SÁBADO VI DE PASCUA
LECTURA: “Juan 16, 23b‑28”
En aquel tiempo, dijo Jesús a sus discípulos: «Yo os aseguro, si pedís algo al Padre en mi nombre, os lo dará.
Hasta ahora no habéis pedido nada en mi nombre; pedid, y recibiréis, para que vuestra alegría sea completa. Os he hablado de esto en comparaciones; viene la hora en que ya no hablaré en comparaciones, sino que os hablaré del Padre claramente.
Aquel día pediréis en mi nombre, y no os digo que yo rogaré al Padre por vosotros, pues el Padre mismo os quiere, porque vosotros me queréis y creéis que yo salí de Dios.
Salí del Padre y he venido al mundo, otra vez dejo el mundo y me voy al Padre.»
MEDITACIÓN: “Me queréis y creéis”
Me parece que es bonito escuchar estas afirmaciones de labios de Jesús. Son un sentimiento, una certeza que él tiene con respecto a los suyos, a pesar de las limitaciones que conoce que tienen y que van a seguir manifestando. De alguna manera podemos decir que cuenta con ellas y no son inconveniente para que siga volcando en ellos su mensaje, y para que ellos sigan a su lado, tratando de meterse cada vez más y mejor, con más coherencia, en las consecuencias de su seguimiento.
Y me gusta escucharlo porque esa afirmación que resuena sobre esos discípulos haciéndose, recae también sobre nosotros. Porque el Señor sabe que le queremos y que creemos en él. También nuestra fe manifiesta las limitaciones de aquellos discípulos. También está haciéndose. Supeditada a toda una serie de condicionamientos que conforman nuestro crecimiento. No, no puedo negar que podamos ir más rápidos, pero lo importante es que sigamos inmersos en esa experiencia de amor, en esa certeza de la fe que nos va adentrando en todo este misterio desbordante de vida y de esperanza que Jesús ha ido y va desgranando sobre nuestra persona en nuestro camino.
El amor es paciente, diría Pablo, y esa paciencia es la que Jesús, como diría Pedro que claramente la experimentó en su carne, vuelca sobre nosotros para hacer posible nuestro proceso continuo de conversión. Si, no cabe duda, hemos experimentado el amor de Dios y vamos respondiendo en nuestro caminar a ese amor. Nos hemos abierto a la fe y vamos ahondando en ella con todas sus consecuencias. Y lo hermoso es que el Señor lo sabe y se siente querido y creído.
Tal vez no podemos echar las campanas al aire. Tal vez todo lo vivamos con mucha fragilidad. No la vivieron mucho más aquellos discípulos. Y no se trata de justificar. Se trata de apretarnos en torno a él. De experimentarnos queridos para seguir volcando y reafirmando nuestro querer y dándole forma en nuestras respuestas, en nuestras actitudes, en toda nuestra vida. Tal vez descubramos que no hay demasiado hecho, pero sí que siempre hay mucho por hacer y eso se convierte en reto ilusionado de nuestra fe y de nuestro amor, Y eso construye nuestra alegría, la más auténtica, la más transformadora, la más viva.
ORACIÓN: “Vibrar por ti”
Cómo me gusta que hagas esta afirmación, Señor. Me gusta porque aunque se la dices a ellos siento o quiero sentir que me la dices a mí. Porque es verdad, Señor, te quiero y tú lo sabes. A pesar de todo. De mis limitaciones, de mis paradas, de mis pasos atrás, de mis caídas. Sí, a pesar de todo sé que me quieres y yo te quiero, porque me perdonas, me acoges, me llamas, me empujas, me estimulas, me salvas.Sé que no bastan mis palabras ni mis deseos, pero están en la base. Desde ellos me puedo acercar a ti, desde ellos puedo esperar dar pasos, avanzar, crecer, fortalecer mi fe y vibrar por ti. Sí, Señor, te quiero porque he sentido tu cariño, porque siento tu mano que acaricia mis sonrisas y mis heridas, y porque me sigues ofreciendo palabras de vida. Gracias, Señor, por tu cariño, gracias por dejarte querer por mí.
CONTEMPLACIÓN: “Arrullo del amor”
Te has volcado, Señor,
y me has desbordado,
y ya no sé vivir sin ti.
Sólo tu vida me da vida,
y tu luz me ilumina,
y tu palabra me cautiva.
Eres el aire fresco
que alienta mi camino
y abre mi sendero.
Eres el arrullo del amor,
que se me hace eterno.
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