Luego si los ojos del Señor observan a buenos y malos, si el Señor mira incesantemente a todos los hombres, para ver si hay alguno sensato que busque Dios y si los Ángeles que se nos han asignado anuncian siempre nuestras obras al Señor, hemos de vigilar hermanos en todo momento, como dice el profeta en el salmo. (7,26-28.)
Dios conoce nuestros pensamientos y sentimientos, nuestra voluntad y nuestros anhelos, y conoce si lo buscamos sinceramente. En este primer grado de humildad quiere que orientemos todo lo que hay en nosotros hacia Dios y que busquemos a Dios a través de nuestros pensamientos y sentimientos, a través de nuestra voluntad y nuestros anhelos. Quiere que no nos encerremos en nuestros pensamientos y sentimientos, sino que los consideremos en sus últimas consecuencias y los pongamos en relación con Dios.
El estar en relación con Dios es condición para que lleguemos a ser interiormente libres que no nos domine cualquier pensamiento, o sentimiento, sino por el espíritu de Dios nos impregne totalmente y nos libre de todo apego y podamos ser nosotros mismos.
Lo decisivo es que vivamos en la presencia de Dios. Así nuestra vida será íntegra. Y esta presencia de Dios se concretiza o visualiza para Benito en los ángeles. Dios está tan cerca de nosotros que nos rodea de ángeles que nos protegen.
Nuestra respuesta a la presencia de los ángeles será una actitud atenta del corazón, el prestar atención a nuestros pensamientos y sentimientos, a nuestros anhelos y nuestras necesidades y el prestar atención a la cercanía de Dios que nos ama y nos regala la integridad.
Por todo esto vemos que aunque con término propios de su época, S. Benito presenta algo que es siempre actual y que en las diversas generaciones está presentado de maneras variadas.
Nuestra época ha perdido un valor que precisa ser descubierto, si el mundo occidental esta falto de algo necesario para su equilibrio, si los individuos han perdido algo que necesita de nuevo ser proclamado de nuevo, bien puede ser el espíritu que la regla de S. Benito ofrece sobre la humildad.
La civilización del final del Imperio Romano, cuando Benito escribió la Regla era una civilización en declive. No muy distinta a la nuestra. Los indefensos era oprimidos por los poderosos, los ricos vivían costa de los pobres, había un gran deterioro de los valores morales, las legiones romanas ya no estaban formadas por romanos, sino por bárbaros enrolados en los ejércitos romanos.
S. Benito nos orienta tanto entonces como hoy en nuestra vida espiritual, enseñando nuestro lugar en el universo, nuestra conexión y dependencia de Dios, ya que no hay vida espiritual alguna, ni ahora ni entonces, que pueda alcanzar, con independencia de Dios el papel de su desarrollo.
La conciencia de Dios es el tema central de la trayectoria espiritual marcada por Benito. Su postura es a la vez sorprendente y simple. No basta con estar sin pecado, tener la mente impregnada de Dios es más importante. Aunque es importante evitar las malas acciones, las exigencias de la carne, el orgullo del alma, es más vital para alimentar el fuego espiritual tener presente a Dios al que buscamos, y que El nos tiene presentes. La santidad, dicho de otro modo, no es atletismo moral, sino una relación consciente con Dios.
La teología vivificante y libertadora nos indica que no se trata de ser lo suficientemente buenos para que llegar a Dios que está fuera de nosotros, sino llegar al Dios interior, cuyo amor nos impulsa hacia el bien.
Benito, cuya vida está impregnada de los salmos, se basa fuertemente en ellos en este capítulo para probar la presencia de Dios en el alma del monje.
Dios, dice Benito con suma claridad, está dentro de nosotros para que así caigamos en la cuenta de ello. No fuera de nosotros para que tropecemos con El. La vida espiritual no es un juego del escondite, sino que consiste en abrir los ojos a la luz que ilumina la oscuridad de nuestro interior. Creo que en esta línea está lo expuesto por A. Loup en la lectura de Completas de ayer.
Un apotema dice: ¿Como buscar la unión con Dios?, pregunta el discípulo. Cuanto más afanosa sea la búsqueda, más distancia establecerás entre Dios y tu, dijo el maestro. ¿Y que puedo hacer para que desaparezca esta distancia? Comprender que no existe, dijo el abad. ¿Significa eso que Dios y yo somos uno?, preguntó el discípulo. Ni uno ni dos. ¿Cómo eso es posible, dijo de nuevo el discípulo? El sol y la luz, el océano y la ola, el cantante y la canción, no son ni uno, ni dos.
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