Además cumplen con su paciencia el precepto del Señor en las contrariedades e injurias, porque cuando les golpean una mejilla, presentan también la otra; a quien les quita la túnica dejan también la capa; si lo requieren para andar una milla, andan otras dos; como el Apóstol Pablo, soportan las persecuciones de los falsos hermanos, y bendicen a los que les maldicen. (7,42-43)
S. Benito señala en estos párrafos otro modo de tratar los sentimientos, invitándonos a reaccionar correctamente ante las experiencias negativas, actuando como Jesús. El actuar puede trasformar nuestros sentimientos. No es hipocresía, pues no se trata de engañar al otro, sino de hacer lo que está en nuestra mano para trasformar los sentimientos.
Los sentimientos no podemos cambiarlos directamente. Si estoy triste no puedo decir: me pongo alegre. Pero puedo poner actos que lleven en si alegría, por ejemplo una música alegre, y así los sentimientos se van trasformando.
Así Benito aconseja que a los que padecen una ofensa, o un trato injusto, se comporten como Jesús lo exige a sus discípulos en el Sermón de la Montaña. “Cuando les golpean una mejilla, presentan también la otra, etc. (Mat 5, 39-41) Comportándonos de este modo, nosotros seremos los que primeros que percibiremos el bien que esto supone y suscitará en nuestro interior sentimientos más positivos. Así damos cumplimiento al Sermón de la Montaña y nos adentramos en el espíritu de Jesús, único camino para asimilarnos a El. “Tener los mismos sentimientos que Cristo Jesús.”
Ciertamente que comportándonos así seremos objeto de burlas y nos tratarán de ingenuos por los que carecen de criterios evangélicos. Solo podemos vivir el espíritu del Sermón de la montaña partiendo de la certeza de que somos hijos de Dios.
En cuanto tenemos nuestro derecho en Dios y desde Dios, no necesitamos luchar por él. En consecuencia, la humildad no es un rebajarse o un humillarse a sí mismo, sino una expresión de la libertad de los hijos de Dios, una expresión de su dignidad como hijo de Dios.
Esto culmina en la bendición a los que nos persiguen, el hablar bien de los que hablan mal de nosotros. En estos días finales de julio y primeros de agosto, celebra la Iglesia la fiesta de numerosos los hijos suyos que en la persecución del 36, han padecido muerte violenta amando y perdonando generosamente y de corazón a sus verdugos.
Aquí se pone de manifiesto que la humildad, en este cuarto grado, es ejercitarse en el amor, tal como lo enseñó Jesús en el Sermón de la Montaña, y culmina en el amor a los enemigos y en el orar por ellos.
Estos ideales que marca Jesús a sus discípulos, no son literatura piadosa. Mirando la vida de tantos santos religiosos, podemos constatar que la práctica de esta doctrina los llevo a la plenitud del amor. Y esto es señal inequívoca de madurez espiritual y por lo tanto humana.
Este proceder, para el hombre moderno, incluso cristiano, es algo duro y difícil. El objetivo de nuestro tiempo es curar todas las enfermedades, allanar todos los obstáculos, acabar con todo estrés, y tener panaceas inmediatas. No es capaz el hombre de nuestra civilización de esperar nada, soportar algo, toleramos menos y reaccionamos airadamente ante las irritaciones. El hombre moderno es una persona sin paciencia, no tolera los procesos, las demoras. Persiste, persevera, aguanta dice Benito.
Es bueno para modelar el alma ejercitarse en la paciencia, Dios no viene por caminos fáciles. Dios lo podemos encontrar en los momentos más bajos de nuestra vida. Por eso se necesita esta actitud de paciencia y perseverancia para encontrar a Dios, quizás donde no se cree encontrarle.
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