SÁBADO VII DE PASCUA
LECTURA: “Juan 21, 20‑25”
En aquel tiempo, Pedro, volviéndose, vio que los seguía el discípulo a quien Jesús tanto amaba, el mismo que en la cena se había apoyado en su pecho y le había preguntado: «Señor, ¿quién es el que te va a entregar?» Al verlo, Pedro dice a Jesús: «Señor, y éste ¿qué?» Jesús le contesta: «Si quiero que se quede hasta que yo venga, ¿a ti qué? Tú sígueme.»
Entonces se empezó a correr entre los hermanos el rumor de que ese discípulo no moriría. Pero no le dijo Jesús que no moriría, sino: «Si quiero que se quede hasta que yo venga, ¿a ti qué?»
Este es el discípulo que da testimonio de todo esto y lo ha escrito; y nosotros sabemos que su testimonio es verdadero.
Muchas otras cosas hizo Jesús. Si se escribieran una por una, pienso que los libros no cabrían ni en todo el mundo.
MEDITACIÓN: “¿A ti qué?”
Termina el evangelio de Juan, y con él todo este recorrido pascual que nos ha permitido retomar la fuerza del misterio central de nuestra fe para continuar nuestra andadura adentrándonos en ella. Y me parece que el final no puede ser mejor. Primero porque es una llamada a continuar la obra de Jesús, una llamada a seguirle, a caminar con él. Eso es, tal vez lo más importante de todo. Dios sigue, seguirá siendo, Dios con nosotros. La Pascua nos ha permitido rubricar el acontecimiento de la encarnación que nos anunciaba la realización, ya definitiva, eterna, de esa presencia. Y esa llamada, con los matices de cada uno, con la cercanía o distancia de unos y otros, porque nuestro paso y nuestra realidad es personal e intransferible, es a mí. Y esto es muy importante tenerlo en cuenta.
Y es que tendemos a mirar más a los otros que a nosotros mismos. Hay en nuestro corazón un poso de envidia, de personalismo egoísta, que nos impide ver los matices y las diferencias como algo bueno, como algo personal en lo que juega nuestra libertad y nuestra donación, y también nuestros afectos. No estamos programados, no nos repetimos, ni para el bien ni para el mal, aunque podamos hacer cosas iguales. Pero seguimos estando más pendientes de los otros, olvidando que el trabajo está en cada uno, en mi persona, que es a mí a quien se me pide cuenta de mis actos, de mis respuestas, en mi medida y no en la medida de los otros.
Y esto lo tenemos que aprender a llevar a todas las esferas de nuestra vida y de nuestras relaciones, porque es algo a incluir en nuestro camino de conversión, en nuestro camino de crecimiento, de maduración, de construcción de nuestra personalidad, con ilusión esforzada, porque tenemos el riesgo de que nos arrastre el ambiente, las opiniones de los demás. Podemos no reconocerlo, pero nos condiciona mucho lo que puedan pensar de nosotros, y eso nos coarta la libertad para el bien. Non vencen los miedos, infinitos miedos, y siempre a los hombres, aunque a veces lo hemos trasladado a Dios, que es al único al que no podemos tener miedo porque sólo sabe de amor, porque su sentimiento no cambia, porque ha dado la vida por nosotros, porque su ser sólo actúa para salvar. Somos nosotros quienes le hemos trasladado nuestros miedos e inseguridades, simplemente porque no nos hemos abierto a su palabra y a su acción salvadora plena y gozosamente. Y lo triste es que somos nosotros, sus propios discípulos quienes lo hemos propiciado. Parece como si nos costase entender el amor de Dios, como si nos asustase, y prefiriésemos nuestras propias formas de ver a Dios, tal vez para justificarnos, tal vez para defendernos.
Por todo ello, el ¿a ti qué?, a Pedro, es como la mejor llamada que nos puede dejar Jesús. No es respuesta de indiferencia, bien lo sabemos. Si algo no nos ha hecho el mensaje de Jesús es indiferentes. Esa respuesta es precisamente la mejor llamada a poner en juego nuestra vida desde su seguimiento, pero libres, libres ante todo y todos los que nos puedan frenar ese compromiso.
Mañana recibiremos el Espíritu el regalo y garantía de su fuerza y su presencia en nuestra vida, en nuestras luchas y en nuestros descansos. Cercanía y misterio de un Dios que nos desborda. Sencillamente porque el amor es así.
ORACIÓN: “Ser libres”
Señor, qué bien me viene escuchar tu respuesta, tu doble respuesta. A Pedro le tenemos que agradecer su forma de ser, con sus grandezas y miserias, porque así se ha convertido casi en un paradigma de nuestra realidad humana, en sus sombras, pero también en su capacidad de dar pasos, de no dejarse sucumbir por su realidad condicionada, por su disponibilidad y apertura, por su entrega más allá de sus frenos. Eso a mí me estimula y me enseña. Ser libres ante la propia realidad y ante la de los demás es tarea complicada, pero es importante no olvidar que eso es tarea. Porque cuando los hombres olvidamos esa dimensión personal de crecimiento frente a todo lo que nos puede frenar e incluso dañar, estamos perdidos y abocados a una inmadurez que daña a uno mismo y a todos a quienes alcanzan nuestras acciones. No es indiferente nada de lo que hacemos y olvidar eso es peligroso, por eso tu palabra me sabe a vida. Gracias, Señor, gracias Pedro.
CONTEMPLACIÓN: “Sólo en ti”
Has salido a buscarme
al campo de la vida,
a fortalecer mis pasos,
a levantar mi alma caída.
Me has tomado de la mano,
me has abierto los ojos
y tu llamada me ha hecho
renacer un hombre nuevo.
Y en este empeño ando
ascendiendo lento,
tú al ritmo de mis pasos,
yo fijando mi mirada
en ti, sólo en ti.
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