TIEMPO ORDINARIO
Miércoles 19º
LECTURA: “Mateo 18, 15-20”
En aquel tiempo, dijo Jesús a sus discípulos: Si tu hermano peca, repréndelo a solas entre los dos. Si te hace caso, has salvado a tu hermano. Si no te hace caso, llama a otro o a otros dos, para que todo el asunto quede confirmado por boca de dos o tres testigos. Si no les hace caso, díselo a la comunidad, y si no hace caso ni siquiera a la comunidad, considéralo como un pagano o un publicano.
Os aseguro que todo lo que atéis en la tierra quedará atado en el cielo, y todo lo que desatéis en la tierra quedará desatado en el cielo. Os aseguro, además, que si dos de vosotros se ponen de acuerdo en la tierra para pedir algo, se lo dará mi Padre del cielo.
Porque donde dos o tres están reunidos en mi nombre, allí estoy yo en medio de ellos.
MEDITACIÓN: “Dos o tres”
Puede parecer una tontería quedarse con esos números a la luz de tanto mensaje, pero es que me parece muy importante. Sí, me parece importante porque siempre, y especialmente en estos tiempos, una de nuestras obsesiones es el número. Ante aquel dicho de “que ande o no ande caballo grande”, parece que eso, aunque no ande, aunque no sirva de nada, que sea grande.
Y así pasa con nuestras asambleas, con nuestras reuniones o eucaristías, nos gusta que haya mucha gente. Y hasta cuando nos pregunten qué tal ha resultado algo, la respuesta primera es que había mucha gente. O que nuestro grupo es muy grande. No importa la calidad sino la cantidad. Ojalá todo fuese grande y bueno, estupendo, pero como a veces no se da me parece importante poner la fuerza en su sitio para no desanimarse.
Por eso, me encanta que Dios no tenga necesidad de mucho bulto para hacerse presente. Podía haber dicho que sólo me hago presente cuando haya cien reunidos, o un millón porque él es muy importante; no, para Jesús basta que haya dos o tres reunidos en su nombre, es decir, el mínimo, porque menos de dos ya no hay grupo, para el ponerse en medio. Y si es así, y es así, por qué nos quejamos tanto del número, porque no nos preguntamos si los que estamos, estamos de verdad y el Señor nos toca el corazón, y nos sentimos capaces de ponernos de acuerdo para hacer el bien, y nos sentimos impulsados a seguir transformando nuestra vida, y a vivir desde él y a comunicarle, que de eso se trata.
Te agradezco, Señor, que en tu grandeza me muestres el valor y la fuerza que se esconde en lo pequeño, para que pueda vivir con alegría cada encuentro con mis hermanos, porque lo importante es que tú estés en medio y nos toques el corazón.
ORACIÓN: “Crecer en coherencia”
Gracias, Señor, porque en realidad no necesitas ni de dos para hacerte presente, porque has querido hacerte fuerte en mí, en cada uno. Ciertamente que no significa que no tenga que valorar el que seamos muchos los que nos pudiésemos reunir en torno a ti, ojalá fuésemos muchísimos, pero es claro que, sobre todo, nos quieres, me quieres, de verdad, auténtico. Sí, con mis limitaciones, pero abierto a ti. Tu afirmación me suena a estímulo y a valorar tremendamente y con mucha alegría la realidad que somos y tenemos. Eso sí, te pido que me ayudes a crecer en coherencia, porque así, cuando me junte con otros hermanos, tú te seguirás haciendo presente para alentar nuestro camino, y eso es lo que necesito. Por eso, enséñame a valorar la importancia de juntarme con mis hermanos. Descúbreme que sólo no puedo o puedo menos, y que juntos nos podemos empujar en el empeño. Tal vez es un reto que todos o gran parte de cristianos tengamos hoy, no sólo a nivel de vivencia de la eucaristía, sino de otros encuentros o grupos con los que ayudarnos a caminar en la fe. Y hoy esto es más necesario que nunca. Por eso, ilumíname y estimúlame.
CONTEMPLACIÓN: “Enséñame”
Enséñame a descubrirte
en la belleza de lo pequeño,
porque la belleza destaca
allí donde se hace presente.
Enséñame a descubrir
la belleza de cada corazón,
la alegría del bien y del compartir.
Enséñame la belleza de ayudarnos
a caminar y crecer juntos
y de descubrirte a nuestro lado.
Enséñame a construir fraternidad.
Deja una respuesta