VIERNES Y SÁBADO SANTO
Ha llegado la hora de que hable el silencio,
de que griten las piedras
y de que el cielo se incline desconcertado
sobre una tierra que parece desechar el amor.
Es la hora de que el hombre llore
su negación de Dios,
que es como negarse el derecho de su dignidad.
Dónde apoyar ahora la fuerza del bien,
de la paz, del perdón, de la esperanza.
Es la hora de mirar la cruz
y ver callada la palabra que gritaba vida,
y atravesadas las manos que tocaban,
acariciaban, servían, y desataban nudos
que amordazaban sueños y hombres.
Y los pies que recorrieron caminos,
y llevaron gritos de libertad
de parte de un Dios a quien llamaba Padre.
Es la hora de la muerte del hombre,
porque si no hay Dios ya no hay hombre.
Pero hay esperanza porque en esa cruz pende el amor,
el amor que no se ha quedado nada para sí,
el amor que ha derramado hasta su última gota
y, así, ha hecho palpable su fuerza,
su belleza, su grandeza, su verdad.
Ahora podemos decir con verdad que el amor
es más fuerte que la muerte,
es más fuerte que ningún mal,
porque la oscuridad del mal
no ha podido frenar la fuerza del don del amor.
Por eso, en la cruz el mal ha sido vencido,
y ha sido vencido el pecado,
y ha sido vencida la muerte.
Y el silencio del sepulcro, ya vacío,
espera expectante que se rompa la oscuridad,
Que la luz muestre su triunfo sobre las tinieblas,
que la vida manifieste su plenitud,
que la paloma de la paz recorra el cielo
con su ramo verde de esperanza.
Si, es la hora del silencio expectante,
largo y tenso silencio de muerte,
que espera estallar ya en un grito de vida
porque Cristo vive, porque el amor es inmortal.
Deja una respuesta