Semana VII de Pascua – Lunes 2

LUNES VII DE PASCUA

 

 

 

LECTURA:               “Juan 16, 29‑33”

 

 

En aquel tiempo, dijeron los discípulos a Jesús: «Ahora sí que hablas claro y no usas comparaciones. Ahora vemos que lo sabes todo y no necesitas que te pregunten; por ello creemos que saliste de Dios.»

Les contestó Jesús: «¿Ahora creéis? Pues mirad: está para llegar la hora, mejor, ya ha llegado, en que os disperséis cada cual por su lado y a mí me dejéis solo. Pero no estoy solo, porque está conmigo el Padre. Os he hablado de esto, para que encontréis la paz en mí. En el mundo tendréis luchas; pero tened valor: yo he vencido al mundo.»

 

 

MEDITACIÓN:                 “No estoy solo”

 

 

           Es cierto que es una frase que Jesús dirige sobre sí mismo, pero en esa respuesta podemos encontrar también la nuestra. Esta certeza de Jesús, precisamente cuando las cosas se ponen difíciles, cuando incluso abrumado por el dolor llegue a afirmar “Dios mío, por qué me has abandonado”, va a marcar su opción clara ante Dios. Más allá de nuestros sentimientos y de las circunstancias que puedan oscurecer el camino de nuestra vida, siempre nos cabe una certeza irrefutable, no estamos solos, el Padre está siempre con nosotros, esperando, sosteniendo, acariciando. Tal vez en silencio, pero siempre presente, siempre amando.

 

            Puede ser que nos cueste entender esta forma de actuar de Dios, Seguimos esperando un Dios mago que sale al camino de nuestras dificultades para allanarnos el camino, pero no es ese el rostro que nos ha dejado en Jesús. Más vivo, más real, más humano y más divino, que no es lo mismo que milagrero, que un Dios irreal hecho a nuestra imagen y no a la suya. Un Dios que queremos alejar para luego arrancar la queja de su aparente lejanía e indiferencia ante el dolor, cuando él precisamente ha pasado por la cruz. Un Dios del que queremos prescindir para que no toque nuestra autonomía, pero que nos gustaría sentirlo a cada paso para evitarnos cualquier molestia.

 

              Todavía nos queda aprender a descubrir el rostro de un Dios que camina a nuestro lado con su amor, en las alegrías y en las tristezas. Un Dios que nos enseña a llevar la cruz con él y como él sabiendo que culmina en vida. Un Dios que quiere que aprendamos a responder a todo lo que nos acontece en el camino de nuestra realidad limitada y creatural desde el amor. El día que aprendamos eso, podremos afirmar como Jesús y con él la certeza de que Dios no nos deja solos, sencillamente porque nos ama. Y así nos enseña lo que es el amor, no desde la teoría de un mundo inexistente y ficticio, sino desde la realidad de sus limitaciones y de sus grandezas, y desde nuestra posibilidad de darle otro rostro, no por decreto divino, por mano de mago, sino por deseo explícito de nuestro ser y de nuestro actuar.

 

            Si, no hay duda, Dios no nos ha dejado solos, Dios nos ama, es el núcleo de nuestra fe que hemos vivido en su contundencia con la muerte y resurrección de Cristo. Desde ahí nos llama a no dejarnos solos, a ser compañía de los otros, a ser gesto de amor que transforme nuestras vidas y nuestra historia, con él y como él.  

ORACIÓN:               “Me has sostenido”

 

 

            Lo sé, Señor. Muchas veces me he sentido sólo y perdido, no por tu distancia, sino por la mía. Siempre has estado a mi lado, siempre tu palabra ha estado resonando en mi corazón, siempre tu presencia se me ha hecho respuesta de amor y fuerza, y luz. Todo tu empeño se ha centrado en formar parte de mi vida, de mi camino, y soy yo quien fácilmente he buscado resquicios o puertas por donde evadirme, a veces con buenas palabras, hasta con justificaciones, y tú siempre has estado ahí, respondiendo, acogiendo incansablemente, amando pacientemente. Por todo ello, gracias, Señor. Gracias por estar ahí siempre, gracias por tu amor, incluso en el dolor, en el silencio, porque ahí, precisamente, ahí, es cuando me has sostenido. Gracias por tanto derroche callado y fiel de amor.

 

          

 

CONTEMPLACIÓN:                  “Líbremente”

 

 

Me has tendido tu mano

y me has aferrado con fuerza

y no quiero soltarme

ni quiero que me sueltes.

Agárrame, sí, con tu fuerza

para poder correr,

para poder subir,

para poder volar.

Agárrame para soltar

tantas amarras

y poder libremente amar.

 

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