Así el primer grado de humildad es que el monje mantenga siempre ante sus ojos el temor de Dios y evite por todos los medios echarlo en olvido. (7,10)
Debe quedar claro que los doce grados de la humildad nos llevan a la madurez humana, a la comunidad con nuestros hermanos y hacia Dios con quien se nos da la gracia de llegar a ser uno en la contemplación.
Existen diferentes posibilidades de entender y articular el esquema de los doce grados. Es posible preguntarse si en esos doce grados se da un dinamismo interno, o también cómo están relacionados entre si.
Se pueden articular los doce grados en tres ámbitos: En los grados de 1 al 4 se trata de la trasformación de la voluntad. En los grados 5 al 8 de la trasformación de los pensamientos y en los grados 9 al 12 de la trasformación del cuerpo.
Pero también se podría articular en cuatro ámbitos: del 1al 3 como relación con Dios, consigo mismo y con los hombres. Del 4 al 6 el camino hacia Dios a través de los sentimientos y pensamientos. Del 7 al 9 el camino hacia Dios a través de la asunción del camino de la realidad y del 10 al 12 la experiencia de Dios y de uno mismo que se inserta en el cuerpo.
Independientemente de la articulación que se siga, los doce grados describen de un modo o de otro el desarrollo interior. Su sucesión no es casual y seguimos el esquema de los doce grados en cuatro ámbitos.
El primero de los tres describe las relaciones necesarias para el camino interior. En los tres primeros grados examina nuestra relación con Dios, con nuestros prójimos y con nosotros mismos.
Nuestra vida sólo será sana si tiene una relación correcta con Dios, con el prójimo y con uno mismo. Algunos psicólogos consideran que la enfermedad de nuestro tiempo es la carencia de relaciones. Muchos ya no tienen relación alguna ni con Dios, ni con los otros. Son incapaces de relacionarse. Pero el que vive sin relacionarse pierde su centro y su vida se torna vacía y sin sentido.
La carencia de relaciones manifiesta su carácter destructivo en todos los modos del comportamiento. El que no puede establecer ninguna relación con los otros seres, tampoco tiene relación consigo mismo. Vive a la vera de sí mismo, no toma contacto con su propio corazón. Por esto está constantemente buscando amor y cobijo fuera de sí mismo. Pero como carece de relaciones, tampoco los encuentra.
Su falta de relaciones se muestra en le trato con la creación, no tiene relación alguna con la naturaleza, ni con sus propias herramientas. Cuando Benito describe que debemos tratar con cuidado nuestras herramientas, que hemos de verlas con vasos sagrados del altar, está expresando en ello la relación del ser humano con Dios, con los hombres y con la naturaleza. Si el hombre está enfermo en la capacidad de relacionarse, su vida pierde el objetivo, el centro y el sostén.
Deja una respuesta