TIEMPO ORDINARIO
Sábado 6º
LECTURA:
“Marcos 9, 1-12”
En aquel tiempo, Jesús se llevó a Pedro, a Santiago y a Juan, subió con ellos solos a una montaña alta, y se transfiguró delante de ellos. Sus vestidos se volvieron de un blanco deslumbrador, como no puede dejarlos ningún batanero del mundo. Se les aparecieron Elías y Moisés, conversando con Jesús.
Entonces Pedro tomó la palabra y le dijo a Jesús: Maestro ¡Qué bien se está aquí! Vamos a hacer tres chozas, una para ti, otra para Moisés y otra para Elías. Estaban asustados y no sabía lo que decía.
Se formó una nube que lo cubrió y salió una voz de la nube: Éste es mi Hijo amado; escuchadlo. De pronto, al mirar alrededor, no vieron a nadie más que a Jesús, solo con ellos.
Cuando bajaban de la montaña, Jesús les mandó: No contéis a nadie lo que habéis visto hasta que el Hijo del Hombre resucite de entre los muertos.
Esto se les quedó grabado y discutían qué querría decir aquello de resucitar de entre los muertos.
MEDITACIÓN:
“Éste es mi Hijo Amado”
Vamos a volver a dejar resonar esta afirmación de parte del mismo Dios, porque es la invitación a volver nuestra mirada a Cristo, quien está llamado por parte de Dios a ser nuestro punto de referencia.
Jesús es el amado del Padre, es su Palabra, su Palabra encarnada. Es el rostro y la Palabra del mismo Dios, verle a él es verle al Padre. Dios se nos ha hecho presente y visible en Jesús. En él y en su entrega hasta la muerte, Dios nos ha manifestado la plenitud de su amor. Así es el amor de Dios que se hace accesible y se da en el Amado, hasta las últimas consecuencias. En él Dios mismo se nos da hasta el límite. Por eso, ese amor nos redime y nos salva.
Y este amor de Dios que se nos manifiesta en Jesús, que desde él se ha desbordado en cada uno de los hombres con los que se encontró en su peregrinar entre nosotros, se expresa su encuentro con nosotros. En ellos nos encontramos con él y experimentamos ese amor primero volcado y derramado hasta hacerse experiencia en nosotros. Encuentro vital y profundo que desde la fe nos hace experimentar su presencia. La presencia de un encuentro que de una manera profunda y real somos capaces de experimentar con toda su fuerza.
Jesús, a través de su palabra concreta nos sale al encuentro, nos toca, vuelca su misericordia en la realidad de nuestra vida y nos hace sentir la grandeza y dignidad inscrita por Dios en nuestro ser. Y es esa experiencia la que nos termina vinculando en una relación de amor que cada vez se va reforzando y consolidando en la medida que ahondamos en su palabra, nos ponemos frente a frente, corazón a corazón, en los encuentros orantes, nos alimenta en su eucaristía y nos refuerza y nos une a él en los sacramentos.
Sólo de este encuentro vital, en medio de nuestras debilidades, como los propios apóstoles, se pueden ir desarrollando y podemos ir acogiendo con gozo todas las consecuencias que se desprenden de este encuentro cada vez más hondo, más profundo, más gozoso, con el que es la plenitud del amor.
Sí, es Dios mismo quien nos invita a escucharlo, lo mismo que Jesús será quien se empeñe en dirigir nuestro corazón al Padre, la fuente de todo, la fuente del amor. Escucharle para acogerlo, para vivirlo, para gozarlo, para comunicarlo. Toda una tarea ilusionante y salvadora para nuestra andadura en esta nuestra historia dolorida y esperanzada.
ORACIÓN:
“Transparentarte”
Señor, intento estar abierto a la escucha de tu palabra, a la escucha de tus latidos, de tus llamadas, de todos esos sentimientos que haces brotar en mí y que muchas veces no sé leer y dejo pasar. Incluso, aunque los leo, muchas veces se me escapan, se me diluyen perdidos en la realidad contradictoria que a veces me lleva a actuar como si no estuvieses, o a justificar de mil maneras mis actitudes, siempre tratando de disculpar y hasta de mantenerme instalado y ciego de las consecuencias y, lo que es peor, de ver como bueno o indiferente, aquello que me mantiene cerrado en mí, en mis instintos, en lo que me atrae o seduce, sin más, y que no eres tú. Señor, ayúdame a irme haciendo transparente, a transparentarte, a vivir el empeño de acercarme, de identificarme más contigo, que no significa entrar en una esfera etérea, sino precisamente a pisar con firmeza la tierra del servicio, de la donación, del ser más imagen tuya. Ayúdame, Señor. Gracias.
CONTEMPLACIÓN:
“El eco de tu llamada”
Resuena constantemente
el eco de tu llamada,
tratando de abrir ese hueco
que en mi ser te acoja.
Resuena como un eco
que llena el silencio de mi tierra,
expectante y sorprendida.
Un eco firme y cálido,
que penetra en mí
hasta hacer vibrar con fuerza,
las cuerdas invisibles de mi ser,
que hacen saltar la nota
de tu amor reverberado en mí.
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