TIEMPO ORDINARIO
Martes 22º
LECTURA:
“Lucas 4, 31-37”
En aquel tiempo, Jesús bajó a Cafarnaún, ciudad de Galilea; y los sábados enseñaba a la gente. Se quedaban asombrados de su enseñanza, porque hablaba con autoridad.
Había en la sinagoga un hombre que tenía un demonio inmundo, se puso a gritar a voces: ¿Qué quieres de nosotros, Jesús Nazareno? ¿Has venido a destruirnos? Sé quién eres: El Santo de Dios.
Jesús le intimó: ¡Cierra la boca y sal! El demonio tiró al hombre por tierra en medio de la gente, pero salió sin hacerle daño.
Todos comentaban estupefactos: ¿Qué tiene su palabra? Da órdenes con autoridad y poder a los espíritus inmundos, y salen.
Noticias de él iban llegando a todos los lugares de la comarca.
MEDITACIÓN:
“Órdenes con autoridad y poder”
No parece que sea muy atractiva esta frase y, encima así, cogida al vuelo, porque podría sonarnos a connotaciones negativas, cuando parece que hoy cada uno tiene derecho a hacer lo que le venga en gana, y más venidas de Jesús. Y, sin embargo, son muy importantes esas dos palabras y precisamente dichas por él. Y, por ello, deberíamos cogerlas con toda la fuerza de su literalidad.
Esa referencia a la autoridad aparece dos veces en este texto pero con dos sentidos diferentes. Al principio la gente se siente atraída porque habla con autoridad, es decir, habla con convicción. Son palabras que a Jesús le nacen de dentro, vienen cargadas con la experiencia del amor de Dios que acoge y se da. Y es que se nota cuando una persona habla de lo que le sale de dentro y cuando habla simplemente de lo que sabe, y que repite y vive por la fuerza de la obligación, de la norma dada, de lo que dicen o hacen otros, aunque sea bueno, pero no como algo asumido desde el encuentro sincero consigo mismo y, nosotros teníamos que añadir, con Dios.
Esa es la diferencia que la gente palpa de la autoridad de Jesús respecto a la de los fariseos que viven desde las normas aprendidas, sin ser capaces de pasarlas por el crisol del amor de Dios, y terminan convirtiendo las normas en algo tan opresor y pobre que no son capaces de ir más allá de lo que supone el mero cumplir, y desde las que se cierran a la novedad o la amplitud de todas sus consecuencias si no vienen perfectamente definidas.
Frente a ello está esta otra autoridad firme, sin concesiones, al mal. Ahí Jesús no hace la mínima concesión y manda callar y salir a los demonios con todo el peso de su autoridad y poder. Porque esa es la única manera de tratar con el mal, y ahí está la diferencia que nos separa de nosotros que somos bastante dados a flirtear con el mal, a hacer concesiones o a ponernos fácilmente en sus manos, más consciente o inconscientemente, de manera que o terminamos de erradicarlo de nosotros.
Jesús nos enseña una vez más que al mal que nos acecha y trata de seducirnos hay que tratarlo así, con toda la fuerza de nuestra autoridad y poder que tenemos. Lo tenemos porque nos viene apoyad y reforzado por la realidad de la presencia del Espíritu en nosotros, que no es un espíritu de debilidad, sino un Espíritu santo, Espíritu de fuerza y de bien.
Muchas veces terminamos casi echando la culpa al mismo Dios de nuestros pequeños o grandes desmanes, y no nos preocupamos en preguntarnos hasta qué punto hemos actuado con la contundencia de Jesús a la hora de decir ¡fuera!, y de hacer callar, la voz insidiosa del tentador. No nos gusta utilizar este lenguaje, podemos utilizar el que queramos y más nos guste, pero el mal es el mal, y todos conocemos la fuerza de su acción en nosotros. De nuevo aprender de las actitudes de Jesús sigue siendo vital. Nuestro mal no indiferente, lo mismo que nuestro bien, por sencilla que nos pueda parecer nuestra vida. Somos parte del mundo en el que vivimos, y cada pequeño triunfo pequeño o grande, sobre el mal nos hace bien y afecta a todos.
ORACIÓN:
“Estás a mi lado”
Señor, aquí tampoco yo puedo hablar desde la teoría, sino desde la realidad de mi vida, desde la experiencia de mis triunfos o de mis fracasos frente a la fuerza de muchas formas de mal que me han asediado y me asedian a lo largo de la vida. Momentos de lucha, momentos de perder, o de entregarme directamente en sus manos, y que al final te hacen descubrir hasta qué punto muchas veces no somos dueños de nosotros mismos. Hay más cosas de las que pensamos que nos esclavizan, y cosas que decimos rechazar pero que el fondo deseamos, hasta entregarnos en sus brazos, aunque luego lo lamentemos. Sí, Señor, me falta muchas veces la valentía y la fuerza de esa lucha cuerpo a cuerpo, en serio, contra ese mal sutil que veces él mismo me hace percibirlo como bien. Por eso te pido que sigas ayudándome en esta batalla continua. Que lo haga de verdad, no como el que siente una carga sino como aquel que ansía buscar su liberación, y en cuyo empeño sé que estás a mi lado. Gracias, Señor.
CONTEMPLACIÓN:
“Vienes conmigo”
Te acercas a mí
con la fuerza del amor,
con la mirada limpia
del que quiere ayudarme
a hacer la batalla de mi vida,
abriéndome paso a través
de las nubes oscuras
que se ciernen sobre mí.
Y en esa aventura de mi camino
me recuerdas continuamente
que tu fuerza quiere hacerse mía,
y tu poder vencer mi fragilidad
porque tú vienes conmigo.
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