TIEMPO ORDINARIO
Miércoles 1º
LECTURA:
“Marcos 1, 29-39”
En aquel tiempo, al salir Jesús de la sinagoga, fue con Santiago y Juan a casa de Simón y Andrés. La suegra de Simón estaba en cama con fiebre, y se lo dijeron. Jesús se acercó, la cogió de la mano y la levantó. Se le pasó la fiebre y se puso a servirles.
Al anochecer, cuando se puso el sol, le llevaron todos los enfermos y poseídos. La
población entera se agolpaba a la puerta. Curó a muchos enfermos de diversos males y expulsó muchos demonios; y como los demonios lo conocían, no les permitía hablar.
Se levantó de madrugada, se marchó al descampado y allí se puso a orar. Simón y
sus compañeros fueron y, al encontrarlo, le dijeron: Todo el mundo te busca. Él les respondió: Vámonos a otra parte, a las aldeas cercanas, para predicar también allí; que para eso he venido.
Así recorrió toda Galilea, predicando en las sinagogas y expulsando los demonios.
MEDITACIÓN:
“Jesús se acercó”
Acabamos de terminar el tiempo de Navidad en el que precisamente hemos celebrado no sólo el acercamiento de Dios, sino la inmersión de Dios en medio de nosotros, en medio de nuestra historia. “Acampó entre nosotros” nos decía el evangelista. Toda la historia de Israel ha estado marcada por ese deseo de Dios de aproximarse a nosotros, de caminar en medio de su pueblo, anhelo que ha llegado a su culmen en la encarnación.
Pero Dios no ha venido a estar cerca como mero espectador. No ha venido a pasar revista como un inspector para asegurarse de que las cosas funcionan bien o mal, o no funcionan. Ha venido a meterse en nuestra historia, a descubrirnos nuestro potencial y nuestro horizonte, a caminar a nuestro lado, a servirnos y enseñarnos a servir desde la común dignidad de hijos.
Desde ahí lo vamos a seguir viendo pasando entre nosotros, acercándose a toda la realidad humana para salvarla en todas sus dimensiones. Ha venido a aportar luz, esperanza, sanación, salvación. Ha venido a salvarnos de nosotros mismos, de nuestras opresiones, de nuestra especie de incapacidad para ver más allá y más hondo de nosotros mismos, y descubrirnos nuestro potencial y nuestra dignidad que nos encargamos con tanta facilidad de negar o hacer trizas.
Sus gestos y actitudes van a conformar su mejor lección, la mejor expresión de su palabra y de su buena noticia. Su cercanía al hombre sufriente de mil maneras, es su llamada, su lección, para que nosotros aprendamos, para que rompamos barreras y hagamos caer muros en lugar de levantarlos. A aprender a acercarnos los unos a los otros no para herirnos sino para ayudarnos a sanar, a vivir, a amar, expresado en todas esas actitudes, grandes o sencillas, que lo hacen posible.
Ese camino de sanación no lo podemos hacer solamente con nuestras fuerzas. No se trata de meros gestos de buena voluntad o altruismo que podemos asumir o no. Se trata de aprender a meternos con él en el corazón de Dios, que es de donde brota todo gesto de bien, porque en él está el núcleo del amor. Por eso lo veremos constantemente en actitud orante, en referencia continua a Dios. No como un acto religioso o de piedad, sino como el espacio esencial donde se gesta esa fuerza que nos acerca a él y entre nosotros, que genera su acercamiento y el nuestro, donde su cercanía, no sólo nos acerca sino que nos une y nos identifica.
Todo el camino de Jesús, lo sabemos, nos va a seguir poniendo de manifiesto esta historia de empeño de cercanía por su parte, donde se gesta y se realiza nuestra salvación, esa salvación que iniciada aquí un día se nos hará plena y definitiva. Ahí se culmina como meta la buena noticia de la cercanía de Dios en Jesús.
ORACIÓN:
“A mi lado”
Aunque la vida continúa su ritmo. Aunque aparentemente nada comienza sino que sigue adelante, en sus alegrías o no, el ritmo de tu vida nos permite como sentir la fuerza de una andadura que se retoma, que se renueva, y que lo hace con la fuerza y la ilusión de los principios. Y, desde ahí, tu cercanía que conozco y que siento, se me hace empeño y deseo que mantiene vivo y despierto lo mejor de mí, para seguir prestando atención a aquello que todavía se me hace lastre y me impide correr. Señor, gracias por tu empeño, gracias por seguir ahí, a mi lado, cerca, delante, dentro. Sigue empujando mi camino, sigue adentrándome en ti, porque a veces mi fuerza y tu fuerza se me debilitan. Gracias, Señor.
CONTEMPLACIÓN:
“Te has quedado”
A veces me empeño
en mirar hacia arriba
tratando de encontrar tu rastro,
sin darme cuenta
de que sigues a mi lado;
que has venido
y que te has quedado.
Y busco abrir mis ojos,
para seguir viéndote encarnado,
y descubrirte en el rostro
herido de mi hermano.
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