TIEMPO ORDINARIO – CICLO A
DOMINGO 4º
LECTURA:
“Mateo 5, 1‑12”
En aquel tiempo, al ver Jesús al gentío subió a la montaña, se sentó y se acercaron sus discípulos, y el se puso a hablar enseñándoles:
Dichosos los pobres en el espíritu, porque de ellos es el Reino de los Cielos.
Dichosos los sufridos, porque ellos heredarán la tierra.
Dichosos los que lloran, porque ellos serán consolados.
Dichosos los que tienen hambre y sed de la justicia, porque ellos quedarán saciados.
Dichosos los misericordiosos, porque ellos alcanzarán misericordia.
Dichosos los limpios de corazón, porque ellos verán a Dios.
Dichosos los que trabajan por la paz, porque ellos se llamarán «los Hijos de Dios.»
Dichosos los perseguidos por causa de la justicia, porque de ellos es el Reino de los Cielos.
Dichosos vosotros cuando os insulten, y os persigan, y os calumnien de cualquier modo por mi causa. Estad alegres y contentos, porque vuestra recompensa será grande en el cielo.
MEDITACIÓN:
“Estad alegres y contentos”
De nuevo nos asomamos a las bienaventuranzas. Esa especie de programa de vida de Jesús donde, sobre todo, lo que nos pone de manifiesto es el ser del corazón de Dios y dónde pone su mirada.
No es ningún plan absurdo no contra natura, como a veces se ha querido presentar. Tiene, simplemente, toda la lógica del amor. Por eso, tal vez, nos desconcierta y nos desborda.
Por supuesto que Jesús no viene a generar una especie de conformismo y de mantenimiento de posturas injustas. No. Precisamente Jesús ha venido a anunciar y proclamar la justicia que, arrancando de Dios, se debe extender a todos. Una justicia que los hombres todavía no somos capaces de darnos. Y ahí, insertos en esa realidad que nos posiciona en nuestra incapacidad voluntaria o no, proclama de qué lado está el corazón de Dios.
Desde ese momento sabemos por dónde tenemos que caminar, por qué tenemos que luchar, qué tenemos que poner en marcha en nuestra vida, en nuestras relaciones, a pesar de las reacciones que podamos experimentar desde quienes no son capaces de abrirse a este modo de humanización.
Frente a los que son masacrados de mil maneras, Dios levanta su voz, se pone de su parte y grita conversión. Y, al mismo tiempo alaba y estimula los corazones limpios, transparentes, misericordiosos, sencillos, comprometidos por la paz y la justicia. Todos ellos son los verdaderos hijos de Dios; los que conforman y construyen el reino de Dios.
Y todo ello nos invita a vivirlo desde la convicción y la alegría profunda del que sabe que está dando lo mejor de sí, que está construyendo verdadera humanidad porque vive abierto, volcado sobre los otros, en medio de una realidad que da la sensación que cada vez se nos vuelve más cerrada en uno mismo, en los propios derechos, como si los otros no los tuviesen.
Tal vez es el mayor reto que nos plantea Jesús, pero que pone de manifiesto la convicción de lo que vivimos y desde dónde lo hacemos. La alegría en medio de la incomprensión y persecución es la experiencia de aquel que se sabe optando por lo que hace y construye bien, aunque no sea reconocido, aunque sea rechazado. Así lo vivió y lo experimentó él. Así nos lo repitió en más de una ocasión para que nuestra alegría fuese completa.
Las bienaventuranzas se nos siguen convirtiendo hoy en el reto de construir, desde lo más hondo de nosotros, desde nuestro gozo más profundo, el reino de Dios que un día esperamos alcanzar en plenitud por su gracia.
ORACIÓN:
“Moldear mi corazón”
Suenan bien, Señor. Sí, suenan bien tus palabras. Tal vez no queramos entenderlas, pero son claritas. Estoy convencido de que quienes las escucharon la primera vez, y seguro que no estaban en el ámbito de los poderosos, las entendieron en seguidita. Pero, claro, hay cosas que preferimos no entender, porque así nos evadimos de ellas. Señor, ayúdame a seguir entrando en ellas. Ayúdame a moldear mi corazón al tuyo. Ayúdame a humanizarme cada vez más. No permitas que caiga en la indiferencia, o en esa sordera o ceguera que me permite disculparme para evadir mi responsabilidad, mi compromiso. Ayúdame a construir tu reino de amor. Gracias, Señor.
CONTEMPLACIÓN:
“Agua limpia”
Me ofreces agua limpia
y transparente;
agua capaz de limpiar
mi suciedad y la de mundo.
Agua fresca que trae vida,
que refresca lo reseco
que se va produciendo
en mi corazón cómodo.
Me ofreces agua, tu agua,
y quiero saciarme de ella.
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