TIEMPO ORDINARIO
Viernes 20º
LECTURA: “Mateo 22, 34-40”
En aquel tiempo, los fariseos, al oír que había hecho callar a los saduceos, se acercaron a Jesús y uno de ellos le preguntó para ponerlo a prueba: Maestro, ¿cuál es el mandamiento principal de la Ley? Él le dijo: «Amarás al Señor tu Dios con todo tu corazón, con toda tu alma, con todo tu ser». Este mandamiento es el principal y primero. El segundo es semejante a él: «Amarás a tu prójimo como a ti mismo».
Estos dos mandamientos sostienen la Ley entera y los profetas.
MEDITACIÓN: “Con todo tu ser”
Siempre me ha gustado y casi emocionado esta respuesta primera de Jesús, que repite en varios momentos. Hay palabras que tienen fuerza en sí y la palabra “amor” la tiene, ya que implica a la persona en toda su realidad más total. Pero todavía se puede completar, enriquecer, para hacer captar mejor esa riqueza que lleva implícita. Y también, cómo en nosotros todo camina en proceso, para saber hacía donde hay que ir, cómo tenemos que trabajarnos, cómo nos tienen que implicar las cosas que forman, que están llamadas a formar, parte de lo mejor de nosotros mismos. Y, esto, hoy que estamos maltratando y superficializando esta palabra, es tal vez más importante que nunca.
No basta con decir que amamos a Dios, como un sentimiento más o menos afectivo. El amor a Dios tiene que implicarnos con toda su fuerza e incrustarse en nuestra existencia, porque de ahí está llamado a arrancar el resto de nuestra vida, a moverla, dinamizarla, a darle sentido. Nuestro ser material no nos lo pone muy fácil. Nos compensa más el amor físico que podemos palpar, aunque también venga condicionado por nuestra realidad, que el amor a un Dios que no podemos ver ni tocar. Y, tal vez, ése es parte de nuestro reto y trabajo, ser capaces de experimentar esa cercanía como algo tan real que atrape y haga vibrar toda nuestra vida.
Y es ahí donde las palabras de Jesús nos quieren asomar y adentrar. El amor a Dios no es algo teórico, no es un mero agradecimiento, no es parte de unas creencias, sin más, que llenan un hueco que no se puede llenar de otra manera, no es un “por si acaso”, ni un añadido que puede enriquecer nuestra vida y hasta darle sentido. Dios está llamado a ser el puntal, la roca, el núcleo, en el que asentar nuestra vida. Al Dios que se nos ha manifestado en Cristo amándonos hasta el último aliento de su vida, hay que amarle “con todo tu corazón, con toda tu alma, con todo tu ser”. Es toda la existencia vibrando desde Dios y en torno a Dios. Cuando tratamos de adentrarnos en ese misterio divino de amor, y hacer de ello el primer empeño de nuestra vida, todo lo demás cambia de sentido. Los hombres, las cosas, nosotros mismos, el mundo, nuestras relaciones, todo, es visto de distinta manera. Todo vamos viéndolo cada vez más con los ojos de Dios, con los ojos del amor. Dios, cuando es el primero, no nos quita, no nos distancia, sino que nos da, nos acerca, nos glorifica, nos dignifica y nos transforma.
No, no es un trabajo de la noche a la mañana, nuestra fragilidad nos exige dar pasos, asumir el aprendizaje, ir gustando las consecuencias de esa búsqueda, de ese crecimiento, de ese amor deseado. Forma parte de la aventura de mi humanidad.
ORACIÓN: “Atrayéndome hacia ti”
Señor, te amo, tú lo sabes. Sí, también sabes que ese amor viene condicionado, demasiado condicionado, limitado, sabes que hay momentos que te desplazo con facilidad, que me atraen otros amores, a veces buenos y otros mucho más bastardos, y entonces se todo se trastoca, lo sé, no hace falta que me lo digas porque lo notan todos, no sólo yo. Cuando tú no eres el centro, cuando “mis amores” se apoyan solamente en mí, algo termina trastocado en mí y en mi entorno. Sé que todo lo dicho en palabras suena muy bonito, pero la realidad es menos poética y mis “heridas” demasiadas. Por eso, Señor, no cejes en tu empeño, yo tampoco lo hago. Siento fuerzas en mí que me hacen experimentar como imposibles alcanzar ciertas realidades, pero para ti no hay nada imposible, y ahí me apoyo; a veces, muchas veces, desde el dolor de mi fracaso, pero también desde la ilusión, nunca perdida, de la esperanza. Señor, tú eres para mí el primero, en ti tengo puesta la mirada y mi corazón pobre, limitado y enfermo; por eso, sigue atrayéndome hacia ti.
CONTEMPLACIÓN: “Me amas”
Me amas, Señor,
sé que me amas,
y ese amor despierta
el mío adormilado.
Sé que me deseas,
que sales a mi encuentro
que oteas mi corazón,
que llamas a mi puerta,
que me esperas paciente.
No dejes de amarme,
no dejes de llamarme.
Atráeme con la dulzura,
con la fuerza de tu amor.
Deja una respuesta