MIÉRCOLES III DE PASCUA
LECTURA: “Juan 6, 35‑40”
En aquel tiempo, dijo Jesús a la gente: «Yo soy el pan de la vida. El que viene a mí no pasará hambre, y el que cree en mí nunca pasará sed; pero, como os he dicho, me habéis visto y no creéis.
Todo lo que me da el Padre vendrá a mi, y al que venga a mí no lo echaré afuera, porque he bajado del cielo, no para hacer mi voluntad, sino la voluntad del que me ha enviado. Ésta es la voluntad del que me ha enviado: que no pierda nada de lo que me dio, sino que lo resucite en el último día. Ésta es la voluntad de mi Padre: que todo el que ve al Hijo y cree en él tenga vida eterna, y yo lo resucitaré en el último día.»
MEDITACIÓN: “Que no pierda nada”
Me da mucha alegría encontrarme con ciertas afirmaciones que me confirman que hay alguien que me quiere en mi totalidad y no en mi parcialidad. Que me conoce en toda mi riqueza humana, también en mi pobreza, pero que sabe del valor de mi dignidad, y de que mi vida tiene un sentido. Porque lo más trágico que nos podemos encontrar es descubrir que podamos ser una pasión inútil, que nada tenga sentido, y que estemos inmersos en una especie de absurdo que no lleva ni conduce a nada, es decir, encontrarnos con nuestra mera animalidad. Porque al final, cuando en la vida no somos capaces de encontrar y descubrir nada más, sin horizontes donde poder dirigir lo mejor que bulle en nuestro interior, todo carece de sentido. Así lo afirman muchos con convencimiento y pienso que con dolorosa resignación.
Por eso tu palabra, Señor, me llena de esperanza. No quieres que se pierda nada de nosotros, no quieres que nuestra vida acabe en el absurdo del vacío. Nos has creado no para perdernos sino para llevar a término la grandeza de nuestra humanidad, de habernos creado a tu imagen y semejanza. En nosotros, en el ser humano has plantado semillas de eternidad, semillas de divinidad. Nos podrá parecer mentira, nos podremos resistir, nos parecerá incomprensible para nuestra pobre y limitada capacidad, más limitada aún por nuestro empeño de reducirnos a la mínima expresión, pero es la mejor noticia que podemos recibir.
Y en esa aventura que tú has iniciado, nos quieres introducir porque nos conoces, porque sabes de nuestra hechura, y has hecho y sigues haciendo todo lo posible para que nadie se pierda, para que todos vean culminados sus deseos de plenitud. De nuevo te presentas como Dios amigo, como Dios de la vida. Dios empeñado en que tengamos vida, vida abundante, y la convirtamos en actitudes de vida ante tanta realidad de muerte que generamos de mil maneras. Muerte física, pero sobre todo muerte de sentido, de valores, de crecimiento, de dignidad.
Y tan importantes somos para ti, tienes tan clara la certeza de lo que somos y de lo que estamos llamados a ser que has dado tu vida para anunciarnos vida, para decirnos lo importante que es la vida, para que descubramos el valor de nuestra vida presente y futura. Tu entrega total ha sido el grito más fuerte que alguien, mejor, que un Dios, ha podido realizar, para manifestarnos el valor de lo que soy, de lo que somos. Y ante ese empeño, no puedo menos que darte las gracias y pedirte, ante mi torpeza, que me ayudes a descubrirme como tú me descubres, a verme como tú me ves, a quererme como tú me quieres, a darme como tú te has dado; nada más y nada menos que para que tengamos vida, para que no se pierda ni uno solo, para que no me pierda.
ORACIÓN: “Sigue llamando”
Por todo ello, gracias de nuevo. Ante esta palabra es lo único que puedo repetir. Casi hasta me emociona descubrir tu empeño, tu amor, aun cuando percibes tanta mediocridad y superficialidad en mí. Tu afirmación me conmueve y me mueve para seguir inmerso en tu deseo sobre mí y la humanidad. Ahí se apoya mi esperanza y la posibilidad de que despertemos de nuestros empeños por reducir nuestra realidad. Señor, sigue empujando, sigue llamando, sigue confiando, a pesar de nuestras respuestas o de nuestros silencios. Tu palabra lleva la fuerza del amor y de la vida y, estoy convencido de que tarde o temprano, nos abriremos a ella porque recoge en sí lo más auténtico del ser humano. Por eso sigue salvando, Señor, sigue levantando mi ser de ti.
CONTEMPLACIÓN: “Marco cálido”
Desciendes como lluvia fresca
en el páramo de nuestra vida
para hacer brotar de ella esperanza.
Eres voz que clama por mí,
grito que despierta mis sentidos,
bocanada de aire fresco
que viene con cada amanecer,
como mano tendida y amiga.
Y así me haces humano,
elevas mis ojos del frío suelo,
hacia la calidez de tu cielo,
el marco cálido de tu corazón
que calienta ya el mío.
Deja una respuesta