Lunes de la Semana 3 de Cuaresma – 2

CUARESMA

 

Lunes 3º

 

 

LECTURA:             “Lucas 4, 24‑30”

 

 

En aquel tiempo, dijo Jesús al pueblo en la sinagoga de Nazaret: «Os aseguro que ningún profeta es bien mirado en su tierra. Os garantizo que en Israel había muchas viudas en tiempos de Elías, cuando estuvo cerrado el cielo tres años y seis meses, y hubo una gran hambre en todo el país; sin embargo, a ninguna de ellas fue enviado Elías, más que a una viuda de Sarepta, en el territorio de Sidón. Y muchos leprosos había en Israel en tiempos del profeta Eliseo; sin embargo, ninguno de ellos fue curado, más que Naamán, el sirio.»

Al oír esto, todos en la sinagoga se pusieron furiosos y, levantándose, lo empujaron fuera del pueblo hasta un barranco del monte en donde se alzaba su pueblo, con intención de despeñarlo.

Pero Jesús se abrió paso entre ellos y se alejaba.

 

 

 

MEDITACIÓN:                 “Ningún profeta”

 

 

            Nos está saliendo este texto por muchas esquinas tal vez porque es una de esas situaciones curiosas en las que junto a una primera aceptación le sigue un rechazo igual de contundente ante la afirmación incisiva de Jesús. No sé si porque ningún profeta es bien mirado en su tierra, o porque, a pesar del dicho, cualquier profeta, casi nunca es bien mirado, sobre todo si es un profeta de los que no se casa con nadie y dice aquello que siente que debe decir, sea de dónde sea y guste o no guste. De hecho la historia lo había puesto de manifiesto en todos los sentidos.

 

            Tal vez nos resulte un poco distante o un tanto retórico porque ya la imagen del profeta parece haber desaparecido o, al menos, no lo identificamos como tal. Aparece como uno de los carismas enumerados por Pablo, y en la primitiva comunidad parece que se siguen dando, pero poco a poco se fue difuminando su figura y su misión. Quedan sus reminiscencias en el rito del bautismo en el que al ungirnos se nos dice a todos que pasamos a ser sacerdotes, profetas y reyes, a los que se ungía de igual manera; tres afirmaciones que tampoco las tenemos muy trabajadas y que nos suena a reminiscencias casi del pasado.

 

            Tal vez es que hemos reducido la imagen del profeta al de aquel anunciador de catástrofes, con visiones de futuro, una especie de adivinos, más que el ministerio de aquél que comunica y que habla en nombre de Dios, no desde él mismo, y claro, ése es un terreno muy resbaladizo y complejo para el afectado y para quienes lo escuchan. Curiosamente a Jesús no se le acoge como venido de Dios, y ante su palabra interpeladora sus sentimientos saltan por los aires. Algo que nos pasa también a nosotros cuando nos sentimos señalados directamente por la palabra. No nos gusta. Y el rechazo, la indiferencia, la denuncia o el alejamiento, en casos más significativos, hacen de respuesta.

 

            Sigue habiendo actitudes proféticas que siguen siendo rechazados dentro o fuera de la Iglesia. Sigue habiendo voces proféticas que siempre son molestas y que preferimos eludir cuando manifiestan su radicalidad y, tal vez, tenemos que redescubrir esa raíz profética que todos los bautizados llevamos por nuestra unción para volcarlas sobre nosotros mismos, sobre la Iglesia incluso, y sobre todos, con fuerza y eso sí, con y por amor. Porque todo lo que se haga fuera de ahí no viene de Dios. Si no descubrimos ningún profeta, si eludimos ese papel, que en lo básico es ser anunciadores del evangelio de Jesús en todos los lugares, y por lo tanto nos afecta a todos, tal vez es porque no nos guste o porque nadie quiera complicarse la vida, y por una causa o por otra podemos dejar que se nos escape, se nos aleje, la fuerza de Dios. Mirar a nuestro interior y a nuestro alrededor, en actitud de escucha atenta y sincera, es uno de los restos de estos momentos especiales en los que vivimos para no renegar de lo que somos.

 

 

 

ORACIÓN:                “Descubrir mi responsabilidad”

 

 

            Es cierto, Señor, que no nos identificamos con esta tarea. Y es una pena que manejemos palabras y expresiones que parece que hemos vaciado de sentido. Y eso significa o que tenemos que cambiar el lenguaje o que tenemos que redescubrir la fuerza y el contenido de esas palabras. Tal vez tengamos que volver a la raíz de nuestra fe, de nuestro bautismo, releer y repensar lo que fuimos constituidos en él y desde ahí, dar sentido a lo que ahí asumimos, ciertamente ya una vez adultos y personalizada nuestra fe. Sí, Señor, sé que estoy llamado a escuchar tu palabra, como asumían los profetas; y estoy llamado a vivirla y a proclamarla, a tiempo y a destiempo, como decía Pablo, desde la sensatez ciertamente, pero que no significa sin más prevención o cobardía, sino valentía y prudencia, como nos decías. Ser consciente de mi tarea, descubrir mi responsabilidad, mi realidad de ser cristiano, de ser tu discípulo, en la coyuntura concreta en la que vivo, aun con riesgo de que me quieran despeñar de mil maneras, pero sabiendo que tengo que obedecerte a ti antes que a nadie, me suena a empeño sincero de mi ser lo que soy. Ayúdame a redescubrirlo, a hacerlo consciente, a vivirlo.           

                       

 

 

CONTEMPLACIÓN:                 “Seducirme”

 

 

Me envuelves con tu palabra

y te derramas como lluvia

que quiere empaparme

y penetrar en mi interior.

Quieres seducirme

para que te acune en mi seno,

para que te lleve, te anuncie,

y te haga eco de mi vida,

hasta hacerte presencia

que me desborde y se derrame.

 

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