TIEMPO ORDINARIO
Viernes 13º
LECTURA:
“Mateo 9, 9-13”
En aquel tiempo, vio Jesús a un hombre llamado Mateo sentado al mostrador de los impuestos, y le dijo: Sígueme. Él se levantó y lo siguió.
Y estando en la mesa en casa de Mateo, muchos publicanos y pecadores, que habían acudido, se sentaron con Jesús y sus discípulos. Los fariseos, al verlo, preguntaron a los discípulos: ¿Cómo es que vuestro maestro come con publicanos y pecadores? Jesús lo oyó y dijo: No tienen necesidad de médico los sanos, sino los enfermos.
Andad, aprended lo que significa «misericordia quiero y no sacrificios»: que no he venido a llamar a los justos, sino a los pecadores.
MEDITACIÓN:
“Aprended”
Ésta es la tarea más importante que teníamos que asumir, o la actitud que debíamos tener como planteamiento y objetivo: aprender. Aprender a encarnar todas esas realidades o planteamientos que parecemos tener muy claros en la teoría pero que cuando se nos hacen presentes en la vida parece que se nos escapan, o se nos disfrazan de tal manera que no somos capaces de reconocerlos.
La frase no es de Jesús, arranca de la boca de Dios en el Antiguo Testamento, suena muy bonita y todo creyente judío la conoce perfectamente, pero, como pasa y nos pasa muchas veces, no saben leerla en los acontecimientos en los que se pone o se puede poner de relieve.
La misericordia de Dios ha sido un componente esencial de su ser, puesto de manifiesto a la largo de toda la historia de la salvación. Si algo ha experimentado el pueblo, una y otra vez, es el despliegue de esa misericordia que siempre ha terminado por pasar por alto todas sus iniquidades buscando siempre, con su cercanía y perdón, la conversión del corazón. Pero sucede lo de siempre. Experimentamos fácilmente las cosas cuando se realizan en nosotros, pero parece que se nos ofusca la mente y el corazón cuando tenemos que vislumbrarlo en los otros. Y eso vuelve a suceder en este momento.
Podía tratarse de un momento privilegiado para descubrir como los que están al margen de la ley se acercan a Jesús que trae presencia y misericordia de Dios, sanación del corazón enfermo, pero se manifiestan incapaces de dar el salto. Se saben la frase, seguro que hasta la han vivido en ellos, pero no la han aprendido, no la han hecho suya, no la han integrado como carne de su carne, y siguen viendo pecadores perdidos y no pecadores acogidos en posible camino de conversión. Y así, sin darse cuenta, manifiestan un corazón más duro y enfermo que el de aquellos que critican y condenan.
No son actitudes extrañas, lo son muy cercanas a nosotros, casi una tentación constante en nuestras relaciones. Nos es fácil condenar, y ya no hace mucho, Jesús nos decía que era algo que no debíamos hacer porque el mismo rasero que usemos lo usarán con nosotros.
Estamos marcados por frases bonitas, contundentes, que hasta puede ser que nos emocionen, pero que no terminamos de encarnar, de memorizar en el corazón, de aprender en todos sus efectos; y hoy, la llamada de Jesús se nos convierte en toque de atención y en invitación. Es siempre el reto del salto de las palabras a la vida, y ése debe ser cada día nuestro objetivo y nuestra sensibilidad, consecuencia de ese amor de Dios volcado en nuestro interior.
ORACIÓN:
“Reto constante”
Señor ¿por qué nos cuesta tanto aprender aquellas actitudes que están llamadas a dar forma a lo mejor de nosotros y a lo que nos acerca a los otros? ¿Por qué nos empeñamos en mantener, cuando no en crear, barreras de todo tipo? Y no es difícil encontrar la respuesta; tal vez porque se cruzan muchas razones o realidades o, incluso, porque preferimos no enfrentarnos a ellas, pues nos desbordan o nos piden demasiado, y nos asustan. Aquella frase sigue atravesando los años y los corazones, y sigue y seguirá siendo tarea pendiente y reto constante. Desde ahí una luz de esperanza siempre abierta y posible; y buscada y trabajada y aprendida e integrada por muchos, tal vez por muchos más y en muchos más momentos de los que pensamos o palpamos. Es llamada de luz que viene de ti y que se asienta en lo más noble de nuestro interior, y desde ahí te pido que me ayudes a seguir acogiéndola y dándole forma. Ayúdame para que siga siendo así. Gracias, Señor.
CONTEMPLACIÓN:
“Aprenderme tu camino”
Roza la piel de mi pobreza
y sana en ella las heridas
que escapan o se esconden
en los entresijos de unos deseos
que no termino de alcanzar.
Y déjame sentir esa caricia
que no sé pedir pero que anhelo,
porque me ayuda a caminar en ti
y aprenderme tu camino..
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