TIEMPO ORDINARIO
Jueves 33º
LECTURA:
“Lucas 19, 41-44”
En aquel tiempo, al acercarse Jesús a Jerusalén y ver la ciudad, le dijo llorando: ¡Si al menos tú comprendieras en este día lo que conduce a la paz! Pero no: está escondido a tus ojos.
Llegará un día en que tus enemigos te rodearán de trincheras, te sitiarán, apretarán el cerco, te arrasarán con tus hijos dentro, y no dejarán piedra sobre piedra. Porque no reconociste el momento de mi venida.
MEDITACIÓN:
“Le dijo llorando”
Tal vez pasemos por alto estos matices que nos ponen de manifiesto, no solo la sensibilidad de Jesús, sino la sensibilidad de Dios que se manifiesta en Jesús. A veces buscamos las grandes palabras o mensajes y no nos fijamos en cómo están enmarcadas poniéndonos de manifiesto la profundidad o la seriedad que para Dios tienen muchas cosas que pasamos desapercibidas o a las que ya nos hemos acostumbrado como algo natural o algo que no tiene remedio.
Jesús llora, y lo hace en muchas ocasiones, tal vez en otras muchas que no han quedado plasmadas porque no lo vieron sus discípulos o tampoco supieron valorarlo. Jesús, que encarna la realidad de Dios, es sensible al dolor humano, al que infringimos a otros o a nosotros mismos sin pararnos a pensar el peso de sus consecuencias.
No llora por él, llora por el hombre que se autodestruye por no ser capaz o no querer abrirse a lo que le puede ayudar a construir su paz profunda, su paz interior, que es la que da pie a la exterior. Jesús llora porque el hombre se rompe y lo rompemos, porque olvidamos que es obra o que somos obra suya, imagen de Dios.
Jesús llora y Dios llora en él, porque Dios no es impasible, ni frío ni indiferente, bien claro nos lo ha puesto de manifiesto, por eso ha querido acampar en medio de nosotros, para decirnos cómo nos ama y cómo se ama. Y llora ante la degradación del hombre que le olvida y que oprime a los otros hombres. Llora ante las injusticias, ante la insolidaridad y el egoísmo que sigue vertiendo tanta sangre y generando tantísimo dolor en tantos inocentes, oscureciendo así la historia.
Y todo esto nos lo dice, nos lo repite, llorando, para que nosotros nos hagamos sensibles, para que también aprendamos a llorar como él, porque si los hombres supiésemos llorar acabaríamos con el dolor injusto. El dolor que provoca la enfermedad o las catástrofes naturales nos remueve, pero el dolor injusto se hace doblemente trágico porque, sin más, es absurdo, sin sentido, efecto y consecuencia del mal buscado y querido, de nuestro olvido de Dios. Y cuando generamos dolor desde la fe, desde cualquier fe, eso ya es sacrilegio.
Tenemos que aprender a llorar, que nos duela el dolor del mundo, porque será manifestación de que nos estamos haciendo más humanos.
ORACIÓN:
“Acogida”
Señor, éste es el gran problema, que casi nos estamos haciendo impasibles. Pasamos indolentes ante los demás, se actúa sin importar los otros, buscamos nuestro propio interés o capricho, cueste lo que cueste, y para cuando nos queremos dar cuenta nos hemos hecho indiferentes y cerrados en nuestro mundo egoísta, cómodo y superficial. Y lo peor es que eso se nos contagia. Ayúdame, Señor, para que mi corazón no se endurezca, ayúdame a mantener viva la sensibilidad, ayúdame para que mis actitudes manifiesten interés, humanidad, y rechacen y denuncien el mal. Que no pase indiferente por esta historia. Ayúdame a gozarla y a llorarla. Ayúdame a que mis gestos sean siempre de acogida y de cercanía, como los tuyos. Gracias, Señor.
CONTEMPLACIÓN:
“Tu corazón humano”
No, no eres impasible,
tu corazón no es etéreo,
es divino,
por eso es tan humano,
igual que el nuestro,
y no lo hemos descubierto,
Corazón divino y humano
envuelto en cielo
y en tierra de amor,
por eso ríe y llora,
por eso vive y vivifica.
Tu corazón humano,
mi corazón divino.
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