-Cumplamos nosotros lo que dice el Profeta: “Yo me dije, vigilaré mi proceder para no pecar con la lengua (6,1)
Comienza este capítulo con una frase de la Escritura. Examinamos en primer lugar lo que dice la Escritura respecto a la palabra y el silencio, ya que de aquí nace principalmente la orientación que el monacato primitivo y la RB dan a este tema.
Eclesiástico 3,7 dice que “hay tiempo de callar y tiempo de hablar”. Puede entenderse esta máxima en diferentes niveles de profanidad, pero siempre por encima de una sabiduría que para algunos les parece meramente humana. Dios funda en el hombre los tiempos del silencio y de la palabra. Son abundantes los textos de la alternativa de ambos.
La lengua es un don de Dios y mediante ellas nos comunicamos los hombres entre si y por ella expresamos a Dios los sentimientos de nuestro corazón.
Con todo, a veces es preciso retenerla, mientras que en otras ocasiones sería cobardía e infidelidad reprimirla. Puede ser y lo es con frecuencia, instrumento de pecado. “¿Quién no pecó nunca con la lengua?” Ecle. 19,16. Pero también una palabra a propósito, una palabra oportuna se estima como un tesoro que engendra alegría. Así a la mesura en el hablar se añade la bondad y la sensatez.
En Proverbios 18,4, la palabra es como un agua profunda, un torrente desbordante, un manantial de vida. Y movida por la acción del Espíritu Santo es capaz de edificar, exhortar, consolar a los hermanos. 1 Cor. 14,13. Participa de la eficacia constructiva de la palabra de Dios, que la expresa y actualiza.
Los libros sapienciales no cesan de inculcar el buen uso de la lengua por la que se diferencian los necios y pecadores, de los sabios que miden y ponderan sus palabras.
Los antores del NT reproducirán las enseñanzas del Antiguo. Cuando Santiago aconseja que cada cual sea pronto para escuchar y tardo en hablar, no hace más que expresar la tradición sapiencial del AT.
Los monjes cristianos, desde sus comienzos practicaron y enseñaron la moderación y parquedad en el uso de la palabra. Toda la documentación de esta época lo atestigua abundantísimamente.
Según estos textos, el silencio era para ellos como la panacea universal, el remedio de toda clase de enfermedades. Todos dieron reglas sobre el buen uso de la palabra, pero ninguno impuso el silencio absoluto, ya que callar siempre no es humano. Evaglio escribe:”Habla lo necesario, en un tono conveniente y apropiado a las exigencias del oído. Guárdate de decir cosa alguna que no hayas examinado por ti mismo. Guárdate de esconder la sabiduría a quien no la posee”.
Algunos maestros eran muy severos en este punto como S, Arsenio: “Si hablas con tus compañeros, examina tu palabra, y si no es palabra de Dios, no hables”.
S. Basilio el gran maestro del cenobitismo oriental tambien es riguroso. “En general toda palabra es inútil cuando no sirve al fin que uno se ha propuesto en el servicio de Dios. Y aún esta clase de palabras es tan peligrosa, que aún siendo bueno lo que de dice, si no se dirige a la educación de la fe, la bondad, tal palabra no puede justificar al que la ha pronunciado, sino que contristará al Espíritu Santo, pues estas conversaciones no habrán contribuido a la edificación de la fe.
Algunos dichos revelan una profunda penetración sicológica, como la de Poimen. “Los hay que aparentemente callan, y su corazón está condenando a los demás. Los tales, de hecho hablan sin cesar. Al contrario algunos hablan de la mañana a la noche, y guardan silencio, pues no dicen nada que no tenga una utilidad espiritual.”
El silencio se le daba mucha importancia en la vida del monje, pero mucho más se apreciaba el recto uso de la palabra.
Lo importante es que el monje al hablar esté animado por el Espíritu Santo.
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