Semana 34 miércoles B

TIEMPO ORDINARIO

 

Miércoles 34º

 

 

 

LECTURA:                 Lucas 21, 12-19”

 

 

En aquel tiempo, dijo Jesús a sus discípulos: Os echarán mano, os perseguirán, entregándoos a los tribunales y a la cárcel, y os harán comparecer ante reyes y gobernadores por causa de mi nombre: así tendréis ocasión de dar testimonio.

Haced propósito de no preparar vuestra defensa: porque yo os daré palabras y sabiduría a las que no podrá hacer frente ni contradecir ningún adversario vuestro. Y hasta vuestros padres, y parientes, y hermanos, y amigos os traicionarán, y matarán a algunos de vosotros, y todos os odiarán por causa de mi nombre.

Pero ni un cabello de vuestra cabeza perecerá: con vuestra perseverancia salvaréis vuestras almas.

 

 

 

MEDITACIÓN:                 “Dar testimonio”

 

 

            Realmente no es nada halagüeña la afirmación de Jesús. Y, encima, inmersos en un ambiente cierto y concreto de persecución que estamos palpando en estos momentos. Parece como si los cristianos fuésemos el punto donde volcar las furias de todo un sistema que se ceba contra quien sabe no va a responder con la misma violencia, y ante la cual desahogan todas sus furias. Y ahí están los innumerables casos que estamos viviendo recientemente a raíz de todos los conflictos sociales en los que estamos inmersos ante la incapacidad de hacernos salir de esta dolorosa e injusta crisis. Como también es injusto que se vuelquen las iras hacia donde no hay culpa.

 

            No es ninguna novedad. La historia de la iglesia está plagada de esas actitudes violentas, pero, claro, cuando nos pillan de cerca, algo se estremece en nosotros, nos desconcierta y nos pone en la tesitura de contemporizar para que nos dejen tranquilos o en la de descubrir que es el momento de la verdad, de manifestar la verdad de nuestra fe, su certeza, su hondura y, por lo tanto, el momento privilegiado para dar testimonio, a pesar también de nuestras limitaciones y, a veces, hasta incoherencias a las que nos lleva nuestra fragilidad human. Así lo han hecho muchos cristianos a lo largo de la historia, y parece que nos llega el momento.

 

            Podemos vivir todo esto con miedo, como tragedia, o como oportunidad, que es como nos lo ofrece Jesús. Es la llamada a nuestra coherencia. Es el momento de seguir manifestando lo que creemos. Es seguir manifestándonos como seguidores de Jesús, no a medias, sino de verdad, ofreciendo la luz de esperanza que emerge de su persona y de su palabra. Constructores de paz, solidarios de un modo especial en estos momentos especiales; anunciadores de un Dios que  nos ama, que nos ha desvelado la grandeza de nuestra libertad y dignidad humana. Es normal que todo esto, en medio de un clima que parece cada vez valorar menos a la persona, hasta el punto de anclarlo en su realidad más superficial, que genera placer pero no felicidad, provoque rechazo. Pero no podemos renegar de anunciar la salvación que se nos ha regalado abriéndonos las puertas de nuestro tesoro interior, permitiéndonos descubrir que sólo podemos hacer crecer nuestra humanidad cuando trabajamos nuestro interior, no únicamente el exterior.

 

            Jesús nos abre perspectivas de eternidad, de plenitud, de meta alcanzada por su gracia, y eso nos permite y nos estimula en nuestro ir descubriendo cada día lo mejor de nosotros mismos, para bien nuestro y de los otros, en el empeño de construir un mundo mejor, algo que no parece que estamos consiguiendo hacer empeñados en limitar la sociedad del bienestar a lo meramente material. Y el hombre, por gracia de Dios, somos mucho más, y lo llevamos inscrito en nuestro interior. Evitarlo es una forma de rompernos.

 

            Vivimos tiempos complejos, difíciles. Es fácil volcar la furia sobre los cristianos, eso interesa a muchos, aunque lo disimulen, pero eso nos recuerda y nos urge a nuestra fidelidad bautismal y a encontrar nuestra fuerza en la oración. Empeñados en ese testimonio nos resuena la afirmación de Jesús: “con vuestra perseverancia salvaréis vuestras almas”.         

 

           

 

ORACIÓN:              “Dando lo mejor”

 

 

            Señor, no sé si es cuestión de darte gracias cuando nos encontramos un tanto confusos y vislumbramos tantos rechazos e iras contra nosotros, que no podemos impedir que nos perturben. Pero, no cabe duda, de que todo ello nos pone ante tu verdad y la nuestra, y eso es una oportunidad. Cierto que nuestra fe está llamada a manifestarse en nuestro día a día a cotidiano y sencillo; pero, no cabe duda también, de que su fuerza, su autenticidad encuentra, en los momentos hostiles, dónde estamos arraigados, y la autenticidad de la certeza que aseguramos. Por eso, y en medio de esa acción de gracias que se convierte en reto, no puedo menos que pedirte fuerza, para mí y para todos mis hermanos cristianos. Fuerza y valor para sentir que vivimos momentos de entereza, de coherencia, de verdad, de autenticidad, de valentía, de sencillez, y de seguir aportando la fuerza de tu mensaje de amor. Que no dejemos de sentir que tú estás ahí, ayudándonos a llevar la cruz, y a seguir poniendo y dando lo mejor de nuestro vivir en ti y desde ti. Gracias, Señor.          

 

                                   

 

CONTEMPLACIÓN:               “Tu regalo”

 

 

 

Mi alma es tu regalo,

donde se aposenta 

lo mejor de mí y de ti.

Invisible, sí, pero presente,

presente en su fuerza

y en todo su anhelo,

para sustentar mi fuerza

y mis mejores anhelos;

donde mi humanidad

sueña y respira,

y alienta y descubre,

tu potencia y mi potencia.

Regalo a veces a medio abrir,

por miedo a la fuerza de vida

que lleva inscrita en sí.

Regalo de amor, del mejor amor,

de la luz, de la mejor luz,

de la vida, de la mejor vida.

Y la abro, la acojo y la recibo,

porque es toda tuya y toda mía,

tu regalo y mi regalo.

Todo tuyo, todo mío.

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

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