446.-Los sacerdotes que desean habitar en el monasterio.

publicado en: Capítulo LX | 0

Si alguien del orden sacerdotal pidiera ser admito en el monasterio, no se condescienda enseguida a su deseo.
60,1.

Este capítulo presenta otra categoría de aspirantes a la vida monástica: presbíteros y clérigos. Insiste  en las dificultades que a estos candidatos hay que ponerles antes de acceder a su petición y da unas indicaciones muy breves para su integración en la comunidad.
El titulo de este capítulo 60 ni es completo ni bastante explícito,  pues no se trata de sacerdotes simplemente que desean vivir en el monasterio, sino de sacerdotes y clérigos que solicitan su incorporación a la comunidad monástica.
Para entender bien este capítulo conviene leerlo a la luz de  la historia y de la tradición prebenedictina.
El contesto histórico de la regla benedictina en este aspecto presenta tres características.  En primer lugar el carácter básicamente laico del monacato, en segundo lugar la actitud de veneración y humildad hacia el sacerdocio y en tercer lugar cierta prevención a la introducción de sacerdotes en la comunidad.
El monacato prebenedictino era básicamente laico, aunque “per se”, el monacato no excluía el sacerdocio, más bien al contrario. Había obispos que organizaban en su entorno la vida monástica junto con sus clérigos: Eusebio de Vercelli, Martín de Tour, Agustín de Hipona. Pero la mayoría de los monjes eran laicos.
La vida monástica era como el martirio, una vocación posible para todo bautizado. La vocación monástica se inserta dentro de una línea de crecimiento en la gracia bautismal. Todo cristiano puede sentirse llamado a darlo todo para vivir radicalmente el misterio de la muerte y resurrección de Jesús en un camino de pobreza y humildad.
Por el contrario,  el presbítero a parir de una consagración se ha de integrar en una función de la Palabra y los sacramentos. La distinción es clara, pero no tenemos que olvidar la influencia profunda  de todos los carismas en la Iglesia, ya que todos fluyen del misterio de Cristo y no se contraponen, sino que se complementan para la edificación del Reino.  
Fiel a esta tradición y a la esencia misma del monacato. El Maestro siente tanta desconfianza hacia esta clase de vocaciones, que se niega  a admitir  sacerdotes, a no ser en calidad de “peregrini” es decir de huéspedes o residentes, pero no como monjes.
S. Benito comparte este recelo, sabe que  la presencia de estas vocaciones puede originar problemas en el seno de la comunidad, y procura evitarlos, pero opta por admitirlos como verdaderos monjes, aunque con algunas cautelas. Como en los demás postulantes dice que no se condescienda enseguida a su deseo, aunque  no parece que les someta a las pruebas que en el cap. 58 indica para los postulantes. Y sólo si persisten en su petición y advirtiéndoles que su carácter sagrado no les va a eximir de la plena observancia de la regla, como los demás hermanos en cuanto a su tenor de vida. No dice nada si una vez admitidos han de pasar por los periodos de probación de los novicios conforme al plan trazado en el capitulo 58, pero si que les exige una promesa formal de observar la regla y perseverar en el monasterio.
Para S. Benito monacato y sacerdocio son dos vocaciones distintas, pero no incompatibles. De aquí que los reparos que pone al ingreso de presbíteros en la vida monástica no se derivan de  una base  doctrinal, sino de una experiencia contrastada  de las dificultades que experimenta el sacerdote acostumbrado a la vida ministerial, cuando pasa a una vida de silencio y de total dependencia  de la comunidad. Y también es consciente del riesgo que su personalidad ya estructurada  no sea ceptada con la suficiente comprensión por parte de algunos miembros de la comunidad.
Hay que añadir que  en la historia  tanto antigua como moderna, se ofrecen ejemplos de sacerdotes  que han sido notables en la vida monástica y que demuestran  paulatinamente la complementariedad  de estos dos carismas en función de la santidad cristiana.
Para honrar al sacerdocio, autoriza al abad otorgarles ciertos privilegios, como  colocarse  en el coro inmediatamente después de él, bendecid, recitar las oraciones conclusivas del Oficio. Y no solamente no tolera ninguna presunción por parte de ellos, sino que esperan que sean  un buen ejemplo de humildad para la comunidad.
Este mismo comportamiento quiere que se tenga con los clérigos de menor categoría.

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