462.-Disposiciones del abad benedictino.

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No sea agitado, ni inquieto, ni sea inmoderado ni terco, no sea envidioso ni suspicaz, porque nunca estará en paz. Sea previsor, circunspecto en las órdenes que debe dar, tanto cuanto se relaciona en las cosas divinas como en los asuntos seculares. Tome las decisiones con discernimiento y moderación. 64, 16,17.

Después de haber hablado del magisterio y de la corrección que es su complemento obligado, S. Benito insiste sobre aquella disposición fundamental  que se denomina “discreción” y en los medios que dispone para orientar todos los actos hacia ese fin deseado, la contemplación de las cosas divinas.
Entre los escollos  que el abad tiene  que sortear es el de la ansiedad y el exceso de celo del mismo superior. Nada más pernicioso para  la tranquilidad de los espíritus  que las tensiones que puede provocar un abad turbulento, inquieto, exagerado…Ni él mismo tendrá sosiego.
Lo contrario de estas notas negativas será la mansedumbre, la confianza, la moderación, la condescendencia.
Se ha señalado que la expresión “non sit turbulentus” con la que la RB comienza la descripción de rasgos indeseables en la fisonomía del abad, evocan la semblanza del Siervo de Yahvé (Is 42,4) aplicada a Cristo  por Mateo (12,21). Resulta muy creíble que S. Benito  pensara en estas citas bíblicas, ya que poco antes hacía referencia a otra característica del Siervo: “la caña cascada no la quebrará”. Así el ejemplo de Cristo se convierte en modelo de su vicario.
Por lo que se refiere a su gobierno, se recomienda la precisión, la moderación, la discreción en las órdenes que tenga que dar.
Aquí aparece el termino “discreción”, madre de las virtudes, tan apreciada por los monjes antiguos. Este concepto domina todo este directorio, y lo trataremos más en particular en la próxima conferencia.
Esta virtud hará que el abad disponga todo, tanto lo espiritual como lo material, de tal suerte que los monjes fuertes deseen hacer más y los débiles  no se descorazonen.
Esta expresión recuerda otra en el Prólogo, y no es pura coincidencia. En los dos casos S. Benito considera la misma situación humana. El monje pusilánime, ante una observancia demasiado rigurosa, se siente tentado de abandonar el monasterio. En el Prólogo se dirige S. Benito a este monje desanimado, exhortándole a la perseverancia prometiéndole que no se va a establecer en la Regla nada demasiado duro y penoso. En este segundo directorio pide al abad que tenga compasión de su flaqueza, aliviando más bien que aumentando, el peso de la Regla, que por lo demás tiene que mantener.

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