Jueves de la Semana 5 de Cuaresma – 3

publicado en: Cuaresma y Pascua, Ferias de Cuaresma | 0

CUARESMA

 

Jueves 5º

 

 

 

LECTURA:              “Juan 8, 51‑59”

 

 

En aquel tiempo, dijo Jesús a los judíos: «Os aseguro: quien guarda mi palabra no sabrá lo que es morir para siempre.»

Los judíos le dijeron: «Ahora vemos claro que estás endemoniado; Abrahán murió, los profetas también, ¿y tú dices: «Quien guarde mi palabra no conocerá lo que es morir para siempre»? ¿Eres tú más que nuestro padre Abrahán, que murió? También los profetas murieron, ¿por quién te tienes?»

Jesús contestó: «Si yo me glorificara a mí mismo, mi gloria no valdría nada. El que me glorifica es mi Padre, de quien vosotros decís: «Es nuestro Dios», aunque no lo conocéis. Yo sí lo conozco, y si dijera: «No lo conozco» seria, como vosotros, un embustero; pero yo lo conozco y guardo su palabra. Abrahán, vuestro padre, saltaba de gozo pensando ver mi día; lo vio, y se llenó de alegría».

Los judíos le dijeron: «No tienes todavía cincuenta años, ¿y has visto a Abrahán?»

Jesús les dijo: «Os aseguro que antes que naciera Abrahán, existo yo».

Entonces cogieron piedras para tirárselas, pero Jesús se escondió y salió del templo.

 

 

 

MEDITACIÓN:                  “Guarda mi palabra”

 

 

            Vamos llegando al final de la cuaresma y, también, al final de estos encuentros densos, tensos e interpeladores; pero, al mismo tiempo, tremendamente iluminadores, porque nos están desvelando las entrañas de Jesús, del mismo Dios. Todo lo que afecta a su persona pero, al mismo tiempo, todo lo que afecta a nuestras personas, según sea nuestra respuesta de fe, de acogida o de rechazo.

 

            Estamos concluyendo y, de la misma manera, su mensaje está alcanzando las cotas de nuestra totalidad de vida, de su sentido pleno y final, que es a donde nos quiere llevar. En principio a Dios no le va nada en ello, no necesita de nosotros para ser Dios, nuestra respuesta a su palabra o rechazo sólo nos beneficia o nos perjudica a nosotros mismos. Le podría dar lo mismo decirnos que somos un  absurdo, algo que no hacía falta que nos lo dijese él, porque claramente lo proclamamos nosotros, y figuras “pensantes” se han preocupado y siguen preocupándose de  decírnoslo, para regocijo de muchos y tristeza del hombre que ve cómo se le cierran o cómo nos quieren cerrar las posibilidades de nuestra humanidad.

 

            Insertos en esa realidad de Dios no podemos sino acoger esta palabra como una puerta de esperanza que se nos ofrece. Estamos hechos para la vida; hemos sido creados para que nuestra vida termine no frustrada sino plenificada. No somos fruto de la casualidad sino del amor. De un Dios que es amor y que nos quiere conducir al amor. Eso tiene sentido, el único sentido. S,i podemos creer en algo es en eso porque es lo único que genera vida y que perdura. Sólo el amor es digno de fe. Y el amor es eterno y abre a la eternidad.

 

            De ahí brota esta afirmación repetida con insistencia por Jesús. Si guardamos su palabra no podremos morir para siempre. Porque guardar su palabra, intentar encarnarla, hacerla fructificar en nuestro corazón, significa abrirnos a la aventura del amor, hacer de él, o intentar hacer de él,  nuestro camino y nuestra meta.

 

            El mundo está herido de falta de amor. Hemos querido hacer de él un juego. Hemos olvidado todas sus implicaciones, su ser don, lo hemos falsificado, y nos estamos rompiendo. Lo hemos aislado de Dios, nos hemos hecho dioses de nosotros mismos, y seguimos rompiendo y rompiéndonos. Estamos empobreciendo la vida, la estamos adulterando, nos ha seducido la nada y eso nos está llevando no a la nada, sino al dolor.

 

            Y Jesús sigue gritando su oferta de vida y de amor. Sigue recordándonos el don de Dios, para que tengamos vida, para que vivamos y construyamos vida que merezca ser vivida desde la realidad de nuestro ser creados y amados por un Dios Amor, de cuyas manos hemos salido y a cuyas manos estamos llamados a volver; o mejor, de cuyo corazón hemos salido y a cuyo corazón estamos llamados a volver. Éste es el gran regalo de Dios que nos ha manifestado en Cristo. Éste es su empeño que sigue experimentando el empeño de nuestra cerrazón sin querer pararnos en sus consecuencias. Ésta es la llamada urgente y esperanzada de la cuaresma a la conversión, a poner nuestra mirada y nuestro corazón en el Dios que quiere que vivamos con sentido la hondura de nuestro ser desde él.         

 

 

ORACIÓN:               “Volviéndome hacia ti”

 

 

            Señor, me sobran las palabras y me falta vida. Me sobran deseos y me faltan gestos. Es siempre lo mismo, pero sabes que ahí se establece mi empeño, ahí se configura mi punto de mira. Me duele la fuerza de mis limitaciones y de esa realidad que me deja a medio camino. A veces me pregunto si es mediocridad o solamente indolencia, o pobreza, o cobardía, o hasta imposibilidad. Y muchas veces no sé la respuesta porque es todo y no es nada, es todo junto y un no sé qué. Pero sigo esperando en mí, porque no puedo dejar de mirarte, porque no puedo no escucharte, porque no puedo ni quiero cerrarme en mí. Quiero seguir abierto, quiero y necesito seguir escuchando el eco, el grito de tu amor que se cierne sobre mí y me habla de mi tesoro, de mi camino posible, de mi meta inalcanzable pero posibilitada desde ti. Y todo ello es parte de la luz que necesito para seguir caminando, para seguir alimentándome, para seguir creciendo, para seguir convirtiéndome, volviéndome hacia ti.            

 

 

 

CONTEMPLAR:                  “Amor y vida”

 

 

Vida, eres vida derramada,

amor volcado en el espacio

libre de un corazón pobre.

Eres vida trastocando vacíos,

iluminando sombras,

poniendo palabras y sentido,

abriendo anhelos y deseos.

Sí, eres vida rasgando muertes,

dibujando sonrisas interiores

por encima de todos los dolores.

Vida que en el amor nace y se consuma,

sí, vida, amor; amor y vida.

 

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