MIÉRCOLES VII DE PASCUA
LECTURA: “Juan 17, 11b‑19”
En aquel tiempo, Jesús, levantando los ojos al cielo, oró, diciendo: «Padre santo, guárdalos en tu nombre, a los que me has dado, para que sean uno, como nosotros.
Cuando estaba con ellos, yo guardaba en tu nombre a los que me diste, y los custodiaba, y ninguno se perdió, sino el hijo de la perdición, para que se cumpliera la Escritura. Ahora voy a ti, y digo esto en el mundo para que ellos mismos tengan mi alegría cumplida.
Yo les he dado tu palabra, y el mundo los ha odiado porque no son del mundo, como tampoco yo soy del mundo. No ruego que los retires del mundo, sino que los guardes del mal. No son del mundo, como tampoco yo soy del mundo. Conságralos en la verdad; tu palabra es verdad.
Como tú me enviaste al mundo, así los envío yo también al mundo. Y por ellos me consagro yo, para que también se consagren ellos en la verdad.»
MEDITACIÓN: “Los envío”
Desde la seguridad de sentirnos apoyados, sostenidos por ti, nos invitas, Señor, a ser testigos, a sentirnos enviados. Es decir, a descubrir que estamos inmersos en algo más que en una opción que hemos elegido, sino en una realidad a la que hemos sido invitados, cada uno de una manera concreta, según la realidad de nuestra vida, y a la que hemos dicho que sí, y queremos seguir diciendo que sí cada día.
Y en tu invitación a ser testigos de ti, experimentamos como el espacio, el ámbito, la realidad, en la que hemos sentido que se encuentra la respuesta más profunda y auténtica a toda la dimensión profunda y a todas las ansias que se desvelan en nuestro corazón. Tú como la respuesta a las ansias de humanidad, tú como respuesta a todo lo que supone dignificar todo el universo en su dimensión más profunda y sagrada, en su dimensión de obra creada llamada a encontrar el sentido de su culminación total y plena de sentido. Porque eso nada ni nadie nos lo puede brindar.
Frente a tantas ansias de vida, frente a tantas experiencias de fracaso de una humanidad que quiere apoyarse solamente en sí misma, que ha experimentado cientos de veces el fracaso cuando se empeña en encerrarse en sí, en la finitud de su caducidad, y en el poder de su fuerza, tú nos quieres inmersos en este mundo para ser desde sus entrañas una llamada a vislumbrar tu luz. Y a tomar conciencia de que no nos llamas a hacerlo aislados, sino juntos. No cabe duda de que es una fuerza añadida de sabernos inmersos en una tarea compartida, donde cada uno, desde nuestra propia peculiaridad estamos llamados a aportar nuestro don.
ORACIÓN: “Ante ti”
No sé si decir que mi oración se hace insignificante o carente de sentido o que precisamente adquiere todo su sentido al encontrarse con la tuya. Si tú pides al Padre por nosotros, por mí, tengo la seguridad de que me has colocado ya en la presencia del amor de Dios. Desde ahí mi oración brota emocionada y agradecida, y hoy sólo me atrevo a pedirte que me ayudes a responder a tus deseos, a estar a la altura de la confianza que has depositado en mí, a asumir con gozo, con empeño y con fuerza la tarea que me encomiendas.
Sabes de sobra a dónde llega mi fragilidad pero también los deseos más nobles y profundos que se asoman a lo más profundo de mi ser, desde ahí me pongo ante ti para ofrecerte lo que soy y lo que tengo.
CONTEMPLACIÓN: “Tesoro escondido”
Tus palabras desbordan
mis sentidos
y me hacen descubrir
el tesoro escondido
que has querido encerrar
en mi interior.
Desvelas la riqueza
de mi humanidad
aposentada en la roca
de tu presencia
que me llama, me invita
y me conduce
a dar razón de tu verdad
inserta en mí,
apoyada en ti.
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