Semana 23 Viernes

TIEMPO ORDINARIO

 

Viernes 23º

 

 

LECTURA:               Lucas 6, 39-42”

 

 

En aquel tiempo, ponía Jesús a sus discípulos esta comparación: ¿Acaso puede un ciego guiar a otro ciego? ¿No caerán los dos en el hoyo? Un discípulo no es más que su maestro, si bien cuando termine su aprendizaje, será como su maestro. ¿Por qué te fijas en la mota que tiene tu hermano en el ojo y no reparas en la viga que llevas en el tuyo? ¿Cómo puedes decirle a tu hermano: «hermano, déjame que te saque la mota del ojo», sin fijarte en la viga que llevas en el tuyo? ¡Hipócrita! Sácate primero la viga de tu ojo, y entonces verás claro para sacar la mota del ojo de tu hermano.

 

 

MEDITACIÓN:               “Aprendizaje”

 

 

            Me parece que sigue siendo importante el insistir en este aspecto. A veces damos nombres a las cosas y pensamos que por darle nombre ya hemos conseguido hacerlo realidad, y sólo es verdad en parte. A un médico o a cualquier profesional no le basta con tener el título que le dura toda la vida. Tiene que ejercerlo, profundizarlo, irlo completando y actualizando a lo largo de toda su vida con nuevos aprendizajes continuos que lo mantienen al día y preparado, de manera que cada vez se va haciendo mejor profesional. Y todos, tal vez, tenemos la no buena suerte de conocer a profesionales que no actúan así y al final son mediocres. Sencillamente, han dejado de aprender.

 

            Y eso exactamente es lo que nos pasa a todos los niveles de la vida y, por supuesto, al ámbito de nuestra fe y de nuestro seguimiento del Maestro. Y lo podemos experimentar en nuestra propia carne y lo podemos comprobar, tal vez mejor, cuando lo vemos en los otros. Porque, para bien y para mal, con viga, con mota, o sin ellas, nos es más fácil ver lo que está frente a nosotros que lo que está en nuestro propio interior.

 

            Jesús se ha hecho presente para que conozcamos mejor a Dios, para enseñarnos el camino a tomar en nuestra vida, para hacer de sus actitudes las nuestras, para invitarnos a vivir en clave continua de conversión, para que nos podamos llamar cristianos, el nombre de sus seguidores. Y eso no es un título que se alcanza sólo en nuestro bautismo y ya está, ahí comienza toda la aventura, una aventura de aprendizaje continuo que está llamado a durar toda la vida, porque si no lo asumimos así nunca podremos dar la talla. Es cierto que nunca llegaremos al límite pero tenemos que caminar hacia ello. Nadie llegamos al límite, nuestra capacidad de avanzar y de crecer es prácticamente ilimitada, pero cuando vivimos en esa ilusionada tensión, vamos haciendo verdad el nombre que portamos.

 

            Y ahí tenemos que intentar ser muy sinceros con nosotros mismos, con una gran humildad y deseos auténticos de ir eliminando vigas o motas, porque grandes o pequeñas todas estorban la visión o la andadura. Lo palpamos físicamente si una pequeña arenilla se nos mete en el ojo, o una pequeña piedrita se nos mete en el zapato; pues lo mismo sucede con nuestro corazón y, sin embargo, no ponemos el mismo empeño en eliminarla, nos hemos acostumbrado a su roce, convivimos con esa realidad como si fuese algo natural hasta que termina formando parte indolente de nosotros. Nos conformamos más fácil con las limitaciones internas que con las que afectan a nuestra profesionalidad, a pesar del daño que nos podamos o que podamos hacer.

 

            Por eso, Jesús nos estimula. Estamos llamados a ser como el maestro, ni menos ni más. Estamos llamados a configurarnos con Cristo, como nos dirá el apóstol, a ser otros Cristos o, mejor, a manifestarlo, porque ya lo somos. Si Cristo significa ungido, ungidos somos en el bautismo, portadores desde entonces de su Espíritu. Y eso no lo podemos olvidar. Muchas veces nos quejamos de los pecados de la Iglesia y no somos tan conscientes de que esos pecados comienzan en nosotros, que formamos y construimos Iglesia de Jesús y que, por lo tanto, su santidad depende en una parte de la nuestra.

 

            Lo podemos ver como incordio, como molestia, o como llamada gozosa, como el tesoro que hemos encontrado, como esa luz que se ha derramado en nosotros para iluminar nuestras oscuridades, y no dedicarnos a lamentarnos, sino a limpiarlas. Todo ello conforma nuestro aprendizaje continuo. De ese aprendizaje depende nuestra vida de fe, nuestras actitudes, la verdad de  nuestro nombre de cristianos y de nuestra tarea de aportar luz, de aportar un poco de bien, de bondad, a este mundo, nuestro mundo concreto, en el que nos ha tocada a bien vivir.

 

 

ORACIÓN:                   “Mirada limpia”

 

 

            Señor, tengo la sensación de que, a veces, arrastro mi aprendizaje, o más bien, ni me lo planteo así.  Soy consciente, incluso, de que pongo más fuerza en mis aspectos profesionales, que en mi propia realidad, como si ya mi persona estuviese hecha, y no tuviese otro remedio que llevar con alegría en un caso y con resignación otros mi persona. Es cierto, y lo expreso en muchos momentos, que hay realidades que las llevamos tan insertas en nosotros, por las razones que sean, que forman y seguirán, tal vez, formando parte de nuestra realidad hasta el final. Pero hay otras, y aún esas, que puedo seguir trabajando, limando, potenciando, cuidando, en la medida que soy capaz de reconocer mi ser en camino, mi ser en aprendizaje, con lo que conlleva de tarea, de esfuerzo, de hacer hincapié, de ilusión en mi propio proyecto vital. Y es que, además, en ese aspecto, no se trata de unos conocimientos que afectan a mi realidad exterior, por importantes que sean, sino a mi propia persona, a todo mi ser y, por lo tanto, a mi forma de manifestarme y de responder a la realidad en la que me muevo. Por eso, sigue ayudándome, Señor, sigue manteniendo mi deseo, mi ilusión, mi esfuerzo. Sigue alimentando la luz de mi fe para que pueda ir viendo las cosas con ojos y mirada  limpia, como los tuyos.

 

 

CONTEMPLACIÓN:                  “Aprender a mirar”

 

 

Quiero ver como tú,

aprender a mirar

con transparencia.

Quiero tener mirada

sanadora y salvadora

que me permita ver

todo lo que hay de luz

en el corazón de todos.

Porque en todos

hay espacios de luz

y sombras que nos pesan,

y que no sabemos

o no podemos borrar.

Mirada compasiva,

mirada limpia,

mirada de bien,

mirada de vida,

de perdón,

y de esperanza

siempre abierta,

en trance de llegar,

de realizarse,

de encarnarse,

como tú en mí,

como yo en ti.

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