299.- El cuarto grado de humildad

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El cuarto grado de humildadconsiste en que el monje se abrace calladamente con la paciencia en su interior, en el ejercicio de la obediencia, en las dificultades y en las mayores contrariedades, e incluso ante cualquier clase de injurias que se le infieran. (7,35)

En el cuarto grado  de humildad es la plena realización de lo  anunciado en el Prólogo: “participar de la pasión de Cristo por la paciencia.” Se trata cada vez menos de esfuerzos virtuosos y cada vez más de una senda por la que sigue al Señor, en la que el monje se deja llevar y maltratar como El.
Los verdaderamente humildes cumplen con su paciencia el precepto del Señor en las contradicciones e injurias: ”Cuando les golpean en una mejilla, presentan la otra, al que les quita la túnica le dejan también la capa, a quien les fuerza a caminar una milla, le acompañan otras dos, y como el Apóstol Pablo soportando a los falsos hermanos y bendiciendo a los que les maldicen”(42,43) No se puede ir más allá en el camino de la cruz, en esta kénosis, este aniquilamiento a imitación de Cristo. Esta humildad  ya no solo es virtud, es bienaventuranza y camino de salvación.
Podemos agradecer a los psicólogos contemporáneos que nos advierten que este camino es “naturalmente” peligroso, incluso malsano. Así lo es ciertamente, a menos que una fe viva del misterio de Cristo no lo cambie en esperanza exultante. Y esta fe está penetrada de amor. Ahí tenemos por ejemplo a Sta. Rafaela del Sdo. Corazón que como tantos santos pero de una manera eminente, llegó por este camino a la santidad, a su identificación con Cristo.
En realidad  en este grado se ha llegado a lo más hondo de la humildad, a la muerte de Cruz. Los grados siguientes serán el desarrollo de esta redención por la cruz, de esta pobreza espiritual en todos los comportamientos.
Este grado como los dos siguientes forma parte del proceso de maduración al que entramos por el contacto con nuestros sentimientos y para que descubramos el modo de dominar los sentimientos. Es un requisito esencial para la contemplación el liberarnos de las emociones negativas.
El camino hacia Dios no esquiva los sentimientos, sino que pasa a través de ellos. En este cuarto grado se tratan las emociones negativas que aparecen en nosotros en momentos desagradables, cuando se nos trata de forma injusta y cuando se nos hiere y ofende.
Benito cuenta  con los sentimientos negativos que se  suscitan con motivo de circunstancias adversas y por personas concretas que nos hieren. Y nos señala un camino  para dominar estos sentimientos. Callar y conservar la paciencia para que de este modo, surja un espacio en el que podamos  dominar las emociones y sentimientos.
La elaboración de los sentimientos acontece  a través de la confrontación con palabras de la Biblia. Es notable que junto a una cita tomada de la carta a los Romanos, Benito nos recuerda palabras del evangelio de Mateo, sobretodo del Sermón de la Montaña, y versículos de los salmos, en los que para él, habla el mismo Cristo.
De este modo los sentimientos se trasforman en cuanto se introducen en los sentimientos y actitudes de Jesús. ¿Qué haría Jesús en este caso? ¿Cómo se ve este sentimiento a la luz del evangelio?
No se trata de violentar nuestros sentimientos ni de reprimirles a pura fuerza. Pero si por ejemplo unimos nuestro desengaño a la palabra de Jesús, este se irá trasformando progresivamente. En medio de la frustración  tomaremos contacto con nuestra fuerza y estabilidad, convencidos de que estaremos firmes.
Más todavía, Benito considera que en las adversidades de la vida, podemos preguntarnos si acaso en ellas no encontramos a Dios mismo. Para ello nos propone que meditemos el versículo del salmo que dice: “Cobre aliento tu corazón y esperan con paciencia en el Señor”. (26,14) (7,37)
El enojo por la injusticia  y por las circunstancias adversas nos ciega a las oportunidades que se esconden en las dificultades de la vida.
Si por la meditación de este versículo descubrimos que encontramos a Dios en medio de la dificultad, podremos enfocar de modo diferente los problemas y se despertarán sentimientos más positivos en nosotros.
La confrontación con las circunstancias adversas, puestas a la luz de Dios, trasforman  los sentimientos y colman de fortaleza interior.
Podemos recordar la lucha de Jacob con Dios. En esta lucha Jacob recibe la bendición y se convierte en padre de muchos pueblos. Encontramos a Dios en medio de aquello que  nos sucede. Sean hermanos  que cometen injusticias con nosotros, sean nuestras sobras que nos atacan. Aquí en medio del trajín de cada día se decide si por medio de las frustraciones cotidianas uno se volverá amargo y duro, o por el contrario se dejará abrir para Dios y trasformar por el Espíritu de Dios.

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