482. – Amen.

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Tu, pues, cualquiera que seas, que te apresuras por llegar a la patria celestial, cumple, con la ayuda de Cristo esta mínima regla de iniciación que hemos bosquejado y así llegar finalmente con la protección de Dios a las cumbres más altas de doctrina y virtudes que acabamos de recordar. Amen. 73,8‑9.

El cisterciense tiene que realizar el deseo de santidad través del cumplimiento de la Regla. Por ello S. Benito dice «cumple esta mínima regla». La Regla practicada con más o menos pureza y amor, es el camino que nos llevará a las cumbres.
Pero para practicarla no basta la voluntad de cumplirla, es necesaria la gracia. La ayuda de Cristo. Por esto S. Benito nos remite al mismo Cristo.
En la Regla no ha hablado de los sacramentos, canales de la gracia, apenas ha mencionado la misa y la comunión. No ha pronunciado el nombre de la Virgen. Se ha contentado con recordarnos la necesidad de la oración y mostrarnos a nuestro Señor como objeto de nuestro soberano amor, la piedra contra la cual podemos romper todas las tentaciones del enemigo.
S. Benito habla a hijos de la Santa Iglesia, que conocen las fuentes del Salvador y no dejan de acudir a ellas. Corramos pues con santo empeño a estas fuentes de agua viva, que son la eucaristía, los sacramentos, acudamos a la protección de María, Madre de Gracia y de Misericordia, de la que tanta necesidad tenemos. Vayamos con insistencia y confianza y encontraremos el auxilio en el tiempo oportuno. «Corramos al trono de la gracia» nos exhorta la carta a los Hebreos. La gracia corre abundante de las llagas de Jesús, y nos es distribuida por medio de nuestra Madre.
Acudiendo a Cristo como nos exhorta en este final de la Regla, lo podremos todo: «Todo lo puedo en aquel que me conforta». Con su auxilio podemos llegar a la práctica de todas las virtudes
Podemos pensar que en el fondo de su corazón, S. Benito era consciente de los valores intrínsecos de su Regla, aunque la llame «regla mínima de iniciación». Esto lo deja entrever estas frases conclusivas, cuando después de tantas salvedades, afirma con una seguridad impresionante: «Cumple esta mínima Regla… y llegarás a las cumbres más elevadas». Cierto cumplirla con la ayuda de Cristo, pero sobre todo estate seguro que llegarás con su ayuda a las cumbres más elevadas.
En la Iglesia hay gigantes de santidad que han llegado a cimas de sabiduría y virtud. Es posible que también nos conceda el Señor la gracia para escalar estas cumbres. Para ello comencemos por observar lo que nos enseña las humildes páginas de nuestra Regla. Al final de la Regla volvemos encontrar la dulce y ardiente invitación por la que comenzó la Regla. Caminamos apoyados en Jesucristo, en virtualidades divinas depositadas en notros por el bautismo. El que nos ha amado y llamado nos amará hasta el final y no defraudará nuestra esperanza. Esta es la seguridad con la que termina la Regla: «llegarás». Así termina el epílogo situando al monje en una perspectiva francamente escatológica.
Para S. Benito el monje es un peregrino que regresa anhelante a su verdadero hogar, la patria celestial. Esta imagen es característica del dinamismo de la Regla de S. Benito, se relaciona espontáneamente con el concepto de retorno a Dios que destaca con tanto relieve en las primeras frases del prólogo.
La despedida es firme y solemne. Dos verbos resaltan en este texto. Uno está en imperativo: «perfice» cumple. El otro en futuro. «pervenies», llegarás. Y para ratificar esta afirmación: «Amen». Así termina S. Benito su Regla.

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