De esta promesa redactada en un documento en nombre de los santos cuyas reliquias se encuentran allí y del abad que está presente. Este documento lo escribirá de su mano…una vez depositado en el altar, el mismo novicio cantará el verso”Recibeme Señor según tu palabra, y viviré no permitas que vea frustrada mi esperanza” 58,19-23.
El compromiso tripartito del que ya hemos comentado, se inserta en el rito de la profesión monástica, sobriamente descrito.
El novicio hace su promesa en el oratorio delante de todos, hermanos y sobre todo ante Dios y sus santos. Así pretende S. Benito conferir un mayor sentido religioso este acto, de modo que si alguna vez cambiare de comportamiento, sepa que ha de ser condenado por Aquel de quien se mofa, sigue diciendo S. Benito.
Además debe redactarse un documento jurídico, la petitio, escrito si es posible, por el que va a profesar. Y el propio interesado debía depositarlo sobre el altar.
Aunque la Regla no lo expresa claramente, el rito de la profesión se celebraba con toda probabilidad en el ofertorio de la liturgia eucarística. Esto no es solo porque la tradición benedictina es unánime en este punto, sino porque la misma regla nos brinda un indicio importante al tratar de la oblación de los niños, ordenando unir la petitio a la oblatio. Este término aparece solamente en este capítulo y en lengua litúrgica significa el pan y el vino ofrecidos por los fieles. El término palla altaris o mantel del altar en el que se envolvía la mano del niño que se ofrecía a Dios por sus padres confirma esta interpretación.
Así la promissio y la petitio y demás pormenores de la profesión cobran un relieve singular.
En este contexto eucarístico, la profesión monástica adquiere una plena dimensión teológica. Expresa simbólicamente el don de sí mismo que el monje hace a Cristo.
El gesto de poner personalmente su petición sobre el altar acompañado inmediatamente del canto del versículo 116 del salmo 118, “Recíbeme Señor…” resulta eminentemente significativos. “Recíbeme Señor según tu palabra”, canta el novicio llegando al momento supremo de su consagración a Dios, respondiendo así a la llamada que el Señor le dirigió, cuando ingresó en el monasterio, como recuerda el prólogo.
No parece exagerada la afirmación de H. U. von Balthasar cuando dice que cuando el monje se entrega a Dios en profesión, pasa de la antropología, aún espiritual, a la cristología.
El monje une así su oración personal a la ofrenda eucarística de Cristo a su Padre. Se ofrece y se adhiere íntimamente en todo su ser y toda su vida a Cristo en el momento que este se ofrece al Padre en la eucaristía. Cristo presenta la ofrenda del monje a su Padre en unión con su propio sacrificio. Tal es el significado profundo de la profesión monástica, para un hombre tan espiritual como s. Benito.
Se cierra la ceremonia con algo muy importante. El neoprofeso debe postrarse ante cada uno de los monjes pidiendo que rueguen por él. Y ya desde ese día ha de ser considerado como miembro de la comunidad.
Cuanto más arduo es el camino por el que se ha comprometido a caminar, tanto más necesita de la gracia divina y de la ayuda de la oración de sus hermanos para seguir adelante sin desfallecer.
S. Benito viene a decir que para el nuevo monje, la oración fraterna, es el primer auxilio que recibe de la comunidad. Ella le obtendrá la gracia de Dios y le permitirá coronar un día la obra que ha empezado.
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