Has tocado mi vida, Señor,
y ya no es mía, es tuya.
Me has permitido saborear
el dulzor de tu presencia
y el llanto que sana heridas.
Has tocado mi vida
y eres tú quien marca mi camino
aunque el ritmo de mis pasos
siga siendo lento y torpe.
Has tocado mi vida, Señor,
y en cada encuentro contigo
derramas tu gota de paz.