Semana 12 Miércoles

TIEMPO ORDINARIO

 

Miércoles 12º 

 

 

LECTURA:             Mateo 7, 15-20”

 

 

En aquel tiempo, dijo Jesús a sus discípulos: Cuidado con los profetas falsos; se acercan con piel de oveja, pero por dentro son lobos rapaces. Por sus frutos los conoceréis.

A ver, ¿acaso se cosechan uvas de las zarzas o higos de los cardos? Los árboles sanos dan frutos buenos; los árboles dañados dan frutos malos. Un árbol sano no puede dar frutos malos, ni un árbol dañado dar frutos buenos. El árbol que no da fruto bueno se tala y se echa al fuego. Es decir, que por sus frutos los conoceréis.

 

 

MEDITACIÓN:               “Profetas falsos”

 

 

            Un profeta es aquél que con su vida y su palabra da testimonio de Dios, anuncia y comunica su proyecto de amor sobre los hombres y, desde esa misma voluntad, denuncia todo aquello que no es de Dios.

 

            Aunque todos nosotros en nuestro bautismo fuimos ungidos profetas, así se nos expresó, tenemos que reconocer que hemos perdido un tanto el sentido y la fuerza de esa palabra y de esa  tarea, aunque estamos empezando a dejarla resonar porque responde a nuestro ser más íntimo de creyentes. Y es curioso porque, sin darse cuenta de toda su fuerza, cuando quienes sean, creyentes o no, echan en cara nuestra no coherencia, cuando no ven nuestros frutos, aunque en parte no les interesen, están diciéndonos, consciente o inconscientemente, que no estamos actuando nuestro ser profetas, que estamos siendo profetas falsos.

 

            Y ahí está nuestro reto, el reto que surge no ya de los otros, creyentes o no, sino del propio Jesús. Y es normal que nos duela el que nos lo digan. Podemos, incluso, reaccionar negativamente porque tal vez el que nos lo diga no sea precisamente un dechado de virtudes, con lo cual nuestra reacción hasta se puede convertir en rechazo y ataque a las incoherencias de los otros, cuando debíamos darle gracias porque, sin saberlo, también ellos se están convirtiendo en voz de Jesús que nos reclama nuestra coherencia, nuestra verdad, nuestra fidelidad o, al menos, nuestro empeño para vivir en ella en clave de conversión continua.

 

            Sí, ni podemos engañar a los otros ni podemos engañarnos a nosotros mismos porque nuestros frutos, las consecuencias de lo que hacemos están ahí, son palpables. Podemos caminar con piel de oveja, dando una imagen por fuera, algo muy habitual, y siendo otra cosa por dentro, pero eso tarde o temprano sale a la luz, los frutos malos o buenos terminan poniéndose de manifiesto antes incluso de lo que pensamos o deseamos.

 

            Todo esto no es para asustar, sino para estimular, para que vivamos en la verdad, para que recordemos la grandeza y la importancia de nuestra llamada. No es tarea de unos pocos, todos implicados, cada uno desde nuestra realidad, todos discípulos y profetas de Dios para dar buenos frutos, para dar sus frutos. Merece la pena la tarea y el reto. Urge por ello revitalizar y potenciar la fuerza y la belleza de nuestra fe.

 

 

ORACIÓN:             “La fuerza de mi deseo”

 

 

            Señor, sí, también tengo que reconocer que a veces mi exterior no camina paralelo a mi interior. Unas veces, tal vez la mayor parte de veces, por mi propia debilidad, por toda esa serie de condicionamientos que no me dejan ser del todo yo mismo y con los que tengo que asumir mi lucha continua; pero, otras también, por negligencia o porque en mi se pegan ciertos sentimientos que no soy capaz o no me planteo desechar. Nuestro camino, Señor es lento, demasiado lento a veces, cargado de justificaciones y de rémoras que nuestro corazón no suelta con facilidad. No, tal vez, no hay maldad en mi interior; tal vez no hay intención de engañar; pero, tal vez, sí me falta la fuerza y el coraje para asumir mis limitaciones con toda la fuerza de mi deseo, de mi ilusión, de mi esfuerzo, de mi tarea de construirme ligero porque cada día es un milagro y una oportunidad. Ayúdame a forjar los frutos que esperas y que esperan de mí.         

 

 

 CONTEMPLACIÓN:               “Fruto de tu amor”

 

 

Me sé fruto de tu amor,

y mi corazón pugna

por ser fruto maduro,

por ser fruto sano,

bueno para la vista

y el corazón de todos.

Me sé fruto de tu amor

y ahí se apoya mi fuerza,

la fuerza de mi esperanza.

Me sé fruto de tu amor

y sé que en mi árbol,

el árbol de mi vida,

a pesar de su piel herida,

lograrás que penda

la belleza del amor.

 

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