LECTURA:
“Juan 14, 27‑31ª”
En aquel tiempo, dijo Jesús a sus discípulos: «La paz os dejo, mi paz os doy; no os la doy yo como la da el mundo. Que no tiemble vuestro corazón ni se acobarde. Me habéis oído decir: «Me voy y vuelvo a vuestro lado.» Si me amarais, os alegraríais de que vaya al Padre, porque el Padre es más que yo. Os lo he dicho ahora, antes de que suceda, para que cuando suceda, sigáis creyendo.
Ya no hablaré mucho con vosotros, pues se acerca el Príncipe del mundo; no es que él tenga poder sobre mí, pero es necesario que el mundo comprenda que yo amo al Padre, y que lo que el Padre me manda yo lo hago.»
MEDITACIÓN:
“Mi paz os doy”
Creo que no puede ser de otra manera y, por ello, todas las cosas, las palabras, los conceptos, no los entendemos en toda su riqueza y en todas sus dimensiones, hasta que la vida nos pone en un contexto concreto y ante unas vivencias que desbordan todas nuestras previsiones y experiencias.
La paz es la paz, y la experimentamos normalmente ante las situaciones agradables de bienestar, de ausencia de violencias y de problemas e inquietudes. En líneas generales podríamos decir que todos los estados o situaciones de bien nos permiten vivir sensaciones de paz; y no sólo externamente sino también en nuestro interior. Lo contrario, y hay muchas cosas contrarias, ciertamente que nos dificultan esa experiencia. Y desde ahí parece que no podríamos añadir mucho más.
Sin embargo, parece que puede haber más a la luz de las palabras de Jesús, que pretende ofrecernos no sólo esa paz habitual que podemos experimentar, sino “su” paz, como si desde él se nos abriese la posibilidad de una nueva experiencia de paz que, como él mismo afirma, no es como la que nos da el mundo, sino que sólo puede partir de él, como “su” regalo, que viene de él y nos lo da, así gratuitamente, tal vez hasta sorprendentemente, tan sorprendente que podemos llegar a experimentarla aún en medio de aquellas situaciones en las que aparentemente no habría motivos para que se diese, para que la experimentásemos.
Y es verdad. La paz de Jesús brota de él y nos llega de manera más manifiesta cuando parece que todo nos debía llevar a vivir situaciones de dolor, de tensión, de incertidumbre. Y ni siquiera uno mismo es capaz de comprender el porqué de ese sentimiento, el porqué de esa experiencia que, no sólo expresa aguante, fuerza, dominio de uno mismo, sino simplemente se experimenta como una paz profunda que brota como una realidad que no puede proceder de sí, que te viene dada, que es como un regalo que se vuelca, como una especie de caricia que te hace capaz de hacer frente, con una paz profunda, a aquellas situaciones que en teoría debían inquietarnos o hacernos sufrir tremendamente.
Y así llegamos a palpar que hay una paz que está más allá de la que conocemos. Que está más allá y por encima de nuestras actitudes o vivencias o respuestas habituales a las situaciones que se nos cruzan gozosas o inquietantes en el camino de nuestra historia. Vivencias en las que, si uno es sincero consigo mismo y no torpedea su propio sentimiento desbordante, tratando de encerrarlo en sus límites estrechos, descubre que detrás sólo puede estar él, regalándonos, dándonos, más allá de lo que nosotros queramos poner o quitar, su paz.
Es una experiencia que, al final, está llamada a convertirse en actitud que brota como una fuente en nuestro desierto habitual, que se apoya en la esperanza y en la certeza de que Dios, a pesar de todas nuestras realidades, distancias o rechazos, camina siempre a nuestro lado y que se manifiesta o lo captamos desbordante cuando más lo necesitamos, y sin pedirlo, porque, simplemente, es su regalo, su regalo continuo de amor de Padre, de amigo, de hermano.
ORACIÓN:
“Una paz que te desborda”
Gracias, Señor, gracias por “tu” paz. Sí, se que la tienes y la das. Sé que no es una paz que brota de mí ni de nada de lo que me rodea. Sé que es una paz que te desborda cuando la sientes, que te sorprende, que no sabes de dónde sale y por qué es más fuerte que uno mismo y la vivencia del momento. Y me has permitido sentir que, aunque la captemos de modo especial en esos momentos, nos acompaña siempre, aunque en ese camino habitual quede ahogada por otras muchas realidades, por otras paces o por otras experiencias que nos permiten camuflarla. Por eso, gracias, Señor, sí, porque toda paz viene de ti, unas veces mediada por nuestras actitudes y esfuerzos, y las más intensas como ese regalo que sólo podemos recibir porque de nosotros no puede salir. Gracias, Señor, y ayúdame a seguir siempre abierto a ese don de tu amor, de tu presencia en mí. Gracias.
CONTEMPLACIÓN:
“Todo viene de ti”
Buscamos atribuirnos
todo a nosotros.
Queremos convencernos
de que todo parte de nosotros.
Permitimos que cualquiera,
con sus valores o contravalores,
pueda irrumpir en nuestra vida,
y a ti te vedamos el paso.
Pero todo viene de ti:
la paz, el amor, la vida,
y en ti adquieren su hondura,
su belleza, y su fuerza,
que nos desborda, nos sana,
nos libera y nos salva.
Deja una respuesta