261.-Silencio benedictino.

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 Cumplamos nosotros lo que dijo el Profeta: Yo me dije, vigilaré mi proceder para no pecar con la lengua. Pondré una mordaza  a mi boca, enmudecí, me abstuve de hablar incluso de cosas buenas. (6,1)

Comienza este capítulo con esta frase sálmica. Con ella no quiere prohibir la palabra, la vigila para impedir que se desvíe del camino recto. Hablar y callar son cosas  en sí mismas indiferentes. Es decir, ni buenas ni malas. Es la intención, el objeto, la manera de hablar lo que hace bueno o malo nuestro lenguaje. El silencio que nos prescriben las Constituciones, es el guardián vigilante que señala el modo de  vivir esta virtud de callar o hablar según las circunstancias.
Vemos por esta frase del salmo, que S. Benito no ha querido  levantar una muralla para impedir toda conversación. Establece simplemente una puerta  cuidadosamente guardada.  “Puse un candado a mi boca” La puerta es para abrirse o cerrarse según las circunstancias.
El mutismo no es una virtud. Tan meritorio es hablar cuando se debe, como el callarse cuando se debe callar. La virtud del silencio o la taciturnidad es precisamente esto.
La virtud del silencio no es solo no hablar sin necesidad, sino incluso cuando hay permiso, no excederse. Es evitar todo exceso en el lenguaje, toda palabra superflua o dislocada.
En suma, la regla o medida del silencio es la voluntad de Dios   manifestada a la luz de las Constituciones, para nosotros monjes. El monje que verdaderamente busca el agrado de Dios, sabe como por instinto cuando debe callarse y cuando  debe hablar.
Bajo pretexto de un permiso particular, no prolonga las conversaciones inútiles.  Bajo pretexto de silencio, no lastima la caridad. Pero también bajo pretexto de caridad no sacrifica  su amada virtud del silencio, porque el silencio no puede ser la destrucción de otras virtudes. Por el contrario, se une a ellas para sostenerlas y protegerlas.  El monje que habla en todas partes, como bien le parece  y que se le deja así obrar por dejarlo a su sola conciencia, nunca será un religioso silencioso, y por lo tanto nunca profundizara en su vida de oración.
Por eso S. Benito,  para  ayudarnos a adquirir la virtud de la taciturnidad,  del silencio, y  asegurarnos sus frutos, nos  impone limites estrechos en esta parte doctrinal de la Regla. “Me abstuve de hablar, incluso de cosas buenas”
Vemos por otros pasajes de la Regla, como vivían los monjes en realidad el silencio a través del día, ya que en la práctica se experimentaba la fragilidad humana, y el mutismo total que podría  deducirse de la lectura superficial de este capítulo no corresponde a la realidad.  Los monjes en el monasterio de S. Benito hablaban y se comunicaban entre sí en determinados momentos y lugares. Y esta es la razón por la que establece el silencio después de completas, salvo la atención a los huéspedes. Silencio absoluto en el comedor, en el oratorio, y  durante el ejercicio cuaresmal, una de las cosas que ofrece para practicar con el gozo del Espíritu Santo, es  el privarse de hablar y bromear.

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