Semana 22 Miércoles

TIEMPO ORDINARIO

 

Miércoles 22º

 

 

LECTURA:                    Lucas 4, 38-44”

 

 

En aquel tiempo, al salir Jesús de la sinagoga, entró en casa de Simón. La suegra de Simón estaba con fiebre muy alta y le pidieron que hiciera algo por ella. Él, de pie a su lado, increpó a la fiebre, y se le pasó; ella, levantándose enseguida, se puso a servirles.

Al ponerse el sol, los que tenían enfermos con el mal que fuera, se los llevaban; y él, poniendo las manos sobre cada uno, los iba curando. De muchos de ellos salían también demonios, que gritaban: Tú eres el Hijo de Dios. Los increpaba y no les dejaba hablar, porque sabían que él era el Mesías.

Al hacerse de día, salió a un lugar solitario. La gente lo andaba buscando; dieron con él e intentaban retenerlo para que no se les fuese. Pero él les dijo: También a los otros pueblos tengo que anunciarles el reino de Dios, para eso me han enviado. Y predicaba en las sinagogas de Judea.

 

 

MEDITACIÓN:                 “Intentaban retenerlo”

 

 

            Sé que puede suponer sacar un poco de contexto la frase, pero me resuena así, y así me dejo empujar por ella. En el sentido más literal, frente a otras situaciones en las que vemos cómo le piden a Jesús que se marche, o le echan directamente, es consolador ver que en otros momentos y otras situaciones la gente le quiere retener. No cabe duda de que hay un interés lógico detrás de ello; pero, al fin y al cabo, son siempre intereses los que  nos mueven. Lo importante es que sean intereses buenos, intereses que nos ayuden a poner en marcha lo mejor de nosotros, a sanar lo que nos impide vivir con más plenitud, y en eso tiene poco que ver nuestras posibles enfermedades externas.

 

            Pero esta frase, y es por lo que hacía el comentario de entrada, me resulta sugerente en el ámbito vital de nuestro hacer camino, de nuestro forjar actitudes, de nuestra salud interior, de nuestros intereses más profundos y auténticos, de nuestra hambre de Dios, que creo que es lo que en el fondo buscan también todos los que se acercan a Jesús, de nuestro hacer camino desde la fe.

 

            Tengo la sensación de que dejamos que Jesús pase de largo muchas veces y que hasta,  sin darnos cuenta del todo, lo echamos. Sé que es el tema de siempre, pero es que es ésa la realidad que manifestamos y que hacemos manifiesta cuando reconocemos, con tristeza y  nostalgia, que somos menos, que muchos bautizados se alejan,  y que otros pasan indiferentes o rechazan abiertamente, y ello nos duele y nos desconcierta. Y es normal que sea así, si no seríamos indolentes. Lo peor es que todo ello nos desanima, nos hace dudar y hasta bajar el pistón de fuerza de nuestro seguimiento. En ese marco que ya vive con normalidad actitudes distantes de las que marcan nuestra fe, nos sentimos desorientados y, poco a poco, casi sin darnos cuenta, vamos asumiendo como normal todo ello y acabamos dejándonos llevar por ellas, y Jesús se nos escurre.

 

            Es por eso por lo que quisiera atarme a esa afirmación y a esa actitud de la gente que intentan retener a Jesús junto e ellos. Sí, ése tiene que ser nuestro empeño, que Jesús se quede con nosotros, que se quede en nosotros. Por interés como aquellos. Pues sí, con muchos intereses. Porque él, sólo él, como decía Pedro a Jesús cuando muchos lo abandonan, “tiene palabras de vida eterna”. Sí, porque él es el que sigue apostando por nosotros, ofreciéndonos su esperanza, su amor. Porque en él sigue teniendo apoyo nuestra dignidad de seres humanos, porque él estimula nuestro crecimiento interior, cuando parece que sólo interesa nuestra parte más externa, más material.

 

            Jesús no se impone, se ofrece, y sale al encuentro del que le busca, del que tiene hambre de Dios, del  que quiere descubrir su propio tesoro interior, del que se descubre como tarea, haciéndose, forjando su ser en toda su riqueza y totalidad; del que está dispuesto a aprender el modo de hacerse don, de salir del marco estrecho de su ego fácil y cómodo, para construirse cada día y ayudar a construir algo bueno en su entorno, sabiendo que así contribuye a transformar el mundo.

 

            Sí, no dejemos que Jesús se vaya de nuestra vida para que seamos nosotros mismos quienes desde nuestra experiencia de él lo vivamos, lo llevemos y lo anunciemos.

 

 

ORACIÓN:                  “Átame a ti”

 

 

            Señor, sí, quédate. Cuántas veces te lo habré dicho, y cuántas veces yo mismo he sido el que ha pasado de largo, el que ha cerrado los ojos, el que ha preferido no tenerte en cuenta, el que ha cambiado el camino. Y, a pesar de todo, tú  no te has ido, has vuelto una y otra vez a ofrecerme tu mano, tu palabra, tu vida; a invitarme a mirar hacia adelante. No me has restregado contra mi propio barro, sino que has seguido limpiando mi corazón y mis ojos para ver más adelante y más arriba. En realidad, Señor, no era yo el que te pedía quedarte, has sido continuamente tú, el que te ofrecías a permanecer a mi lado, el que volvías, el que me ofrecía sanación para seguir caminando contigo. Por eso ahora no quiero pedirte que te quedes, quiero pedirte que me ayudes a quedarme, que me retengas contigo, que no me dejes alejarme, que me ayudes a seguir creciendo, a ser mi fuerza y mi esperanza. Sí, Señor, átame a ti con los lazos de tu amor.

 

                       

CONTEMPLACIÓN:                  “Clavado en mí”

 

 

No lo he conseguido,

tú lo has conseguido,

tú eres el que te has quedado

eres tú el que se ha empeñado

en quedarse clavado en mí

con los clavos del amor.

Soy tu cruz, sí,

y tú la abrazas, la besas

 y  la tomas en tus manos,

la cargas sobre tus hombros

mientras le susurras

palabras de paz.

 

 

 

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