TIEMPO ADVIENTO
Sábado 2º
LECTURA: “Mateo 17,10‑13”
Cuando bajaban de la montaña, los discípulos preguntaron a Jesús: «¿Por qué dicen los escribas que primero tiene que venir Elías?»
Él les contestó: «Elías vendrá y lo renovará todo. Pero os digo que Elías ya ha venido, y no lo reconocieron, sino que lo trataron a su antojo. Así también el Hijo del hombre va a padecer a manos de ellos.»
Entonces entendieron los discípulos que se refería a Juan, el Bautista.
MEDITACIÓN: “No lo reconocieron”
Tal vez ésta es una de las mayores tragedias que nos sucede continuamente a los hombres. Nos hacemos imágenes o entendemos las cosas o las personas, a nuestro estilo, incluso de una forma deseable, pero a la hora de la verdad, cerrados en esas imágenes, nos somos capaces de reconocerlas. Pasó, como hemos escuchado, con la realidad de Elías, lo esperaban a su estilo y no lo reconocieron en las actitudes y en la persona de Juan; y pasó con el mismo Jesús, empeñados y cerrados en su idea del Mesías esperado, cuando aparece no son capaces de descubrirlo en la persona de Jesús.
De alguna manera nos sigue pasando a nosotros igual. Sabemos por Jesús que él se hace presente de un modo especial en todo necesitado, pero nos cuesta reconocerlo. Decimos que tenemos que tratar a los otros como si fueran Jesús, pero a la hora de la verdad no lo hacemos porque nos cuesta descubrirlo, o preferimos no verlo más que teóricamente, en los rostros dolientes y desagradables. Y así nossigue costando ver en los otros un hermano, un hijo de Dios, y nos abocamos a seguir tratándonos a nuestro antojo.
Desde toda esa realidad, esta llamada de Jesús toca de nuevo la puerta de nuestras actitudes, las puertas de nuestra sensibilidad, simplemente, o sobre todo, para que las mantengamos abiertas, sensibles, con capacidad de mirar a nuestro alrededor y descubrir la presencia de Dios, la voz y la mirada de Dios, en todos y en todo los que nos rodea. Capaces de leer la respuesta que nos pide ante todas las realidades positivas o dolorosas ante las que nos sitúa la vida.
Nosotros estamos llamados como él y con él a acoger, a aportar vida, a ofrecer esperanza. Es verdad que todo eso no lo podemos hacer si antes no lo hemos experimentado, si no hemos sentido la mano de Dios tocando nuestra vida, desde la realidad profunda de nuestra intimidad, y desde la que nos llega continuamente mediada por los otros. Necesitamos agrandar nuestros ojos de fe.
De todo ello nos viene a hablar y actualizar el misterio de la encarnación. De un Dios que ha querido acercarse a nosotros. Tal vez esa grandeza es lo que nos produce desconcierto y nos puede hacer pensar que Dios no puede rebajarse de esa manera. Pero es así como se ha querido manifestar, aunque nos cueste reconocerlo. Y esa manifestación desconcertante es precisamente la que nos ha alcanzado y hace posible nuestra salvación. Dios se ha encarnado y desde entonces nos topamos con él en cada momento de nuestra existencia. El milagro de reconocerlo depende de la capacidad de sorpresa, de apertura y de agradecimiento de nuestro corazón. De nuevo un motivo para ahondar en el misterio gozoso de nuestra fe que nos lleva a hincar las manos en nuestra historia y aportar nuestra capacidad de bien.
ORACIÓN: “Alienta mi fe”
La verdad es que somos desconcertantes y contradictorios. Al final ponemos de manifiesto continuamente nuestra cortedad de miras, nuestro andar no pisando suelo, o nuestra incapacidad para ver más allá de la materialidad de las cosas, o de ver en ellas la grandeza que llevan inscritas. Estamos forjando y apoyando tanto la mera materialidad que la parte más importante de nuestro ser, la que nos identifica y debe caracterizarnos como humanos se nos escapa, y en vez de crecer nos vamos empequeñeciendo. Señor, y eso que se ve y se palpa a veces nos puede, me puede. Tal vez no hemos aprendido todavía a ser lo que somos en medio de un ambiente diferente y que ofrece o vive otros valores o desvalores. Por eso, Señor, tengo que pedirte que me sostengas de un modo especial. Sé que la tarea es mía, sé que tú no puedes tomar opciones por mí, son mías y sólo mías, pero en ese aprendizaje te necesito. Sé que estás ahí, porque te siento, pero ante tanta zozobra de mi pobre barca, sostén y alienta mi fe.
CONTEMPLACIÓN: “Reconóceme”
Reconóceme, Señor,
porque ésa es la fuerza
de mi ondulante camino.
Reconóceme en mi realidad,
a veces deformada,
pero que esconde mi ser hijo,
mi ser hechura tuya.
Reconóceme para que te reconozca,
para que siga sintiendo tu abrazo
que me llega de tantas formas,
empujando y alentando mi camino.
Reconóceme y sigue tratándome
al antojo de tu amor.
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