Semana 14 Miércoles A

TIEMPO ORDINARIO

 

Miércoles 14º 

 

 

LECTURA:              

Mateo 10, 1-7”

 

 

En aquel tiempo, Jesús llamó a sus doce discípulos y les dio autoridad para expulsar espíritus inmundos y curar toda enfermedad y dolencia.

Estos son los nombres de los doce apóstoles: el primero, Simón, el llamado Pedro, y su hermano Andrés; Santiago el Zebedeo, y su hermano Juan; Felipe y Bartolomé, Tomás y Mateo el publicano; Santiago el Alfeo, y Tadeo; Simón el fanático, y Judas Iscariote, el que lo entregó.

A estos doce los envió Jesús con estas instrucciones: No vayáis a tierra de paganos ni entréis en las ciudades de Samaría, sino id a las ovejas descarriadas de Israel. Id y proclamad que el Reino de los Cielos está cerca.

 

 

MEDITACIÓN:                

“Id y proclamad”

 

 

            Sabemos que desde muy prontito, Jesús puso en marcha a sus discípulos. Era un grupo pequeño que se dejó cautivar por Jesús y su mensaje, aunque luego uno pasaría a ser traidor. Sólo desde esa seducción podían comenzar aquellos hombres esa tarea de convertirse en portadores de esa vivencia.

 

            Porque se trata de eso. No solamente de apuntarse a un mensaje atrayente e ilusionante, sino de trasmitir lo que en ellos se ha convertido en una experiencia que ha trastocado sus vidas, que les ha abierto unos horizontes nuevos de esperanza, no sólo a nivel religioso, sino capaz de trastocar toda la realidad personal y social que les enmarca. Han empezado a intuir que la mano de Dios se ha acercado, se ha hecho presente en Jesús, y que toda posibilidad de algo nuevo que arranca de él es posible, está cerca, está a nuestro alcance, porque está inserta como posibilidad dentro de cada uno.

 

            Desde todo eso que está despertando en ellos como realidad y esperanza, son enviados por Jesús, no sólo para comunicarlo sino que, podíamos decir, para gritarlo, para proclamarlo, como la gran noticia llamada a hacerse realidad abriendo el corazón a ella, dejándole resonar y tocar nuestro interior.

 

            A pocos podía enviar Jesús porque a pocos tenía en su inicio, al margen del simbolismos de ese número, pero hoy somos muchos. Hoy estamos nosotros entre esos llamados por él. En nuestro bautismo resonó ya esa llamada que quedó en compás de espera, si es que éramos niños. Jesús nos ha ido alimentando por el camino de nuestra vida con su palabra, con sus sacramentos y hoy, el hoy de cada día nuestra historia nos dice a cada uno, desde nuestra realidad, no hace falta ministerios especiales, “id y proclamad”.

 

            La única condición es, como la de aquellos hombres, habernos dejado seducir por él. Haber descubierto y experimentado su presencia en nuestras vidas. Haber sentido o intuido que su palabra hace arder nuestro interior porque nos habla al corazón, y su palabra nos ofrece calor, fuerza, luz, esperanza, nos descubre nuestro mundo interior infinito cargado de capacidad de amor y de bien.

 

            Tomar conciencia de nuestra realidad de enviados, allí donde estamos, es muy importante. No, no hace falta que nos vayamos a ninguna parte, sino que salgamos de nosotros mismos, para que, rompiendo reticencias y miedos, comuniquemos allí donde estamos, lo que ha hecho y hace Jesús con nosotros. Lo que supone su presencia en nuestras vidas, y los que nos ha permitido vislumbrar en nosotros y fuera de nosotros. La fuerza que su palabra de esperanza realiza en nuestro caminar, a veces alegre y otras confuso y dolorido, porque la vida es así. Pero con la experiencia de que es él quien arroja lejos nuestros espíritus inmundos y nuestras dolencias, mantenido firmes nuestros pasos junto a él.

 

 

ORACIÓN:              

“El testimonio de mi vida”

 

 

            Nos cuesta reconocer, Señor, esta realidad de enviados. La hemos ligado siempre a salir fuera; y sí, de alguna manera es salir fuera, pero no en el ámbito geográfico sólo, sino en el ámbito de nuestro ser. Porque el gran riesgo de hoy y de siempre es quedarnos y cerrarnos en nosotros. Nuestro ámbito es tierra de misión. Es espacio en el que comunicar nuestra experiencia de fe, de encuentro con el Dios que se nos ha manifestado en Jesús. Y que, por lo tanto, ahí está nuestra tierra de misión, de ser testigos de tu evangelio. Ayúdame, Señor, a no olvidarlo como evasión o justificación. Que mi vida sea, con la palabra o con el silencio, pero siempre con el testimonio de mi vida, incluidas mis limitaciones, anuncio de tu presencia y de tu amor. Gracias, Señor.

 

           

CONTEMPLACIÓN:               

“Un grito de vida”

 

Tu llamada se convierte

en fuente que clama

por desbordarse en mí.

Fuente que gota a gota

quiere horadar la roca

de mi reseco corazón,

que necesita la savia

fresca y vivificante

de tu vida regalada

que llegue a muchos,

como un grito de vida.

Y en este desierto,

que a veces me siento,

reverdece continuamente

tu presencia esperanzada

que me sana y que me envía..

 

 

 

 

 

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