TIEMPO ORDINARIO
Lunes 24º
LECTURA: “Lucas 7, 1-10”
En aquel tiempo, cuando terminó Jesús de hablar a la gente, entró en Cafarnaún. Un centurión tenía enfermo, a punto de morir, a un criado a quien estimaba mucho. Al oír hablar de Jesús, le envió unos ancianos de los judíos, para rogarle que fuera a curar a su criado.
Ellos, presentándose a Jesús, le rogaban encarecidamente: Merece que se lo concedas, porque tiene afecto a nuestro pueblo y nos ha construido la sinagoga. Jesús se fue con ellos.
No estaba lejos de la casa, cuando el centurión le envió unos amigos a decirle: Señor, no te molestes; no soy yo quién para que entres bajo mi techo; por eso tampoco me creí digno de venir personalmente. Dilo de palabra, y mi criado quedará sano. Porque yo también vivo bajo disciplina y tengo soldados a mis órdenes, y le digo a uno: «ve, y va; al otro: «ven», y viene; y a mi criado: «haz esto», y lo hace.
Al oír esto, Jesús se admiró de él, y, volviéndose a la gente que lo seguía, dijo: Os digo que ni en Israel he encontrado tanta fe.
Y al volver a casa, los enviados encontraron al siervo sano.
MEDITACIÓN: “Merece que se lo concedas”
Todo lo que nos viene de Dios es gratuidad. No somos, en principio, quién para exigirle nada. Por buenas que puedan ser nuestras obras, toda su acción salvadora no es fruto de nuestros actos sino de su amor.
Pero no cabe duda de que él espera nuestra respuesta. Jesús no se cansará de repetir que tenemos que dar frutos de buenas obras, frutos que están llamados a ser, no exigencias a Dios como pago a nuestro buen hacer, sino respuestas agradecidas y coherentes al amor que nos viene de él. Y, no cabe duda, a esos frutos, respuestas de nuestro amor a su amor, Dios responde siempre.
Desde ahí podemos entender esa afirmación ante la intercesión de aquellos hombres a la actitud del centurión. Ella estaría en línea con aquella afirmación de Pablo que viendo cercana su muerte, dirá a sus comunidades que le espera la corona merecida, porque ha hecho bien su carrera y ha mantenido la fe hasta el final. Una fe no hecha de palabras, de afirmaciones teóricas, sino marcada por la entrega total de su vida sin reservarse nada, respuesta al amor que ha experimentado de Dios. Y aunque no nos podamos presentar con exigencias ante Dios, sí que podemos tener la certeza de que responde siempre a nuestras respuestas.
Sí, estamos llamados a merecer, gratuitamente, por puro amor de Dios, y mucho más de lo que nuestras actitudes puedan suponer, porque Dios no se deja ganar nunca en generosidad.
La respuesta de nuestras obras, con todas las limitaciones que podamos aportar en la realidad de nuestro camino, son para nosotros, especialmente, la garantía de que estamos en ese camino, de que podemos tener acceso al don de Dios. Como sabemos, lo que hacemos o dejamos de hacer no es indiferente y nos permite acoger o rechazar su acción salvadora, siempre desbordante y mucho más allá de lo que nuestras actitudes pueden alcanzar. Y para nosotros es muy importante saber que ell camino del amor no se corta en nuestra existencia, porque todos nuestros gestos de amor vienen de Dios y vuelven a él.
Como diría el centurión no somos quiénes para que el Señor venga a nosotros, pero ha querido venir y el amor nos vincula a él. Es él mismo quien ha querido y permitido que podamos merecer lo que es don y gracia.
ORACIÓN: “Prolongar tu acción”
Señor, gracias por el regalo de ti mismo, de tu acercarte a nosotros para hacer el camino de nuestra historia y experimentarlo como camino de salvación. Gracias porque me abres al don de tu amor, y porque así me llamas a hacerme don contigo y como tú. No, no puedo exigirte nada porque todo me viene de ti. Sólo puedo convertirme en respuesta y, desde ahí, experimentar la cercanía que me vincula a ti. Sí, Señor, puedo hacer plenamente mías esas palabras del centurión reconociendo mi indignidad pero, al mismo tiempo, sabiendo que puedo prolongar tu acción en mí, y eso me engrandece y me estimula. Ayúdame para que no deje nunca de reconocerlo y de expresarlo.
CONTEMPLACIÓN: “Parte de ti”
Aparentemente no soy quién
pero, al mismo tiempo,
soy parte de ti, hechura tuya.
Has engrandecido mi pequeñez,
de criatura me has convertido en hijo,
y me regalas
hasta lo que no puedo merecer.
Y en ese desbordamiento de amor
me vas llevando, imparablemente, hacia ti.
