TIEMPO ORDINARIO
Viernes 23º
LECTURA:
“Lucas 6, 39-42”
En aquel tiempo, ponía Jesús a sus discípulos esta comparación: ¿Acaso puede un ciego guiar a otro ciego? ¿No caerán los dos en el hoyo? Un discípulo no es más que su maestro, si bien cuando termine su aprendizaje, será como su maestro.
¿Por qué te fijas en la mota que tiene tu hermano en el ojo y no reparas en la viga que llevas en el tuyo? ¿Cómo puedes decirle a tu hermano: «hermano, déjame que te saque la mota del ojo», sin fijarte en la viga que llevas en el tuyo? ¡Hipócrita! Sácate primero la viga de tu ojo, y entonces verás claro para sacar la mota del ojo de tu hermano.
MEDITACIÓN:
“Primero la viga de tu ojo”
No es por ser pesimista, o eso creo, pero si miramos a nuestro alrededor, algunos, por no decir casi todos, los mensajes que nos lanza Jesús, parecen imposibles de hacer realidad. Las intenciones de muchos, por no decir de una gran mayoría, van por otros caminos.
Podía parecer que esta realidad de tanta violencia que nos está rodeando y extendiendo, debía generar más ganas de paz, de apostar porque las cosas cambien trabajando unas relaciones que rompan muros, pero parece que los efectos son los contrarios, y lo que sucede es que se extiende el deseo de responder de la misma manera. Y, tal vez, mirando la historia, tengamos que terminar diciendo, dolorosamente, que las cosas tienen que ser así.
Pero el mensaje de Jesús sigue resonando como contracorriente. Precisamente la historia nos muestra el fracaso de tanta violencia, que puede traer momentos de paz forzosa, pero que siga buscando la oportunidad de responder. O, de repente, surgen nuevas realidades, que lo vuelven a trastocar todo. Cada uno aporta su razón para defender sus ideas, de la manera que sea, brutal incluso, como seguimos viendo.
En medio de todo ello, la voz de Jesús sigue resonando, aunque pocos le hagan o le intenten hacer caso. Y llama la atención del riesgo de la ceguera, de esa ceguera no física, sino interior, que nos impide ver las cosas, cuando menos, con objetividad, con sentido común. Jesús sigue creyendo en esa parte de bondad que hay en el corazón humano, aunque a veces dé la sensación de que no aparece por ninguna parte, y de ahí su empeño y el haber en puesto en juego su vida.
Desde ahí apela a la capacidad de mirarnos a nosotros mismos, de descubrir con honestidad y sinceridad todas esas lagunas que nos impiden ver con objetividad las cosas y que nos hacen dejarnos llevar más por la emoción que por la razón. Y, es cierto, si lo que nos ciega es la irracionalidad que ve en el otro la deformidad de nuestra visión, difícilmente podremos llegar a relativizar y a dialogar con sensatez para unirnos en un proyecto común que nos una al menos en la búsqueda de lo que hace bien y construye.
Tal vez tengamos la suerte de que no sean grandes cosas las que se distorsionen en nuestra vida, pero las grandes cosas se generan, normalmente, desde las pequeñas. Por eso vigilar las motas o las vigas que se interponen en los ojos de nuestro corazón resulta vital.
ORACIÓN:
“Atento sobre mí”
La mayor parte de las veces las cosas que nos dices, Señor, son de cajón, pero no por eso nos dejan de desconcertar y de hacernos parar ante actitudes que no damos importancia pero que son prácticamente habituales en nuestros comportamientos. Nos es tremendamente fácil, casi hasta parece lógico, que veamos primero las faltas de los demás, no lo bueno, sino las faltas. Es triste pero siempre estamos más al tanto de lo malo, de los errores que puedan cometer, que de los aciertos. Y sin darnos cuenta vivimos en actitud de agresión y de desconfianza continua. Y en el mejor de los casos, en los que seamos capaces de ver los mismos fallos en nosotros que en los otros, nosotros siempre tenemos disculpas y justificaciones que los demás, por supuesto, no tienen. Y así caminamos y repetimos situaciones que nos impiden avanzar en nuestras relaciones. Hacer lo contrario supone esfuerzo, humildad y sinceridad, algo no muy valorado, pero vital. Ayúdame, Señor, a estar atento sobre mí. Gracias, Señor.
CONTEMPLACIÓN:
“Tu luz”
Quiero ver, Señor,
quiero limpiar el polvo
que enturbia la mirada
de mi confuso corazón
y me impide ver mi verdad
y la de los otros.
Quiero ser capaz de mirar
y de mirarme en ti,
para poder disipar así
la niebla de mi paisaje
que me deje ver tu luz.
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