Martes 13º

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TIEMPO ORDINARIO

 

Martes 13º 

LECTURA:         Mateo 8, 23-27”

En aquel tiempo, subió Jesús a la barca, y sus discípulos lo siguieron.

De pronto se levantó un temporal tan fuerte, que la barca desaparecía entre las olas; él dormía.

Se acercaron los discípulos y lo despertaron gritándole: ¡Señor, sálvanos, que nos hundimos! Él les dijo: ¡Cobardes! ¡Qué poca fe! Se puso en pie, increpó a los vientos y al lago, y vino una gran calma.

Ellos se preguntaban admirados: ¿Quién es éste? ¡Hasta el viento y el agua le obedecen!

 

 

MEDITACIÓN:             “¡Nos hundimos!”

 

 

            Volvía a pensar que al fijarme en este grito de los discípulos, que es nuestro grito, me quedaba otra vez como en el lado de lo negativo. Pero lo cierto es que no es fácil vivir al margen de ese sentimiento en todos los niveles en los que nos movemos. Estamos inmersos en una crisis tremenda de la que no vemos la salida por ninguna parte, parece que no se toman las medidas adecuadas y las que se toman parecen no funcionar, mientras seguimos metiéndonos en un agujero que parece no tocar fondo y se sigue generando mucho sufrimiento, demasiado.

            En la Iglesia no nos va mucho mejor. Asistimos al alejamiento de muchos bautizados y al rechazo, con aires de persecución encubierta pero palpable, de un laicismo desbocado. Y, para añadir más negatividad, asistimos a toda una serie de corrupciones en su interior, que sí, que siempre han existido, pero que cuando se palpa en la propia carne duele y desconcierta con una fuerza especial. Así, todo ello, apaga injustamente lo bueno y todo se nos tambalea, de manera que casi lo único que nos queda decir, es “Señor, que nos hundimos”.

            Y sí, si todo depende de nosotros estamos perdidos y terminaremos ahogados en nuestra cerrazón. Pero no, en la barca de la historia, del mundo, de la Iglesia, tú sigues estando. No sé si dormido o “atado” en parte por el respeto sagrado a nuestra libertad, pero atento, atento y a la espera de que te lancemos nuestro grito y te abramos por fin el espacio que necesitas para hacer que la calma y la paz vuelvan a aposentarse en medio, dentro de nosotros.

            Tú estás, Señor; tu salvación sigue activa y haciendo su camino, como nos decías hace unos cuantos días, sin saber bien cómo, pero sigue, tal vez más lenta de que lo necesitamos y tú mismo desearías, pero no está frustrada. Por mucho que te rechacemos o seamos indiferentes, tú estás ahí, haciendo salvación incluso en nuestra zozobra, y nuestro grito angustioso, es ya como el primer paso para que nuestra fe retome su andadura. Lo que no sé es si tenemos ya fuerzas para gritar, pero estoy convencido de que, mientras sintamos la necesidad de gritarte en nuestra impotencia, no sólo como lamento o pesimismo, sino como apertura de corazón, tu respuesta y tu acción salvadora terminará devolviéndonos la paz y dándonos luz para empezar a achicar el agua si nos abrimos a ella con todas las consecuencias. No sé si forma parte de la utopía, pero cuando parece que sólo nos queda el grito es el momento de descubrir que todo está abierto y todo es posible desde ti.

      

ORACIÓN:              “Nos dejemos salvar”

 

 

            Señor, sí, yo a veces también me tambaleo, no puedo evitarlo cuando me muevo en esta inestable barca en la que todos vamos de una manera o de otra.  Y me duele la impotencia de todos, y la mía de un modo especial. No sé si a veces también la comodidad, o el no ser capaz de poner en juego todo lo que está en mi mano para achicar el agua, aunque sea con un pañuelo, porque no basta con el grito, con el miedo, con las justificaciones que no buscan sino justificar mi incapacidad o, quien sabe, el  no poner toda la carne en el asador. Señor, no permitas que se hunda nuestra fe, no me dejes solamente quejarme, sé que no soy nada, uno más, pero cada uno, remando juntos, con esfuerzo, algo que solemos olvidar o evadir, podemos hacer posible que avance, que avancemos, que nos salvemos o nos dejemos salvar, no por los mercados, sino por ti.      

 

CONTEMPLACIÓN:               “Nuestro remo”

 

 

Zozobra la  barca de mi vida,

y no por los vientos que soplan de fuera

sino por las tormentas que brotan dentro.

Quieres estar despierto pero duermes

porque prefiero no necesitarte,

incluso, hasta me estorbas.

Pero tú me esperas paciente

porque sabes que el viento arrecia,

que la vida duele, empuja y tambalea,

y que, al fin y al cabo,

tú eres nuestro remo.

Y en mi zozobra y en mi grito,

te levantas y me tocas,

y tu paz me permite seguir remando.

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