Al regresar del viaje, los hermanos el mismo día que vuelvan, se postrará sobre el suelo del oratorio en todas las horas al terminar la obra de Dios para pedir la oración de todos por las faltas que quizás les hayan sorprendido en el camino, viendo algunas cosas inconvenientes, u lo que haya visto oyendo conversaciones ociosas. Nadie se atreverá a contar a otro algo de lo escuchado fuera del monasterio porque eso hace mucho daño. 67,3‑5.
En una cultura que consideraba malas las cosas materiales y buenas únicamente las espirituales, Samartus, un monje del desierto, escribió? “si no huimos de todo, hacemos inevitable el pecado.» Este miedo a las cosas exteriores al monasterio seguía claramente vivo en la época de S. Benito y mucho tiempo después. Por tanto los monjes que viajaban por diversas razones, se les recordaba en este párrafo que se hicieran conscientes de la presencia de Dios y del propósito de su vida monástica ya antes de partir del monasterio.
Hay dos cosas que hacen estos párrafos valiosos aún hoy. En primer lugar, que a pesar de los riesgos que veían en el mundo que el que vivían, no dejaban de hacerlos frente. No se volvían menos humanos por la búsqueda de la vida espiritual. Y en segundo lugar, aunque tenían en cuenta su compromiso personal no subestimaban el aprecio por cosas menores de la vida. Por ello suplicaban la oración de la comunidad cuando se alejaban y al finalizar el viaje volvían a pedir las oraciones de la comunidad durante todos los oficios para volverse a centrar sobre el verdadero sentido de su vida.
El valor de este capítulo, a primera vista un tanto desfasado, es claro incluso hoy. Nadie vive en un mundo libre de cargas. Toda vida tiene su coste, sus valores, su dudoso gusto, y su superficialidad y tienen incidencia en todos nosotros. Nadie pasa por la vida sin verse de alguna manera afectado.
Una sentencia del padre de los monjes Poimen decía. «Si tu ves y oyes toca clase de chismes, no los cuentes a tu hermano, porque esto acarrea estragos como los que causa la guerra». También Pacomio prohíbe contar en el monasterio lo que se ha oído o visto fuera del monasterio.
Podemos ver en estas disposiciones la seriedad con que S. Benito se toma el espíritu de la norma que él mismo había plasmado con tanto rigor en los instrumentos del arte espiritual: «Hacerse ajeno a la conducta del mundo.»
La preocupación de este capítulo es crear una conciencia colectiva sobre los males que puede ocasionarles el contacto con el mundo, no para fomentar una actitud maniquea sino una mayor claridad para no dejarse deslumbrar con unos contactos superficiales que podrían desviamos del propósito fundamental de no anteponer nada al amor de Cristo.
Centrase en lo accesorio y llenar la mente del hermano con ello, desvía la atención del gran tema de nuestra vida.
No se trata por tanto de protegerse contra un mundo malvado, sino de protegerse de una dispersión de la atención que le priva a uno de la simplicidad, es decir de la unicidad de su orientación humana y espiritual.
En nuestros días las ocasiones de salida de los monjes son más numerosas que en tiempos de S. Benito. Por muy aislado que pueda estar el monasterio, vive en una estrecha relación con la Iglesia y la sociedad civil del entorno. De aquí nacen obligaciones de salir por exigencias bien sea de administración, o por contactos con otras organizaciones eclesiales y civiles. Eventualmente también por razón de salud, estudios, deberes familiares. Por esta frecuencia de salidas en la mayor parte de los monasterios ya no se pide solemnemente oraciones cada vez que se ausenta un monje, pero si que se le tiene presente mencionando a los hermanos ausentes al final de los Oficios.
Como Jesús dice en el evangelio, es del corazón de donde nacen todas las cosas, buenas o malas. El monje ha de tener cuidado de guardar su corazón no dividido, sino orientado a su fin.
No se trata en este capítulo de ponerse en guardia contra los peligros del mundo, sino más bien de ponerse en guardia contra el peligro de olvidar nuestra orientación particular. Por tanto toda búsqueda de distracciones, será una renuncia a lo que es esencial en la vida del monje.
Termina este capítulo recordando al monje que no se puede abandonar la clausura sin mandato del abad, ni hacer cualquier otra cosa, por insignificante que sea sin autorización del superior. Por ello vemos que no deja S. Benito de aprovechar la ocasión ‘para afirmar la autoridad casi omnímoda del «padre del monasterio».
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