321.- Del Oficio divino por la noche.

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En invierno, es decir desde las calendas de noviembre hasta Pascua, se levantarán a la octava hora de la noche conforme al cómputo correspondiente, para que reposen  algo más de media noche y puedan levantarse ya descansados. El tiempo que resta  después de acabadas las vigilias, lo emplearán los hermanos que lo necesiten en el estudio de los salmos o la lectura. (8,1-3)

Pasar en vela buena parte de la noche es una práctica muy generalizada en la iglesia primitiva, la mística de la espera del Esposo, hallaba en las velas nocturnas su expresión más viva. La vigilia dominical encabezada por la gran Vigilia Pascual data de los tiempos apostólicos. Otras vigilias nocturnas comenzaron a celebrarse, no solo en las grandes solemnidades, sino también en las fiestas de los mártires.
Si el pueblo cristiano pasaba parte de la noche en oración, los monjes velaban todas las noches, bien entregados a la salmodia, a la lectura de la Biblia o dedicados a la oración secreta o meditación.
Como es evidente, el oficio nocturno no podía abarcar  la noche entera. El cuerpo y el espíritu necesitaban descanso. Cierto que las primeras generaciones monásticas según los textos que nos han llegado, dominaron el sueño hasta lo inverosímil.
Al mitigarse y humanizarse aquel primitivo fervor, se dedicó solo una parte de la noche a la oración. La RB no interrumpe el sueño de los monjes cansados del trabajo del día anterior. Quiere que en invierno  descansen por lo menos unas siete horas y media seguidas. Así se levantarán plenamente descansados. “Jam digesti”. (No se trata de la digestión, que cuando se acostaron  habían hecho sobre todo en tiempo de ayuno) Así la oración saldrá beneficiada, como todos los trabajos y lecturas de la jornada. Un hombre somnoliento no hace nada bien.
 En las noches de invierno se disponía de un tiempo mas o menos largo (hay que tener en cuenta la característica del horario romano: doce horas desde que sale el sol hasta que se  pone y otras doce desde que se pone hasta el amanecer. Por tanto las horas eran de  duración  desigual) Los hermanos que tuvieran necesidad de aprender de memoria los salmos y lecturas, lo dedicaban a esto. ¿Los demás? No lo dice, pero desde luego, no autoriza el volverse a acostar.
Los monjes del siglo XX se han preguntado  si tenía sentido mantener esta costumbre en medio de una civilización que distribuye el tiempo libre, el del trabajo y el de del descanso, de modo  tan diferente.
Algunos monasterios  han optado por dedicar las primeras horas de la noche a la oración, en lugar de las que preceden al alba. Esto facilita la participación de los fieles.
Otros monasterios han mantenido la costumbre de interrumpir el descanso nocturno para la celebración de las Vigilias. Costumbre admirable, pero que exige una salud robusta, y que por otra parte no  corresponde al ordenamiento de la RB. (Es una costumbre introducida en el siglo XIV, que han adoptado algunas Órdenes anteriores como los cartujos)
Todos los monasterios de una manera o de otra  son fieles a la intuición fundamental de las Vigilias como la  hora de la gratuidad, por encima de la medida estricta, por encima de la comodidad.
Sería una pérdida grave el que se abandonasen las Vigilias en un intento de aproximación al hombre moderno. Cierto que a los aspirantes a la vida monástica de nuestros días puede no resultarles fácil adaptarse a nuestros horarios, pero  pronto suelen darse cuenta del valor que tienen estas horas nocturnas propicias para el silencio y la profundización de la fe, por la oración. Son horas en las que siguiendo el ejemplo de Jesús se entrega mejor a la oración y a la alabanza gratuita.
Por otra parte ¿No puede ser esta la ocasión de entrar en comunión  con tantos que tienen que ganarse el pan en los turnos laborales de noche? ¿O de los que tratan de saciar su sed de infinito en las orgías nocturnas?

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