TIEMPO ORDINARIO
Lunes 24º
LECTURA: “Lucas 7, 1-10”
En aquel tiempo, cuando terminó Jesús de hablar a la gente, entró en Cafarnaún. Un centurión tenía enfermo, a punto de morir, a un criado a quien estimaba mucho. Al oír hablar de Jesús, le envió unos ancianos de los judíos, para rogarle que fuera a curar a su criado.
Ellos, presentándose a Jesús, le rogaban encarecidamente: Merece que se lo concedas, porque tiene afecto a nuestro pueblo y nos ha construido la sinagoga. Jesús se fue con ellos.
No estaba lejos de la casa, cuando el centurión le envió unos amigos a decirle: Señor, no te molestes; no soy yo quién para que entres bajo mi techo; por eso tampoco me creí digno de venir personalmente. Dilo de palabra, y mi criado quedará sano. Porque yo también vivo bajo disciplina y tengo soldados a mis órdenes, y le digo a uno: «ve, y va; al otro: «ven», y viene; y a mi criado: «haz esto», y lo hace.
Al oír esto, Jesús se admiró de él, y, volviéndose a la gente que lo seguía, dijo: Os digo que ni en Israel he encontrado tanta fe.
Y al volver a casa, los enviados encontraron al siervo sano.
MEDITACIÓN: “Merece que se lo concedas”
Todo lo que nos viene de Dios es gratuidad. No somos, en principio, quién para exigirle nada. Por buenas que puedan ser nuestras obras, toda su acción salvadora no es fruto de nuestros actos sino de su amor.
Pero no cabe duda de que él espera nuestra respuesta. Jesús no se cansará de repetir que tenemos que dar frutos de buenas obras, frutos que están llamados a ser, no exigencias a Dios como pago a nuestro buen hacer, sino respuestas agradecidas y coherentes al amor que nos viene de él. Y, no cabe duda, a esos frutos, respuestas de nuestro amor a su amor, Dios responde siempre.
Desde ahí podemos entender esa afirmación ante la intercesión de aquellos hombres a la actitud del centurión. Ella estaría en línea con aquella afirmación de Pablo que viendo cercana su muerte, dirá a sus comunidades que le espera la corona merecida, porque ha hecho bien su carrera y ha mantenido la fe hasta el final. Una fe no hecha de palabras, de afirmaciones teóricas, sino marcada por la entrega total de su vida sin reservarse nada, respuesta al amor que ha experimentado de Dios. Y aunque no nos podamos presentar con exigencias ante Dios, sí que podemos tener la certeza de que responde siempre a nuestras respuestas.
Sí, estamos llamados a merecer, gratuitamente, por puro amor de Dios, y mucho más de lo que nuestras actitudes puedan suponer, porque Dios no se deja ganar nunca en generosidad.
La respuesta de nuestras obras, con todas las limitaciones que podamos aportar en la realidad de nuestro camino, son para nosotros, especialmente, la garantía de que estamos en ese camino, de que podemos tener acceso al don de Dios. Como sabemos, lo que hacemos o dejamos de hacer no es indiferente y nos permite acoger o rechazar su acción salvadora, siempre desbordante y mucho más allá de lo que nuestras actitudes pueden alcanzar. Y para nosotros es muy importante saber que ell camino del amor no se corta en nuestra existencia, porque todos nuestros gestos de amor vienen de Dios y vuelven a él.
Como diría el centurión no somos quiénes para que el Señor venga a nosotros, pero ha querido venir y el amor nos vincula a él. Es él mismo quien ha querido y permitido que podamos merecer lo que es don y gracia.
ORACIÓN: “Prolongar tu acción”
Señor, gracias por el regalo de ti mismo, de tu acercarte a nosotros para hacer el camino de nuestra historia y experimentarlo como camino de salvación. Gracias porque me abres al don de tu amor, y porque así me llamas a hacerme don contigo y como tú. No, no puedo exigirte nada porque todo me viene de ti. Sólo puedo convertirme en respuesta y, desde ahí, experimentar la cercanía que me vincula a ti. Sí, Señor, puedo hacer plenamente mías esas palabras del centurión reconociendo mi indignidad pero, al mismo tiempo, sabiendo que puedo prolongar tu acción en mí, y eso me engrandece y me estimula. Ayúdame para que no deje nunca de reconocerlo y de expresarlo.
CONTEMPLACIÓN: “Parte de ti”
Aparentemente no soy quién
pero, al mismo tiempo,
soy parte de ti, hechura tuya.
Has engrandecido mi pequeñez,
de criatura me has convertido en hijo,
y me regalas
hasta lo que no puedo merecer.
Y en ese desbordamiento de amor
me vas llevando, imparablemente, hacia ti.
Deja una respuesta