos de nuestras propias esclavitudes, para salvarnos, porque eso sí que es algo que no somos capaces de hacerlo por nosotros mismos, y abrirnos una puerta o una ventana de esperanza en medio de tanta insensatez y superficialidad que no conduce a nada que no sea el vacío y el dolor absurdo.

 

            Este es el Dios tremendo, inmenso, que utiliza su poder para abajarse para amar, para servir y acercarse al hombre herido. Mientras nosotros seguimos tratándonos de cualquier manera; mientras seguimos empeñados en destruirnos, Dios empeñado en rescatarnos de nuestra locura tratando de tocar nuestro corazón para humanizarlo. Eso es lo que comprendió y experimentó María, una sencilla muchacha de Nazaret, invitándonos a acoger este empeño de Dios. Esto es el Adviento y la Navidad. Esto es lo que Dios quiere que sea cada día de nuestra vida.

 

 

ORACIÓN:               

“Tu esperanza en mí”

 

            Señor, gracias por acercarte a nosotros. Gracias por abrir camino hasta nuestra historia esperanzada y dolorida. Gracias por querer acompañar y estimular nuestros pasos cuando tantas realidades los frenan o los tratan de desviar hacia sendas que no conducen a ningún sitio. Señor, en medio de mis paradas y desvíos dirijo mi mirada hacia ti porque es donde vislumbro luz, donde a veces no veo nada porque lo enturbio yo mismo. Señor, quiero seguir acogiendo tu llamada, quiero repensar e interiorizar tu empeño en manifestarnos la grandeza y hasta la impotencia de tu amor, que se frena ante nuestras puertas cerradas. Pero sigue en tu empeño, Señor, sigue tocando mi puerta, que no se apague tu esperanza en mí y mi esperanza en ti. Gracias, Señor. 

 

 

CONTEMPLACIÓN:            

“Proclama mi alma”

 

Proclama mi alma

tu grandeza y tu pequeñez;

proclama el gozo de saber

tu empeño para llegar

hasta ese espacio

que se abre y cierra en mí,

porque guarda miedos,

no de ti sino de mí mismo,

aunque lo llame con otro nombre

o ni siquiera quiera llamarlo.

Proclama mi alma tu grandeza

que abre mi esperanza

y humaniza mi corazón.

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