TIEMPO ORDINARIO
Sábado 17º
LECTURA: “Mateo 14, 1-12”
En aquel tiempo, oyó el virrey Herodes lo que se contaba de Jesús y dijo a sus ayudantes:Ése es Juan Bautista, que ha resucitado de entre los muertos, y por eso los Poderes actúan en él.
Es que Herodes había mandado prender a Juan y lo había metido en la cárcel encadenado, por motivo de Herodías, mujer de su hermano Felipe; porque Juan le decía que no le estaba permitido vivir con ella. Quería mandarlo matar, pero tuvo miedo de la gente, que lo tenía por profeta.
El día del cumpleaños de Herodes, la hija de Herodías danzó delante de todos y le gustó tanto a Herodes, que juró darle lo que pidiera. Ella, instigada por su madre, le dijo: Dame ahora mismo en una bandeja la cabeza de Juan Bautista.
El rey lo sintió; pero por el juramento y los invitados, ordenó que se la dieran; y mandó decapitar a Juan en la cárcel. Trajeron la cabeza en una bandeja, se la entregaron a la joven, y ella se la llevó a su madre.
Sus discípulos recogieron el cadáver, lo enterraron, y fueron a contárselo a Jesús.
MEDITACIÓN: “Por motivo de…”
De nuevo estamos ante este texto que pone de manifiesto lo más oscuro del corazón humano hasta dejar un regusto amargo. Hay en él toda una serie de ingredientes que nos ponen de manifiesto la falta de la más mínima conciencia, de no ser ese sentimiento pasajero de Herodes de lamentar tener que acceder a algo que parece que no deseaba, pero “por motivo de”, termina permitiendo el crimen.
Es como una cadena de desmanes condenables, pero detrás de los cuales siempre hay un motivo, aunque sea macabro, porque lo hombres tenemos o buscamos motivos para justificar aquello que nos interesa, y más si sabemos que no es bueno, porque de alguna manera nos justifica.
Por motivo de la condena de Juan le mete en la cárcel; por motivo del temor a la gente no toma otras medidas peores, de entrada; por motivo del odio de Herodías y de no desairar su juramento le manda decapitar ante la petición de su hija motivada, a su vez, por la instigación de su madre. Motivos que podían haberse desviado hacia otras respuestas, pero nadie se atrevió a romper esa cadena de motivos e intereses oscuros.
Pero no es una historia puntual. No es sino una especie de botón de muestra que ha seguido y sigue sucediendo,, con el peso de la tragedia, en muchos lugares y de muchos modos. Da la sensación de que es un proceso casi natural, porque todos vamos buscando motivos para justificar lo que hacemos, a niveles grandes o pequeños, buenos y, especialmente, malos.
Los podemos ver en nosotros al nivel de actitudes de nuestra vida, y también en la vivencia o manifestación de la coherencia de nuestra fe. Y lo hemos repetido y lo sabemos, otra cosa es que nos guste reconocerlo. Pero también por motivo del ambiente en el que vivimos, contemporizamos nuestras actitudes. Por motivo de evitar problemas callamos o dejamos de decir lo que sentimos. Por motivo del miedo a las consecuencias dejamos de comunicar, de anunciar, de manifestar lo que creemos. Por motivo de lo que es normal en el ambiente parece que terminamos también viendo como normal cosas que desde nuestra fe no lo son. Por motivo de muchas razones, que al final son intereses, no colaboramos, no nos comprometemos en actividades sociales, o de nuestra parroquia. Dejamos con facilidad, tal vez, de celebrar la eucaristía, dejamos que otros hagan, etc., etc. Siempre tenemos motivos. Y decir y asomarnos a nuestros motivos, verdaderos o falsos, no es para lamentarnos, sino para descubrirnos en nuestra verdad y retomar otros motivos para modificar actitudes en positivo.
Por ello, no nos podemos quedar en lo negativo porque estaríamos ocultando una parte de la verdad y negando nuevas posibilidades y procesos de conversión. Porque por motivos de nuestra fe, de nuestra escucha de la palabra y de nuestro deseos de coherencia y de servicio, hay muchos hermanos nuestros comprometidos y tratando de vivir su fe con toda su fuerza e ilusión. Por motivo de familiares, amigos, de mucha gente buena con las que nos cruzamos en el camino de la vida, hemos experimentado la llamada a responder a lo mejor de nosotros poniendo en juego lo que somos y tenemos. Por motivo de nuestros encuentros orantes dejamos resonar la voz del Señor que nos sale al camino de la vida para empujar el tesoro que llevamos en el corazón. Por motivo de nuestra fe nos sentimos llevados a no parar en nuestro camino y demostrar que hay motivos para el bien, para la esperanza. Tener la valentía de descubrir esos motivos es una gracia que tenemos que aprender a pedir, para que todo lo que hagamos parta de Dios, sabiendo que en ello ganamos todos.
ORACIÓN: “Capaz de mucho más”
Señor, al asomarme a los motivos de tantas cosas por las que me muevo, no puedo menos que sentir una especie de sentimientos contrapuestos y, sobre todo, de sentir un tanto de pudor ante tantas veces en las que he buscado motivos para justificar actitudes que no son justificables, pero que por un momento llegas a creerlas como auténticas. Porque eso es lo triste, que llegamos a creernos nuestros motivos. Nos interesa hacerlo para tranquilizar nuestra conciencia y hasta, quien sabe, poder seguir actuando igual. Sé que no puedo situar todas mis actitudes ahí, pero han existido y, a veces, pugnan por salir. Señor, tú me has dado todos los motivos para poner en juego lo mejor de mí, para intentar descubrir todo ese potencial de fuerza que me hace capaz de mucho más de lo que creo y pienso ante las tentaciones de quedar bloqueado o cerrado en mis aparentes imposibilidades. Gracias por empujar mi vida, por salir a mi encuentro, por descubrirme mi dignidad, mi potencial de vida, la grandeza de mi humanidad. Gracias por todos tus motivos para seguir creciendo, para seguir luchando, para seguir esperando. Gracias, Señor.
CONTEMPLACIÓN: “Motivos tuyos”
No te doy muchos motivos
para que salgas a mi encuentro,
para que escuches mi llamada,
para que te sientas orgulloso de mí,
pero es que los motivos están en ti.
Porque en mi ves a la oveja perdida
a la que sientes que hay que ir a buscar;
en mí ves a ese enfermo
que necesita del cuidado del médico;
en mí ves al hijo que se ha distanciado
y que sales continuamente a esperar.
Y yo me aferro a esos motivos tuyos que,
en mi impotencia, me salvan.
Deja una respuesta