Semana 3 Sabado A – 14

TIEMPO ORDINARIO

 

Sábado 3º

 

LECTURA:      

Marcos 4, 35-40”

 

 

Aquel día, al atardecer, dijo Jesús a sus discípulos: Vamos a la otra orilla. Dejando a la gente, se lo llevaron en barca, como estaba; otras barcas lo acompañaban.

Se levantó un fuerte huracán y las olas rompían contra la barca hasta casi llenarla de agua. Él estaba a popa, dormido sobre un almohadón. Lo despertaron, diciéndole: Maestro, ¿no te importa que nos hundamos? Se puso en pie, increpó al viento y dijo al lago: ¡Silencio, cállate! El viento cesó y vino una gran calma.

Él les dijo: ¿Por qué sois tan cobardes? ¿Aún no tenéis fe? Se quedaron espantados y se decían unos a otros: ¿Pero, quién es éste? ¡Hasta el viento y las aguas le obedecen!

 

 

MEDITACIÓN:      

“¿No te importa que nos hundamos?”

 

 

            La verdad es que debía ser muy fuerte la tempestad para que hombres de mar temiesen por su vida. Motivos para tener miedo de morir y motivos para sorprenderse de que Jesús no se enterase de nada con semejante huracán. Muy cansado debía estar del trajín de las gentes o ¡quién sabe!, tal vez estaba esperando la reacción que tenían ante la situación y probar un tanto su talante. Tal vez esperaba demasiado de ellos y también tuvo que aprender a descubrir que nuestros procesos son muy lentos. Nuestra propia realidad tuvo que ser escuela para que el Señor fuese aprendiendo misericordia.

 

            Y también fue una buena oportunidad para poner de manifiesto que, por muy valientes que nos hagamos cuando todo está bien, a la hora de la verdad es cuando aflora o no la fuerza que mantiene lo que hemos curtido en nuestro interior.

 

            Pero en la narración hay algo más que unos acontecimientos externos que asustan. Jesús está generando muchas tormentas interiores. Esa afirmación final de los discípulos lo pone de manifiesto de alguna manera. También ellos tienen que ir aprendiendo a descubrir a Jesús, su fuerza interior, su misterio profundo, que poco a poco les va desvelando y que les crea inquietud. Jesús puede ser el mesías esperado, pero también algo más, y todo ello no puede evitar la turbación, la perplejidad, la incertidumbre y hasta el miedo de estar metiéndose en algo más grande y profundo de lo que piensan. Y eso les asusta.

 

            Sí, a Jesús le importa y mucho que se hundan y que nos hundamos. Si a algo ha venido es a rescatarnos de esas turbulencias interiores que nosotros mismos creamos y que, de verdad, y mucha veces sin darnos cuenta, nos zarandean y hasta nos derriban y, a muchos hasta les ahoga.

 

            Jesús quiere aportarles y aportarnos seguridad, seguridad forjada y apoyada en él. Por muchos zarandeos que pueda sufrir la barca de nuestra vida, si él está, dormido o despierto, es igual, nada ni nadie nos puede hacer sucumbir.

 

            No significa que ya no haya problemas en la vida. Él mismo sufrirá el rechazo y la muerte causada por el mal. Pero ese rechazo, esa muerte, no será señal nunca de fracaso, sino de victoria del bien, del amor, que no sucumbe frene a los huracanes del mal. Con él, el final será siempre la calma, la serenidad, la paz, la vida. Y ahí se apoya nuestra fe.

 

            Los discípulos, después de su lento aprendizaje, lo aprenderán y lo experimentarán, y ninguna tormenta les derribó. Y esa es nuestra llamada y nuestra tarea. Hemos salido de un año de la fe para fortalecerla. En ella y con ella nos jugamos la certeza de nuestra vida en Dios. Sí, podemos ser cobardes, podemos experimentar miedos, es humano, pero tenemos dónde y a quién aferrarnos. Con él no nos hundiremos nunca.

 

             

ORACIÓN:      

“Fortalecer mi fe”

 

 

            Es cierto, Señor, no lo puedo negar. Hay muchos miedos en mi vida. Miedos que me vienen de fuera y de dentro. La vida es en realidad un mar bamboleante, con momentos de calma y bonanza, pero también con muchas tempestades. Somos mucho más frágiles de lo que pensamos o quisiéramos ser, por muy valientes que en ocasiones nos hagamos. Y reconocer nuestra verdad es bueno y nos hace bien, porque nos mantiene alerta, y porque nos permite elegir el punto donde agarrarnos. Señor, lo peor de todo es que muchas veces somos nosotros mismos quienes actuamos de tal manera, con tanta superficialidad e indiferencia, que somos quienes provocamos en algún momento nuestra zozobra. Ayúdame, Señor, a fortalecer mi fe en ti. Ayúdame a tener la certeza que de que tú estás siempre en mi barca y que, pase lo que pase, contigo llegaré a puerto seguro. Gracias, Señor.

 

 

CONTEMPLACIÓN:       

“Estás siempre”

 

Estás en mi barca, Señor,

y sé que no duermes,

que estás siempre despierto,

estás siempre.

Y en esas noches oscuras

de mis zozobras interiores,

sigues poniendo tu palabra,

tu sosiego, tu fuerza y tu paz.

Y sigo remando, muchas veces

 no sé bien a dónde,

pero remo adelante,

en la luz o en la oscuridad,

con el cielo azul o con niebla,

porque sé que tú vienes conmigo

porque sé que siempre estás.

 

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