TIEMPO ORDINARIO
Lunes 17º
LECTURA: “Mateo 13, 31-35”
En aquel tiempo, Jesús propuso esta otra parábola a la gente: El Reino de los Cielos se parece a un grano de mostaza que uno siembra en su huerta; aunque es la más pequeña de las semillas, cuando crece es más alta que las hortalizas; se hace un arbusto más alto que las hortalizas y vienen los pájaros a anidar en sus ramas.
Les dijo otra parábola: El Reino de los Cielos se parece a la levadura; una mujer la amasa con tres medidas de harina y basta para que todo fermente.
Jesús expuso todo esto a la gente en parábolas, y sin parábolas no les exponía nada. Así se cumplió el oráculo del profeta: «Abriré mi boca diciendo parábolas; anunciaré lo secreto desde la fundación del mundo.
MEDITACIÓN: “Cuando crece”
Es significativa la comparación. La semilla, la levadura, son realidades pequeñas pero con una fuerza interior tan tremenda que se pueden convertir en un gran árbol o hacer posible que una masa,, que le supera tremendamente en tamaño, se vea afectada por su fuerza interior. Y eso lo sabemos y lo comprendemos en esas dos realidades, como en otras. Lo curioso es que algo que reconocemos en esos elementos materiales no somos capaces de verlo tan fácilmente, en nuestra propia realidad humana o, al menos, parece que no nos interesa hacerlo consciente. Y, sin embargo, este es el gran anuncio dignificador y esperanzador que nos viene de parte de Dios.
Si embargo, aun nosotros, parece que no nos lo terminamos de creer. Tal vez porque pensamos que las cosas vienen solas o porque negamos el esfuerzo sin más, esperando el milagro que realice lo que nosotros no hacemos, o simplemente porque, en el fondo, estamos bien como estamos, aunque nos quejemos. Sin esfuerzo, sin trabajo, no se realiza nada. La semilla hay que enterrarla y regarla, y abonarla, y protegerla de plagas y vicisitudes externas, porque si no se puede frustrar su desarrollo. La levadura de nada sirve, por mucha fuerza que tenga, si no se trabaja en la masa y en la cantidad necesaria.
Y ésa es nuestra vida, eso somos nosotros. No crecemos porque sí, ni siquiera materialmente, tenemos que alimentarnos. Andamos porque ejercitamos el movimiento, ya que si estuviésemos siempre tumbados o sentados terminaríamos por atrofiar nuestros músculos. No crecemos interiormente, ni en valores, ni en actitudes positivas, ni en esperanza, si no lo deseamos, si nos cerramos, si nos negamos a potenciar todas nuestras capacidades materiales y espirituales, porque todas ellas forman parte de nuestra realidad humana, y cuando alguna de ellas se niega toda algo se atrofia y nuestra realidad personal queda afectada.
La afirmación de Jesús me parece estimulante cuando tendemos a hacer más hincapié en nuestras limitaciones que en nuestras posibilidades. Podemos experimentarnos pequeños, limitados, condicionados, presionados, pero nuestra fuerza interior es tremenda. Es grande a nivel meramente material, y lo es mucho más grande a nivel espiritual porque se apoya en Dios, que como nos recordaba ayer estaba pronto para darnos su Espíritu si lo pedíamos. Nosotros sabemos que lo hemos recibido en nuestro bautismo, nuestro potencial de fuerza es enorme, nuestra capacidad de crecer ilimitada hasta culminar en él, donde nuestro desarrollo alcanzará la madurez definitiva por gracia. Saberlo es el punto de partida para poner en juego todo nuestro potencial y no nos podemos conformar con menos. Es la garantía de nuestra madurez en todos los aspectos, y de nuestro testimonio. El testimonio de que la fe nos permite siempre crecer.
ORACIÓN: “La tarea de crecer”
Señor, gracias una vez más porque cada vez que me asomo a ti me ayudas a descubrirme a mí. Sí, lo sé, pero muchas veces, no sé por qué, no soy capaz de hacerlo consciente en todas sus consecuencias. Es fácil bajar la guardia, es fácil dejarse llevar por toda una serie de sentimientos que, a veces me traicionan, o del ambiente que quiere arrastrarme cómodamente, para permitirme ser uno más del montón, y desde ahí ser bien mirado. Abrirme a ti está pidiendo mi tensión, mi esfuerzo, mi ser yo mismo, convencido, mi aventurarme en dar lo mejor de mí y meterme de lleno en la tarea de crecer, de madurar, de responder desde la totalidad de mi ser. Señor, crecer desde ti es toda una aventura, un reto y una ilusión. En ti descubro lo mejor de mí y lo deseo, a pesar, a veces, de mis fracasos. No dejes de ayudarme, que sepa apoyarme en la fuerza de tu Espíritu que has depositado en mí. Gracias, Señor.
CONTEMPLACIÓN: “Capaz de crecer”
No te asusta mi pequeñez,
y has volcado tu fuerza en mí.
Me haces capaz de crecer,
de desbordar mi realidad
y me sorprendo y me asusto
en lugar de alegrarme.
Te empeñas en mi grandeza
hasta hacerme partícipe de la tuya,
y hasta te has hecho pequeño,
te has puesto a mi altura humana,
para decirme que es posible,
porque tú caminas conmigo,
porque tú me dignificas,
porque tú me salvas, y así
arrancas mis sonrisa y mi deseo.
Deja una respuesta